Siria no está

“En la noche 343 Sherezade empezó a contarle al sultán: … No se podía distinguir nada en las tinieblas, porque la oscuridad había espesado sus sombras sobre la llanura; pero de pronto se hizo un gran resplandor por Oriente, y en la cima de la montaña apareció la luna, iluminando cielo y tierra con un parpadeo de ojos. Y a sus plantas se desplegó un espectáculo que le contuvo la respiración. Estaban viendo una ciudad de ensueño. Era Damasco”. La imaginación crece desde la infancia hasta hacerse una nube que envuelve todos los sueños que nos hacen crecer. Yo quería ir a Damasco. Un camino mágico por donde pasaban las caravanas de la ruta de la seda. Quería pisar el desierto de Palmira y conocer la tierra donde reinó Zenobia con la fuerza de un varón y la voluptuosidad de una hembra erótica. Una mujer que acuñó moneda con su efigie y que fue capturada y llevada a Roma con cadenas de oro. Mi fantasía había crecido con las historias de “La vieja sirena” de José Luis Sampedro. Para mí Siria era Zenobia, Damasco y “Las mil y una noches”. No sabía que existía Bosra. Malula, Crac de los Caballeros, Letakia, Alepo… No sabía que en Ugari se encontró el primer alfabeto del mundo, la primera nota musical y el primer diccionario que data del año 1400 a. C., que aquí nació el cristianismo, que Siria tiene cuatro lugares declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad –Palmira, el antiguo Damasco, Bosra y el antiguo Alepo-, que Siria es el tercer país del mundo productor de aceite de oliva...