El escándalo de los dos Papas

Dicen que los católicos echan la culpa de todo a Dios y quizás es cierto, pero lo Iglesia no tiene mucho tiempo de pensar en el futuro -más bien le importa poco-, aunque en mi serie favorita, “El joven papa”, Markievich, convertido en Juan Pablo III, dice pensativo: “donde haya fragilidad, allí estará la Iglesia”. ¿Realmente es frágil la Iglesia? No. Es como un muro inamovible que no se torcerá nunca por muy extrañas circunstancias que la rodeen. Los dos grandes pilares que intentan “resquebrajar” estas inexpugnables paredes han sido, y siguen siendo, mas en el siglo XXI, el celibato y la presencia de la mujer dentro de la Iglesia. En el siglo X había muchos sacerdotes y obispos que tenían esposa. La Iglesia Católica hizo obligatorio el celibato sacerdotal en los concilios de Letrán de 1123 y 1139, celebrado en Roma. En aquellos años con esta medida la Iglesia conservó el poder y los ingresos que hubiera perdió, ya que los clérigos casados legaban propiedades de la iglesia a sus hijos. El tiempo cambia las costumbres y el celibato -obligado por la misma Iglesia, que no parece querer ni pretender cambiar- no es un dogma. Para Dios el tiempo es un minuto y debe de resultarle complicado entender a los hombres. ¿Qué opinará Dios de esta privación sexual natural? Una querencia que nada tiene de pecaminosa, pero que ha embadurnado con su obligatoriedad la moral de la Iglesia. Muchos de los grandes pecados y miserias se hubieran evitado si la Iglesia hubiera seguido creciendo con la naturalidad de los amigos de Jesús. Para Dios el tiempo es un...

La resurrección de Notre Dame

Los amigos más íntimos de Oteiza aseguraban que el artista era de una minuciosidad perfeccionista increíble. Quizás, por esa cualidad, en su casa abundan los esbozos previos de las obras, sus numerosas tizas seguidas, como grandes edificios en miniatura. Todas las diminutas piezas guardan en su elocuencia el misterio de la chispa no creada de la inspiración. Hay un número indefinido de pequeñas Andra Maris en escayola; el visitante del museo posiblemente ignore el por qué. Es casi seguro que tampoco lo sepa el peregrino que se acerca hasta el santuario de Aránzazu para rezar y admirar el grandioso frontispicio de los apóstoles coronado por la Piedad de Oteiza. Jorge era un hombre creyente y místico. No concebía este mundo sin la luz del final y, para él, esculpir a la Madre de Dios era un riesgo que le quitaba el sueño. Miguel Pelay Orozco, amigo y biógrafo del escultor, cuenta que era una placer ver al artista dar los últimos toques a su obra. Raramente se podía presenciar el febril final de una escultura, pero él –medio dormido en su estudio- pudo asistir el nacimiento de su Piedad. El artista se había levantado a las cinco de la mañana, ignoraba que su amigo estaba recostado en una silla al fondo de la estancia, y Pelay Orozco relata, así, aquellos minutos excitantes: “Concentrado en su tarea, rompía el molde de escayola que guardaba la imagen que había modelado como modelo definitivo para la realización en piedra, de su Piedad. Con los ojos brillantes y el rostro encendido, recordaba en aquel momento a algún personaje balzaquiano, quizá algún avaro encerrado...

Siempre llueve y escampa

Casualidad o no, todos los años llueve en Semana Santa. Con serenidad, esperamos las lágrimas de los sevillanos, malagueños o vallisoletanos que se restriegan los ojos ante la imposibilidad de sacar sus pasos llenos de flores y velas. La verdad es que es mala suerte. Lo más triste es que se anulen las representaciones de la Pasión viviente. Verá, yo tengo un remordimiento que nunca he podido pedir perdón a quién se lo causé. Una noche de Televisión-no sé si llovía o eran las lágrimas de la madre del Jesús de Balmaseda- en una tertulia televisiva se planteó el tema de Semana Santa y las costumbres tradicionales. Hubo dos grupos de invitados. Los que creía en Dios – una era yo- y los ateos. Cada uno expuso sus razones. A mi lado estaba una señora feliz. Su hijo iba a ser Jesús en la representación viviente. Y allí se armó. Los tertulianos encontraron ridículo ese teatro y, además, vulgar. La mujer que había acudido al programa, creyéndose protagonista, empezó a mirar a todos con los ojos a punto de salirse de las órbitas. Su hijo, su hijo guapo, alto y moreno, se estaba cuestionando ante una pantalla de televisión. Si a mí me remuerde la conciencia es porque yo también critiqué aquel espectáculo. Cuando volvimos a casa en el coche de producción la mujer lloraba sin parar, vomitó y no veía la hora de llegar a su casa. Aquella noche no dormí, avergonzada, porque llegué a “presumir” con los no creyentes de aquella fantochada. Más de una vez he pensado en la frase de “quien se avergüence de mí,...

“La experiencia es una llama que no alumbra sino quemando”.

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No se puede cambiar todo de un día para otro, pero la esperanza es un sueño que se derrama como un aire fresco que impregna con su limpieza la melancolía que llena los bancos vacíos de los templos.

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