El País de Nuca Jamás

He vuelto del País de Nunca Jamás. Un lugar sin tiempo, blanco, tranquilo. Llegué inesperadamente por un problema de salud y he estado acogida todas las fiestas navideñas y parte del mes de enero. Una experiencia, ya sé que es Nochebuena en una clínica, y se está bien. Te cuidan, te miman, los relojes sobran, los periódicos, la TV. Estás feliz en ese Nunca Jamás. Dicen que cuando se está en coma -no ha sido mi caso- se siente vivir, pero no tienes voz para decir que vives. No conozco las calles que dejé, las tiendas, los que se cruzan en mi camino. Ya no hay guirnaldas de luces de colores, ni Papá Noel ni Magos. En los comercios no se ven cajas con cintas de plata. En su lugar hay enormes carteles que ponen rebajas y los niños llevan uniforme. Volver a leer periódicos pasados, declaraciones dichas, me resulta absurdo. Hoy es hoy y lo anterior ya no es. Todas las palabras se han diluido en el aire. Ha pasado el tiempo sin saber yo qué pasaba. He llegado en el feliz momento de un nuevo gobierno. Este es el verdadero País de Nunca Jamás. El de Wendy, Campanilla y Peter Pan. Ni de lejos veo al Capitán Garfio y al cocodrilo con el corazón de reloj. Enero empieza con la melancolía de la belleza. Lágrimas y sonrisas, con dos 20-20 en un calendario de doce meses. ¡Cuántas ilusiones y miedos imaginamos para esas páginas aún en blanco! Me acuerdo de una frase de Miguel Ángel: “Señor, hazme desear más de lo que pueda lograr”. Y aquí estoy...