Esperando ocurrir

La urgencia de la actualidad retrasa los originales en los periódicos y en los libros.

La multitud no suele inspirar y, sin embargo, una redacción es un montón de periodistas que escriben solos. Ahora que estoy en casa, me sorprende el novelista ecuatoriano Javier Vásconez –estos días visita Madrid- con una frase redonda: “ser solitario es como escribir con pluma”.

Pues sí, amigo, soy de las que escriben con pluma y de las plumas de toda la vida que se cargan con tintero. Suelo hacer siempre la entradilla de los artículos a mano –creo que lo he contado más veces- y luego paso al ordenador. Y ya ve, a pesar de los años, sigo echando de menos el ruido de las teclas de las máquinas de escribir. Entonces ni plumas ni historias, a mí me quitaban el folio de la máquina para pasarla a componer al taller. Tengo unos cuantos años.

Mi idea era otra –siempre doy vueltas antes de llegar a lo que quiero-, quería hablarles de nuestras pequeñas libretitas de direcciones, viejitas y un poco maltrechas. A pesar del móvil, yo tengo un cuadernito pequeño dónde ordeno, con las letras del abecedario, los nombres de mis amigos, los de siempre, esos que no han pasado al móvil, porque estaban antes. De ese cuaderno, este mes, he borrado dos, pero los borro con lápiz, como que no quiere la cosa, para sentir que aún siguen conmigo, aunque sea escrito en una página.

Se han ido al más allá.

Y te quedas con melancolía, porque cada día te sorprende menos la llegada de la Dama del Alba, tan blanca, tan negra, tan luminosa, tan de tinieblas, porque el no saber nos hace escribir tonterías que no van a ninguna parte. Quizás sea por la pluma y la soledad, me da la sensación que llego tarde. Llego tarde con un artículo o con una novela. La urgencia de la actualidad retrasa los originales en los periódicos y en los libros. Me ha pasado ver en un escaparate novelas que había pensado escribir y alguien las terminó antes que yo. También –y es francamente amargo- descubrí que te han copiado un principio original que dijiste cándidamente con algún editor o escritor delante.

Con humildad me pregunto cómo si hoy dice Mariano Rajoy una de sus muchas monerías, mañana aparece un libro de 200 páginas parodiando esa ocurrencia. Hay genios de la inmediatez, que hasta han escrito ya tratados de la filosofía de los atentados que nos quitan el sueño y nos dan pavor –a mí, al menos- aunque haya miles de personas que aseguran no tener miedo. En fin, yo pertenezco a los que esperan en la estación y siempre quiero que tarde un poco la llegada del tren.

Muchos compañeros míos ya han publicado la vuelta al cole, el regreso de vacaciones, el otoño caliente de la política y predicciones para el nuevo curso… y mil tópicos reales que me dan pereza y que, sin duda, ya es tarde para semejantes zarandajas.

He repasado la hemeroteca de este verano y felizmente no he leído ninguno de los libros que aconsejaban los sesudos intelectuales. Verdaderos tochos que no han podido llegar a las 30 páginas exigidas para seguir una novela. Me da mucha pena no alcanzar a la 31, pero el tiempo es vida y hay que aprovecharlo siendo feliz.

 

*Otoño

Y ya ve, me hace feliz llegar al solsticio de otoño. Siempre adelantado en nuestro querido Euskadi. Lluvia, sol, viento, calor, tormenta, rayos y las hojas que, como todos los años, se caen desmadejadas para hacer las primeras alfombras tiernas de septiembre. Volver, siempre volver al mismo punto. Los políticos repiten los discursos de siempre. A veces pienso que los tienen guardados y, de vez en cuando, los sacan, cambian alguna palabra y al estrado, a repetir curso, como los niños. Sólo que a los políticos, digan lo que digan, aprueban y no repiten curso, porque nunca pasa nada. Nos hemos acostumbrado a sus barbaridades lógicas.

Cuando llega la noche y cierro la luz, no duermo. Disfruto de ese instante irrepetible de pensar en blanco y colorear el pensamiento. Una señora muy sabia decía que los sueños no son sólo sueños, son realidades esperando ocurrir. Tengo una pluma estilográfica, quizás esa pertenencia me permita pensar más alto.

Y así seguimos, esperando ocurrir. Lo que no podemos es rebobinar y cambiar el orden de palabras, rara vez estamos en ocurrir esperando.

La gran sorpresa de que a usted y a mí nos toque la lotería, no suele ocurrir aunque estemos esperando nuestro plan B para cambiar la vida. La forma de vida que debíamos adoptar –los consejos se me dan muy bien, no cumplirlos- es vivir esperando ocurrir. Es decir, la eterna frase de Picasso “si hay inspiración que me pille trabajando”. Una vez vi “El barbero de Sevilla” y la soprano iba en silla de ruedas y así, triunfó. Su voz era genial y su movimiento en el escenario perfecto. No daba pena sino envidia. Era paralítica y estaba cantando en uno de los mejores teatros de ópera del mundo. Ella no estaba esperando a ocurrir. Sus piernas no funcionaban, pero su voz sí. Y cambió el orden de las palabras: Ocurrió esperando. Se puso a cantar y si alguna vez andaba, pues…esperaba con el éxito de su esfuerzo en el escenario.

 

*Una novela

Cuando veo en los concursos y en las entrevistas rosas a personajes –sin duda bien intencionados- que dicen: me gustaría escribir un libro, con la misma frivolidad que espero ir a Australia, me sorprendo. ¿Se habrán puesto alguna vez en el ordenador con la pantalla en blanco? Escribir un libro es como iniciar un negocio. A veces sale y otras no. Es muy difícil –aquí si tengo alguna experiencia- que el éxito llegue esperando a ocurrir. Hay que empezar a escribir con cierta disciplina para que el éxito llegue en un ocurrir esperando.

Casi todos los escritores empezamos por la infancia. Y la infancia, mientras ocurre, no suele ser tan rosa como la imaginamos. Mi infancia, por ejemplo, es una nube borrosa en que no distingo casi nada. Y lo poco que veo no está conectado, no construye ninguna historia. Me faltó siempre que alguien –ajeno a mis padres- me ayudara a ir hilando unas cosas con las otras. Entreveo sobresaltos, cambios frecuentes, espacios distintos y yo, en medio de todo eso, perdida en el mundo. Muchas veces hubiera necesitado una mano a la que cogerme, alguien que me acompañara y me contara mi propia historia, que para mí era demasiado incomprensible, que no encajaba con las historias de las compañeras de mis colegios. Creo que en todas las etapas de nuestra vida necesitamos alguien sabio –esos profesores irrepetibles ¿existirán? que se ven en las grandes películas- que esté con nosotros, nos de consejos normales –los difíciles no sirven- alguien a quién decir “me he equivocado y no sé cómo pedir perdón”, “estoy enfadado desde hace tiempo con mi hermano y no sé por qué”. Historias cotidianas silenciosas. Quizás sigamos necesitando ese Pepito Grillo que nos vuelva a decir continuamente: Ocurrir esperando. No pararse nunca.