Los santos de cada día

Estamos todos temblando en el aire y no tenemos ni idea de quién es el amigo, el enemigo o el futuro santo.

Dos adolescentes entran sonrientes. Hablan entre ellos despreocupados con mochilas al hombro, bien vestidos con las ropas divertidas de los jóvenes, y el pelo cortado a la moda. Cuando van a cruzar la puerta del supermercado, la cajera les mira. Los muchachos se quedan serios. Sin decir palabra dejan las mochilas en el suelo y se las entregan a la encargada del establecimiento. Evidentemente, por el tono de su piel, se adivina que son árabes. Esta escena la vi ayer. Hace unos días su presencia no llamaría la atención. Tampoco a usted le sorprendería ver el santoral del día de hoy. Quizás porque no se ha fijado nunca.

El santoral es una manía mía, tener en cada página del calendario los recordados entre los santos, por si tengo que felicitar a alguna Susana, Virginia o Mónica que se despiste de mi agenda. Ayer la Iglesia enumeraba con particular cariño a los correspondientes de la jornada. Me pregunto ¿usted sabe quiénes son Aldeltrudia, Albario, Andrónico, Antigio, Hipacio, Jacundo, Vitón, Venerando, Teódoto, Filomenos, Demetrio, Serapión, Trahumunda (esta es de Pontevedra), Clementino…? Pues todos estos desconocidos entraron en los altares un día de noviembre. Se han quedado sin nombrar –al fin son también mártires- las últimas víctimas de los atentados de París, las que cayeron en el avión que sobrevolaba el Sinaí –curiosamente el mismo sitio dónde Dios entregó a Moisés los Diez Mandamientos-, los inocentes que han sido bombardeadas en Siria porque el gobierno francés se ha enfadado. Un enfado al que se ha unido Rusia y después Estados Unidos. Total ¡el mundo entero! Vivimos la ley del talión a gran escala. Los gobiernos deciden qué hay que hacer, mientras el pueblo –usted y yo- lloramos, ponemos velas y flores. Y, a veces, miramos con sorpresa a dos jóvenes que no tiene nada que ver con las guerras, simplemente quería comprarse bocadillos, chicles y Coca Cola.

Estamos todos temblando en el aire y no tenemos ni idea de quién es el amigo, el enemigo o el futuro santo. Tengo ganas de llorar y ya no sé por quién llorar. Siria, Yemen, Afganistán, Francia, España, la India, Nepal… Solo veo bombas. Muchas bombas dirigidas exclusivamente para matar. No conseguimos entendernos entre nosotros. Pienso que necesitamos un despertador colectivo y un elixir que nos aclare las situaciones. Verán, se ha inventado un nuevo despertador que, en vez de usar el típico rin-rin, da manotazos. Manotazos físicos. Si no se levanta de la cama, una mano de goma (igualita que una real) le empieza a dar tortas en la cara hasta que usted no tenga mas remedio que abandonar el lecho. También puede emprenderla a puñetazos con su robot manual. Pero, a esas horas de la mañana, me temo que usted no tenga ganas de subirse a un ring. Si quiere abrir los ojos con calma, no encienda el transistor, no compre el periódico, no apriete el botón de la televisión. No ver, es no sufrir. No oír, es no sentir, y, no leer, una bendita ignorancia que le mantendrá al margen del mundo aunque usted se vea delante de un semáforo en verde. Pero la insistencia de la información nos trae imágenes que se van quedando en nuestra memoria cogidas con alfileres. La última secuencia que pasa por mi cabeza es un chiste. Ya ven. Hasta de la tragedia se pueden sacar sonrisas. Una revista humorística, asegura ser líder de la libertad de expresión, ha publicado en su portada a un joven con una copa en la mano. El dibujo parece un árbol de navidad agujereado con balas. Pensando en el tiempo que se acerca los humoristas han creado una fuente muy graciosa. El chico –puede ser árabe o francés- tiene el cuerpo como un colador después de una ráfaga de metralleta. De cada agujero de bala sale un chorrito de champán. Pues ya ven, una viñeta puede llegar a quitarme el sueño. Creo que los violentos terroristas suicidas que creen subir en una autopista al cielo, no destilan una bebida espumosa de sus heridas. Sus nombres –así es de triste la historia- estarán escrito entre los santos mártires de la Yihad. Usted y yo queremos que se haga justicia, que se encuentre a los que quedan pero, mientras llega ese momento, se lanzan bombas indiscriminadas contra el pueblo sirio. Todos no querían morir como una fontana italiana iluminada por las noches. Querían vivir en sus casas, cuidar a sus niños, trabajar en sus comercios… ahora vagan por el mundo esperando que alguien sin nombre les abra la puerta y los reciba. Estas historias las he pensado al ver, como una ama de casa mas, una situación cotidiana que ya ha dejado de ser normal. Todos somos cuestionables. Vivimos dentro de una locura colectiva.

Los países y los pueblos del mundo se comen unos a otros y así crecen. No me imagino un tinte para todo el globo terráqueo y, sin embargo, el poder y el miedo está unificando la tierra. Una pistola vale lo mismo que una hamburguesa. Dicen que a estos jóvenes suicidas les compran con dinero vulgar, bienestar para sus familias y sueños. Los que están detrás de ese comercio de juventud hace mucho que perdieron los ideales y el respeto a la vida ajena. Posiblemente –casi seguro-, por mucho que se busque en Francia o en Bélgica, los cerebros de los atentados están mucho más lejos. Los que han manejado los hilos físico de las explosiones son inocentes dispuestos al martirio. En el reino de Alá sólo entran los jóvenes agujereados con balas, el alcohol está prohibido en el Corán. La bebida la tomarán en el paraíso con las vírgenes huríes que les esperan. No puede salir de las heridas mortales champán. Los bombardeos a objetivos concretos –difícil de contar cuántos inocentes desaparecieron en un segundo intentando huir de las explosiones- están dirigidos por países que buscan la paz matando.

Creo que la dependienta del almacén de alimentos hubiera querido decir a los muchachos árabes lo siento y llegó tarde. Nuestra cabeza tiene que adaptarse a nuestras palabras. ¡Cuántas veces usted se da cuenta de que ha dicho lo que no quería! Su voluntad no se ha unido a su voz. Esta precipitación                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                hasta puede ocasionarle un desasosiego por su imprudencia. El inevitable lo siento creo que ha de ser muy rápido para que no se enquiste y sea como el viento que va y viene limpiando el aire a su paso.

Lo siento. Tengo la cabeza muy revuelta y quizás vea conspiraciones y ramas internacionales en tantos sucesos casualmente ocurridos. Otro secuestro en África mientras escribo estas líneas.

Quiero un despertador que me de un manotazo en la cara.

¿Quién será el santo de hoy? ¿Un mercenario, un yihadista o un misionero en Mali?