La vida dulce del dolor

El Estado, por muy con derecho que se crea, no tiene el derecho a la vida de una mujer.

Mi sobrina es una princesa. Tiene ojos turquesas y rizos castaños oscuros. Cuando nació a todos nos pareció la más guapa de la familia. Era tan bonita que su fotografía la utilizaba para ilustrar los reportajes infantiles. Cuando tenía tres años fue a un cumpleaños de niños y volvió a casa con fiebre. Una fiebre tan alta que sus padres la llevaron a urgencias. Estuvo en coma 26 días. Cuando recobró el conocimiento era aparentemente la misma, pero una meningitis inoportuna le comió la mitad del cerebro. Tuvo que aprender de nuevo a andar y a hablar. Creció con las carencias de un desajuste horario entre su edad mental y su edad física. Hoy, cuando ya rebasa los treinta, sigue siendo una mujer preciosa pero sabe, porque todo no se lo llevó la enfermedad, que no podrá enamorarse de un chico -¡con lo que le gustan!- ni podrá ser mamá –¡con lo que le gustan los niños!- y formar una familia como la de sus hermanos. Sus padres viven con el eterno miedo del después de su hija. El sufrimiento es el despertar de cada día después de aquellos tres años felices.

Ahora, con la serenidad del tiempo, y si se pudiera rebobinar hasta llegar al del seno materno, a ese día en que se anuncia un embarazo, con la posibilidad de elegir un futuro ¿qué pasaría? Por supuesto, este artículo lo escribo sin el permiso de mi hermana. Pero –los peros siempre son zancadillas, situaciones ajenas a lo cotidiano- si una llamada en versión de análisis hubiera visto un daño en el cerebro (imposible en el caso de mi sobrina porque la enfermedad fue fortuita) ¿qué hubiera pasado?. En ese existir sin vivir y no ser, en ese segundo que da comienzo a la vida ¿por qué la mujer no puede decir No, No quiero seguir adelante. No quiero, por este ser que aún no es y por mí, con la conciencia de una verdad segura. Creo que hace falta ser una mártir para seguir adelante y alimentar un ser hasta que nazca. Un ser que no va a ser feliz, porque la conciencia que le queda va a servir para ser consciente de su continua diferencia. Una diferencia que no va a hacerle feliz y, a su familia, tampoco. Es cierto que los niños especiales son muy cariñosos, es cierto que los padres se vuelcan, pero –otro pero– porque el mundo siempre verá sus carencias y las cubrirá con el calor del amor intentando taparlas. Pero –de nuevo el pero– ¿si los padres de hoy que conciben un hijo especial y pueden elegir? ¿Quién dice que ese no nacido hubiera sido más feliz en el mundo de la no existencia? Un mundo desconocido en el que Dios acuna sus sueños. Unos sueños que pueden reencarnarse en otro bebé que espera su llamada para entrar en la vida.

Los avances científicos y los nuevos estudios de medicina sirven para prever. Si un enfermo de cáncer no se somete a un tratamiento de quimioterapia –una técnica artificial para retrasar la muerte- ¿hay que evitarlo porque lo normal es morirse cuando Dios quiera? No. Dios – o quién esté en ese universo infinito del más allá- quiere que procuremos ser felices y hagamos la vida más agradable a los demás. Dios quiere que se inventen vacunas y avances para una vida – y una muerte también- más digna.

Somos hipócritas cuando proclamamos el no al aborto y el sí a la vida. La vida es más que un momento de inconsciencia a la hora de concebir. Y, nuevamente, la vida está en manos de la mujer que la hace posible, no y nunca en manos del “papá” Estado. Por favor, hay que despertar de esta pesadilla. El Estado, por muy con derecho que se crea, no tiene el derecho a la vida de una mujer. Ella y ella sola –aquí ni siquiera entra la pareja- es la responsable de lo que va a dar vida, al ser que va a cuidar el resto de su vida. Por favor, ya vale de mentiras, Por un familiar cercano que trabaja con disminuidos, sé que muchas familias se desentenderían de esos hijos especiales que el “papá” Estado dice que no tiene presupuesto para pagar sus centros de rehabilitación laboral de estos niños que se acercan peligrosamente a una edad donde nadie se puede hacer cargo mas que ese Estado que les ha obligado a venir. Además, a estos disminuidos se les paga –trabajando fuerte- lo mínimo de lo mínimo. Es un problema que aún no se ha solucionado. Este nuevo paro más angustioso aún. ¿Qué pasa cuando faltan los padres? ¿Quién les acoge? ¿Quién les facilita trabajo y ocio (otro tema, el ocio, sin resolver)

Es muy fácil hablar de moral y religión. El “papá” Estado se olvida después de los dolorosos, mientras la mamá de verdad ha de sacrificar su vida por el deseo “legal y constitucional” de unos políticos “creyentes” y “sensatos” que piensan que las futuras madres son asesinas, desnaturalizadas y depravadas, por abortar un ser que no será bien venido y bien cuidado en una sociedad tan puritana. Dios –el Dios al que ellos claman- nos ampare ante tantos insensatos.