Las concertinas de Venezuela

HACE muchos, muchos años, tantos que ni me acuerdo, estuve en Venezuela. Conocí una Caracas caótica para conducir en coche y el mayor aeropuerto de aviones privados del mundo. Estaba invitada a almorzar en casa de unos vascos exiliados y, como en todos los países y casas del globo, la TV estaba en un lugar de honor. Allí, al lado de La Guaira, mientras comía una bolita de una especie de pan típico, las migas se me cayeron de la boca. En la pantalla aparecía el rey Juan Carlos abucheado en la casa de Juntas de Gernika. Me pareció una especie de cómic o un corta y pega de broma. Ahora es Venezuela la que no me permite ver sin espanto la situación que viven. Desde entonces, he seguido los vaivenes de un país que no terminaba de asentarse en su tierra. Movedizo, iba cambiando de presidentes mientras los venezolanos -a mí me parecieron pacíficos- iban aceptando a sus mandatarios con la calma obligada, a veces querida y otras no querida, que supuestamente habían elegido. Cuando Nicolás Maduro subió al poder, el mundo se enteró de que había un señor que gritaba mucho y hablaba continuamente de un país bolivariano en el que mandaba. Nicolás Maduro fue la gran incongruencia de América del sur. Un reyezuelo que no permitía que nadie viera su castillo ni osara abrir una ventana para ver qué pasaba dentro. Venezuela, que había sido el país rico de América Latina, se encuentra ahora sumida en la pobreza. El chavismo trajo a Venezuela todos los errores de la economía: corrupción, deuda pública, criminalidad, tráfico de cocaína, miseria e...

Por Dios y por la Patria, Franco se queda

Me he despertado con un sudor frío alarmante. Los temas funerarios me asustan mucho. Instintivamente me he llevado la mano a la boca y, como en las películas -yo no iba a ser menos-, me he sentado en la cama y he buscado un kleenex para quitarme el sudor que perlaba mi frente. El sueño que me había despertado tan aturdida estaba protagonizado por el Generalísimo Franco. Tanto hablar de su exhumación, me ha descolocado la cabeza. En mi pesadilla, tres hombres -posibles ladrones o fetichistas- vestidos de negro y cubiertos con capuchas y guantes también negros, abrían el mausoleo del Caudillo, levantando los 1500 Kg. de la losa con una especie de palanca enorme. Como expertos ladrones movieron la lápida, rompieron la tapa que cubría el ataúd, pasaron por alto lo acartonado del cadáver, le abrieron la boca y, con un delicado alicate, le sacaron los dientes de oro ubicados al final de la dentadura. Cuatro piezas de oro purísimo. Una vez conseguido el botín, salieron rápidamente y, sin cerrar la losa, desaparecieron con el mismo silencio que habían entrado. ¡Era el oro el causante de tanto revuelo! Contar los sueños, si te acuerdas, puede ser larguísimo. Evito las reliquias y demás historias macabras. Me levanto, pongo la cafetera y, mientras sale el café, enciendo la TV. En la primera imagen, Franco, en la capilla ardiente, recibiendo pleitesía de los españoles que aquel día de su muerte lloraban como Arias Navarro. Esto es totalmente real. Era un reportaje retrospectivo. He cerrado la TV y, ya con la taza en la mano, he encendido la radio. Manolo Escobar, cantaba...

A las cruzadas por la unidad

La manifestación del domingo cambió, a última hora, los slogans contra los catalanes por “Elecciones ya” y “Stop a Sánchez”. Pablo Casado, como un Don Pelayo trasnochado, hablaba a la muchedumbre, con lenguaje heroico: “Hoy empieza la reconquista del corazón que ha dicho basta”. Albert Rivera gritaba que “el tiempo se ha acabado” y Abascal que hay que “echar al okupa Pedro Sánchez de la Moncloa”. Las banderas nacionales desfilaron por Madrid, acompañadas de enseñas de la guardia civil y de los tercios de Flandes. Mientras la delirante marcha pedía la detención de Quin Torra y el adelanto de las elecciones, el presidente del gobierno, a la misma hora, manifestaba en Santander: “El gobierno trabaja para unir a los españoles y no para separarlos”. Creo que estamos al borde de una cruzada. ¿Qué se puede hacer? Si usted puede con Dios hablar… -la canción sigue de música de fondo- pregúntele, de paso por favor, qué haría en este país complicado o tan terriblemente simple. Seguro que le respondería que es la cuestión de siempre: el poder. Nada más que el poder. El Partido Popular quiere el poder y ha decidido que le gusta insultar. Ciudadanos, más sumiso, quiere el poder, Vox quiere el poder sin más zarandajas y ha encontrado la insólita formula de humillar a la mujer. El presidente Pedro Sánchez no quiere, por nada del mundo, bajarse del sillón de mando. Todos gritan a la vez y han decidido que, el problema no es de ellos, ni de su deseo de arrastrarse hasta la Moncloa. No, nada eso, para la derecha el problema son los catalanes. Ellos,...