El Caganer

Las costumbres se pegan de unas comunidades a otras y es posible que en estos días en su Nacimiento haya tenido un caganer. Ese hombrecillo, con los pantalones caídos, que hace sus necesidades junto a una palmeta o detrás de un corral de gallinas de barro. El caso es que este año a mí me parece –sobre todo en Cataluña- que el caganer no hay que guardarlo. Es una figurilla del belén que ha adquirido una enorme actualidad, porque el caganer existe. Con todo el respeto de que soy capaz, pienso que Carles Puigdemont tiene muchos ingredientes para ser el caganer.  Se ha ido de su tierra para que no le cojan y le metan en la cárcel y ha dejado que algunos de sus compañeros entren –como unos soldados del rey Herodes- en las mazmorras. Pienso que no ha hecho grandes esfuerzos para sacarlos, mientras él desde Bélgica hace proclamas como si fuera un soldado de los tercios de Flandes. Claro que estos discursos los dirige a sus partidarios desde la TV, sin salir de los límites belgas, no sea que algún despistado lo meta en una excursión prohibida y lo saque del país como un trásfuga. Lo más extraño de este señor -instintivamente lo veo como el caganer- es que, además, pretende gobernar a su posible y fantástica republica catalana desde Bélgica. Yo creo que tiene el síndrome de honorable. Un título que se ganó a pulso Terradellas, primer presidente de la Generalidad restaurada, que incluso era Marqués de Tarradellas, mención otorgada por el Rey Juan Carlos.

En fin, estas Navidades Catalanas nos han hecho un Belén un tanto raro y han conseguido que en vez de decir: “Feliz Navidad”, digamos: ¿Cómo pasarán las Navidades en las familias catalanas? ¡Qué lío, ríete de Los siete apellidos vascos!” Y habla que habla del tema catalán. La situación se ha complicado un poco más porque en algunos hogares de esa autonomía se han negado comer las uvas, es una costumbre que a ellos les da igual. Sin embargo, el Caganer es típico catalán. El autentico se representa vestido con faja y barretina y un pipa en los labios.

Ahora que se han terminado las fiestas y las cajas de bolas y espumillón se guardan corriendo para no volverlas a ver en doce meses, me apena mi pobre caganer que compré en mi último viaje a Barcelona, en u mercadillo cerca de la Sagrada Familia. Mi nieto Pablo me miraba asustado. Nunca había visto una figura navideña en tan humillante postura. Al fin lo he escondido para que se me quite este mal pensamiento unido a Carlos Puigdemon, aunque, como la imaginación no hay quien la sujete, pues sigo pensando lo mismo. Pero llegar a ser un caganer famoso, no es ninguna tontería. En el mercadillo había figurillas con el culo al aire de políticos famoso: Ángela Merkel, Barak Obama, Hugo Chávez y hasta Felipe González. Busqué, pero no encontré –cualquiera sabe la responsabilidad que hubiera tenido el artífice que se atreviera a semejante representación- al rey y a su esposa Letizia.

El tema de caganer tiene muchas versiones, en Portugal se llama cagador y en Italia Cagón. El origen de la tradición se sitúa en el siglo XVII y principios del Barroco. Los artistas querían utilizar tanto realismo en sus obras que quizás se pasaron un poco. Entonces no era una figura del belén, sino un contador de historias que aparecía en azulejos.

En algunos países existe también un personaje, al que se llama Tío que está subido en un árbol y al ritmo de los golpes y canciones, el Tío recompensa a los niños evacuando dulces y bombones.

De todos modos, hay una vuelta mágica al tema. La dichosa palabrita y poco elegante mierda, da suerte. Y quizás con tantas bromas sobre el tema, se nos caiga en la cabeza una enorme caca de vaca que nos deje perfumados para todo el año.

*El cazador de sueños

Hay que tener cuidado con las tradiciones.

A mí me dan miedo las leyendas donde entran a jugar al corro personajes hechiceros y brujos de dudosa calaña.

En Honduras conocí a una negra preciosa. Estaba rellenita –era parte de su encanto-, tenía la cara expresiva de piel canela y unos ojos negros que bailaban al reír. Llevaba puesto un turbante de colores con una soltura elegante que ni en mil años hubiera conseguido yo una sencilla imitación. Mirándola pensaba en las veces que frente al espejo daba vueltas y vueltas a un fular para terminar quitándomelo, porque parecía una mujer que se había caído por las escaleras y se había puesto una venda de colores. Con su señorío, la negra tenía un tenderete y vendía unos redondeles con una red semejante a la tela de araña con plumas de colores colgando. Cogí uno en las manos, dándole vueltas sin encontrar el significado.

– Es un cazador de sueños- me dijo.

Puse cara de extrañeza mientras me explicaba que era auténtico, hecho con piel alrededor del aro y plumas de no sé qué pájaro y realizado con un ritual mágico por una tribu que … Al ver mi gesto de extrañeza, me explicó lo que era un cazador de sueños. Si lo colocaba encima de mi cama o en mi lugar de trabajo atrapaba los sueños. Le compré uno que tenía dibujado un tucán. Siguiendo las instrucciones lo coloqué en mi cama. Ahora hay muchos y se venden en cualquier mercadillo, pero entonces, hace casi quince años, solo había visto el mío y luego una película de miedo que hablaba de los misteriosos poderes de semejante redondel. Pasaron los años y un día me fijé en él y lo tiré a la basura. Todos mis sueños se debieron de quedar pegados en aquella red, como si de verdad fuera una pringosa tela de araña que atrapaba a sus presas en su tela. Mi cazador de sueños dejó de ser un talismán de la selva hondureña para convertirse en un objeto que se me antojó que enredaba en sus hilos un mal fario. La verdad es que me he acordado más de una vez de mi cazador de sueños, quizás porque los sueños no se pueden cazar y guardar, tienen que reposar, esperar su tiempo y si haces cosas que crees que no puedes hacer y te lanzas … Se cumple el sueño, con caganer o sin caganer, con plasta de vaca o resbalando con una piel de plátano.

La vida es así de sencilla.