Las caras que nunca desaparecen

No hacen falta nombres para ver los rostros.

Cuando empiezo un artículo instintivamente me sale el pues. Creo que es un latiguillo muy del norte. Parece que las historias son más fáciles de contar si empezamos por el pues, una especie de erase una vez, como el comienzo de los cuentos. Pues verá, me gusta ver siempre la primera noticia de TV y la primera página de los periódicos. Es como el resumen y, en ese resumen minimizado en unas letras o una imagen, se queda quieto el día. Y siempre es una cara la protagonista, raramente un paisaje, una calle o un edificio derruido. Tristemente, las bombas y las guerras se han convertido en situaciones normales que ya entran en las páginas interiores o mediado el noticiario. Y las caras van y vuelven. Desaparecen, se esconden, se enfadan, ríen o lloran según el momento de su ascenso y caída en este mundo complicado de la popularidad.

Entre tantas peleas, discursos y congresos ordinarios y extraordinarios, este verano nos habíamos olvidado del Bárcenas, del Bigotes, de los flamantes invitados de la boda de la hija de Aznar y las casualidades no existen. Estos señores que usaban tarjetas black, como nosotros la barik, han vuelto a ocupar el primer sitio en el panorama informativo. Aunque se les llame chorizos, ladrones y otras lindezas alejadas del aplauso de aquel enlace en El Escorial, vuelven a la actualidad porque nos habíamos olvidado de su tiempo en la cárcel. Mientras estos personajes entran en el boletín de noticias, salen temporalmente los problemas del PSOE y las monótonas palabras de Rajoy que milagrosamente se ha convertido en el salvador de la patria, un bonachón dispuesto a todo por unificar la España rota que su antecesor en el cargo, el Caudillo Franco, consideraba una aberración. Las fuerzas del mal judeo-masónicas estaban detrás de los separatismo demoniacos que quitaban el sueño al dictador. Ciertamente nada de lo que pensaba se ha cumplido, pero unos curiosos clones continúan gobernando los destinos centrales que se repiten cíclicamente como las estaciones del año.

El ir y venir es una constante en la vida. Quien sube baja, como Sísifo. Una figura de la Ilíada que fundó y gobernó Corinto. De sus amores con Anticlea nació Ulises. A pesar de ser el padre del mayor héroe griego, uno de los hombres más sabios de Grecia y creador de los Juegos Olímpicos, era avaro y mentiroso. Para conseguir el poder cometió asesinatos y logró su riqueza por medios ilícitos. Cuando Tanatos (dios de la muerte) fue a buscarlo, Sísifo le puso unos grilletes para impedirle el movimiento. En ese tiempo no murió nadie en Corinto. Ares, para recuperar el equilibrio perdido, le liberó y puso a Sísifo a custodiar el inframundo. Sísifo no quería morir y nunca murió pero pagó un precio muy alto por su inmortalidad. Su castigo fue llevar una piedra hasta la cima de una montaña y antes de llegar a la cumbre la piedra volvía a rodar hacia abajo. Y tenía que repetir una y otra vez el frustrante proceso. Sísifo significa la lucha por alcanzar el poder. Políticos que aspiran a un cargo sin la conciencia limpia. Hay bastantes Sísifos que no se quieren morir.

La subida a la gloria temporal es un camino complicado. En una gran mayoría de situaciones hay que pisar cabezas, fingir amistades, crearse enemigos, olvidar familias y honradez de bolsillo y de alma. Pienso que aceptar una presidencia política, social o económica implica un riesgo. Le van a echar, pronto o tarde va a caer del pedestal. Le pueden expulsar de buena manera o con desprecios, acompañando la caída del tristemente protagonista con su desprestigio total. De ser el mejor, el guapo o el más inteligente pasas a convertirte en un cazurro orgulloso, un inepto y un irresponsable.

Las cámaras que buscaron la sonrisa del líder, se recrearán en el posterior gesto de mal genio. Son las dos imágenes de la misma moneda, en tiempos de alegría y en tiempos de tristeza. Los mismos que jaleaban la subida, son los mismos que insultan. Es un continuo domingo de ramos seguido por un calvario. Hay profesionales del abucheo, gente convertida en masa que igual aplauden, vitorean olés, que escupen imprecaciones. Admitir pasar a segundo término es duro, tanto que muchos se empecinan en la permanencia, aunque sus mismos compañeros de viaje quieran arrojarle en la estación próxima. Se empeñan en seguir el trayecto, agarrándose a la barandilla de subida del vagón enseñando sus miserias en público. No hacen falta nombres para ver los rostros. Así, una vez más, empieza el baile de caras. Otro nuevo sube y se va desdibujando el anterior como un boceto de carboncillo. Recién terminado queda perfecto, pero un soplo de aire lo deshace. Adiós imagen.

La historia se va repitiendo como en las caras de Bélmez. Fenómenos paranormales, falsedad, engaño repetido periódicamente. Un misterio que cíclicamente vuelve a salir a la actualidad. Las caras regresan del más allá del olvido. Hace unos meses volvió a repetirse el supuesto fenómeno. Es preocupante que hasta las autoridades franquistas estuvieron asustadas por estos sucesos como si de un problema nacional se tratara. Había que pararlo como un mal sueño. Pero las caras se iban y volvían de la pared y del suelo en una casa del pueblo andaluz que aún vive del suceso. En política pasa lo mismo. José María Aznar se fue pero no se fue, vuelve continuamente como un abuelito Cebolleta regañando a quien representa a su partido y repitiendo ese verbo tan poco edificante como “si hubiera hecho” o “hay que hacer”. Felipe González utiliza los mismos tiempos, y José Bono, y Esperanza Aguirre y tantos que se van pero no se van. Sin embargo, hay dignos ejemplos de haberse ido y quedar dignamente y con elegancia en el olvido. Gerardo Iglesias ¿lo recuerda? Fundó Izquierda Unida y dijo que dejaba la política, la dejó y se marchó a la mina donde había empezado a trabajar con 15 años. Otro ejemplo fue el sindicalista Antonio Gutiérrez, desapareció de la escena política. Terminó sus estudios de Derecho y borró su cara porque quiso de la primera página.

Soraya Sainz de Santa María es una de las caras que se van definiendo en este Bélmez recuperado y, allá en el fondo del panel, Mariano Rajoy sigue diciendo que él es el mejor candidato. Lo ha dicho tantas veces, y nos hemos encogido de hombros como si esa guerra no fuera con nosotros, que al fin ha perfilado con tinta indeleble los bordes de su rostro. Mientras se borra definitivamente el Partido Socialista en las próximas votaciones, con elecciones o sin elecciones, Rajoy va a ser el ganador. El PSOE si quiere pintar, aunque sea con pinturillas de niños, tendrá que pactar con el PP. Nos lo merecemos por cabezotas. Vivimos un eterno enfrentamiento que destroza la solidez del fuerte. Esta crisis se alarga. Cada día hay que volver a empezar. “Caminante no hay camino, se hace el camino al andar”. Pues a ello. Las caras de Bélmez vuelven y Sísifo está de nuevo subiendo al monte. La piedra nunca alcanza la cumbre. ¿Quién llegará al pico más alto? ¿Cómo serán las nuevas caras que se dibujen para salvar la situación actual? ¿Aparecerá un líder de laboratorio? ¿Un RoboCop invencible que luche, como el ser fantástico, contra la corrupción?