Europa. Siempre Europa

La cultura es el pilar donde se sustenta la grandeza del hombre.

La historia tiene muchas caras, tantos como escritores de esa historia. Pero siempre  hay un espectador de primera fila, alguien que cuenta lo vivido habiéndolo vivido. Enrique Barón es ese protagonista de excepción que relata en sus memorias la formación de esta Europa de nuestros amores y nuestros dolores. Una Europa que sufre la incomodidad de la unidad con un desgarro de sentimientos. Ese después es una incógnita escrita en el aire. ¿Qué hacer para permanecer y no morir en el intento? No soy una gran lectora de biografías, pero he de reconocer que me he quedado atrapada entre estas páginas que en cierto sentido cuentan mi vida. Mi infancia es más o menos similar a la de Enrique; mi tiempo de Universidad, el mismo, y en ese caminar por la historia del país todos los acontecimientos me rozan la piel porque más cerca o más lejos yo también viví aquel momento. “La segunda parte de la Gran Guerra que ocupó la primera mitad del siglo XX europeo avanzaba con sangrienta saña hacia su fin. En Italia se libraba la batalla de Montecassino, que abría las puertas de Roma; en Gran Bretaña seguían los bombardeos sobre Londres, mientras se preparaba el desembarco de Normandía; y en el Lejano Oriente la batalla del Pacífico se iba endureciendo. Primo Levi había ingresado en el campo de concentración de Auschwitz. De todos estas cosas me fui enterando mucho más tarde. El exterior apenas existía para una generación que había vivido el cruel trauma de una guerra civil”.  Entonces, para muchos de nosotros, el mundo giraba ajeno a nuestra vida y Europa estaba lejos, tan lejos que no la conocíamos. Con minuciosidad de amanuense de la memoria, Barón escribe “Más Europa, ¡unida!” – ha ganado el Premio Gaziel de Biografías y Memorias 2012, editada por RBA- , un relato de una etapa que empieza a ser pasado. Ser Presidente del Parlamento Europeo le convirtió en un voyeur del nacimiento de un sueño.

 

Lo primero, la cultura

La crisis económica tiene la desagradable compañía del derrotismo. Todo el pasado parece ser el prólogo del desasosiego presente, pero no es así. Tenemos que ir en busca del tiempo perdido para saber que solos en el inmenso mundo no podemos progresar. El avance, aunque les parezca paradójico a los economistas, no empieza por el dinero. La cultura es el pilar donde se sustenta la grandeza del hombre. Y gracias a esa cultura pudimos integrarnos en un proyecto de unidad en la diversidad.

“Conseguimos -cuenta Enrique Barón- introducir la cultura como política en la negociación del Tratado de Maastricht  para contribuir al florecimiento de las culturas de los Estados miembros, dentro del respeto de su diversidad nacional y regional y el patrimonio cultural común, favorecer la cooperación entre países, apoyar y completar la acción de estos en la creación artística y literaria, incluido el sector audiovisual a través de medidas de fomento. Se incluía la cultura como un ámbito de apoyo, coordinación y complemento y se le daba la base jurídica. En Román Paladino, significaba que se podía hacer no solo bellos discursos generales sino adoptar medidas de presupuesto”.

El olvido es una enfermedad de la presunción. Quizás inconscientemente queremos apropiarnos de acontecimientos que nos han ido cimentando ladrillo a ladrillo. “Incluir la cultura en el Tratado permitió distinguir y separar las obras del espíritu de las mercancías o los capitales, por estar en juego la identidad cultural”.

Aquel año de 1993 se inició un camino importante. “La creación artística, con los derechos de autor y propiedad intelectual en relación con la sociedad de la información, entraron muy rápidamente en el marco comunitario con el espinoso tema de la copia privada planteada desde principios de la década de 1990 en la directiva correspondiente varias veces revisada. Dos cuestiones centrales siempre presentes: cómo proteger la propiedad intelectual en el mundo de Internet y de qué modo afirmar la Europa digital (…) No es de recibo la atrevida afirmación de que Internet hace tabla rasa del pasado y es un cuerno de la abundancia en la que cada cual puede servirse a gusto. Ofrecer no es descargar (…) hay que solventar el delicado tema de la despenalización del hurto. No es admisible que si uno se lleva un libro o un video de una tienda pueda ser procesado, mientras que si lo descarga por la Red pueda argüir que se trata de una difusión progresista de la cultura”.

 

Escribir un libro

Muchas veces pienso con tristeza en lo que cuesta escribir una novela y lo poco que nos reporta a los autores. El mundo digital ha convertido un libro en un objeto gratis. Las horas silenciosas y angustiosas de dar a luz una obra literaria se quedan en una risotada universal. Nadie va a pagar los meses y años de trabajo. En un tiempo record el ladrón de Internet se apropia de la labor ajena con impunidad total. Hay que esperar para que esta descompensación pueda tener un lugar jurídico. En principio –según he podido saber leyendo a Enrique Barón- la comisión Europea incluye la dimensión digital como una de las prioridades de futuro de la Estrategia 2020 a propuesta de la presidencia española, También está en curso un Libro Verde sobre la distribución en línea de las obras audiovisuales europeas y, en proceso de consulta, medidas que permitan a los ciudadanos de la UE, a los proveedores de contenidos en línea y a los titulares de derechos, beneficiarse del mercado interior digital”.

¡Qué largo! Pero todo tiene un principio. Pienso que quizás  este artículo tenga muchas citas, pero cuando lees algo que merece la pena , sientes la necesidad de repetir con las propias palabras del autor sus ideas.  Y también sus citas. Ahora que se termina abril, copio las palabras de T.S. Eliot: Abril es el mes más cruel, hace brotar/ lilas del interior de la tierra muerta, mezcla/ la memoria y el deseo, estremece/ las raíces marchitas con lluvia de primavera”.

Pero pronto llegará mayo, y algún día los  lectores de mis novelas, y las de tantos autores como yo perdidos en páginas de descarga gratis, pegarán aunque sólo sea unos céntimos por saber qué cuento en el libro.

Aunque, 2020 está tan lejos…