Olite

Mi recuerdo de Olite era claro. Había ido numerosas veces con mi abuela Victoria, la esposa de mi abuelo Daniel, al que no conocí. Murió joven, un año antes de nacer yo. Me veo en la vendimia con 3 o 4 años (me dicen que es imposible siendo tan pequeña) pero yo estoy subida en un carro lleno de uva y miles de mosquitos alrededor que nos picaban con saña. Después, mi recuerdo va a los trece años. Íbamos cada verano a Olite a casa de mis tíos – primos de mi abuelo- Asunción, Consuelo y Paco Y Gregorio que siempre llevaba una boina roja. Recuerdo una casa antigua y una habitación preciosa con las paredes forradas de seda amarilla, sillas doradas y un piano, una casa preciosa. MI imaginación me llevaba a bailes cortesanos con vestidos largos y música de Sarasate. En el siguiente periodo yo tenía 13 años y con las tías íbamos a San Fermín. Adquirían una barrera, veíamos el encierro como marquesas en primera fila. Por la tarde íbamos al teatro Gayarre. Las tías, para que la taquillera les diera buenas entradas, le decían que en septiembre le iban a llevar un cestico con uvas. Supuestamente teníamos los mejores sitios. Vimos “La educación de los padres” de Paco Martínez Soria. Y veíamos “La educación de los Padres” de Paco Martínez Soria. Las tías se tiraban al suelo de risa, la abuela más discreta sonreía. Por la noche dormíamos en la casa parroquial del tío Juanito- hermano de las tías y que era cura de la iglesia de la Inmaculada en Pamplona. Solíamos estar unos tres...

28 de Junio

41 años no es una fecha redonda y, además, después de tanto tiempo, creo que sólo nos acordamos de que a José Mari Portell le asesinaron hoy, mis hijos y yo. Pero me gusta recordar la fecha, aunque sea con unas líneas. Pienso que quién le mató igual está tomando una cerveza en el sur, en el norte o dónde sea, porque nunca supimos quién fue. Quizás también se haya ido al más allá y, en esas conversaciones donde ninguno podemos asistir, le cuente la razón por la que le disparó tres tiros. Creo que José Mari no entendió, y nosotros tampoco. La vida, lo más bello que tenemos los seres humanos, no se puede robar con la impunidad de un ladrón inconfeso. En esta tierra, tan permisiva, nos hemos acostumbrado a todo. No hay jueces, ni pleitos, ni abogados capaces de descubrir a los asesinos. Eso pasa en las películas americanas (con lo promiscua que es su justicia). Aquí nos callamos, aceptamos, perdonamos, somos unos indefensos sufridores. ETA y el Gal han campeado a sus anchas sin culpas, ni condenas. Hasta el asesino del joven carlista Ricardo Pellejero en Montejurra. El asesino, el hombre de la gabardina -con nombre y apellido-, fue exculpado. Incluso se le consideró al morir víctima del terrorismo y a su mujer, le dieron una medalla por su contribución a la sociedad. Esas historias sólo pasan aquí, en una tierra que de tanto sufrir se ha quedado descoyuntada. Pienso que los recuerdos, a pesar de todo, permanecen. La Asociación de la Prensa y el Colegio de Periodistas de Euskadi creó hace años el Premio...

Las concertinas de Venezuela

HACE muchos, muchos años, tantos que ni me acuerdo, estuve en Venezuela. Conocí una Caracas caótica para conducir en coche y el mayor aeropuerto de aviones privados del mundo. Estaba invitada a almorzar en casa de unos vascos exiliados y, como en todos los países y casas del globo, la TV estaba en un lugar de honor. Allí, al lado de La Guaira, mientras comía una bolita de una especie de pan típico, las migas se me cayeron de la boca. En la pantalla aparecía el rey Juan Carlos abucheado en la casa de Juntas de Gernika. Me pareció una especie de cómic o un corta y pega de broma. Ahora es Venezuela la que no me permite ver sin espanto la situación que viven. Desde entonces, he seguido los vaivenes de un país que no terminaba de asentarse en su tierra. Movedizo, iba cambiando de presidentes mientras los venezolanos -a mí me parecieron pacíficos- iban aceptando a sus mandatarios con la calma obligada, a veces querida y otras no querida, que supuestamente habían elegido. Cuando Nicolás Maduro subió al poder, el mundo se enteró de que había un señor que gritaba mucho y hablaba continuamente de un país bolivariano en el que mandaba. Nicolás Maduro fue la gran incongruencia de América del sur. Un reyezuelo que no permitía que nadie viera su castillo ni osara abrir una ventana para ver qué pasaba dentro. Venezuela, que había sido el país rico de América Latina, se encuentra ahora sumida en la pobreza. El chavismo trajo a Venezuela todos los errores de la economía: corrupción, deuda pública, criminalidad, tráfico de cocaína, miseria e...

Por Dios y por la Patria, Franco se queda

Me he despertado con un sudor frío alarmante. Los temas funerarios me asustan mucho. Instintivamente me he llevado la mano a la boca y, como en las películas -yo no iba a ser menos-, me he sentado en la cama y he buscado un kleenex para quitarme el sudor que perlaba mi frente. El sueño que me había despertado tan aturdida estaba protagonizado por el Generalísimo Franco. Tanto hablar de su exhumación, me ha descolocado la cabeza. En mi pesadilla, tres hombres -posibles ladrones o fetichistas- vestidos de negro y cubiertos con capuchas y guantes también negros, abrían el mausoleo del Caudillo, levantando los 1500 Kg. de la losa con una especie de palanca enorme. Como expertos ladrones movieron la lápida, rompieron la tapa que cubría el ataúd, pasaron por alto lo acartonado del cadáver, le abrieron la boca y, con un delicado alicate, le sacaron los dientes de oro ubicados al final de la dentadura. Cuatro piezas de oro purísimo. Una vez conseguido el botín, salieron rápidamente y, sin cerrar la losa, desaparecieron con el mismo silencio que habían entrado. ¡Era el oro el causante de tanto revuelo! Contar los sueños, si te acuerdas, puede ser larguísimo. Evito las reliquias y demás historias macabras. Me levanto, pongo la cafetera y, mientras sale el café, enciendo la TV. En la primera imagen, Franco, en la capilla ardiente, recibiendo pleitesía de los españoles que aquel día de su muerte lloraban como Arias Navarro. Esto es totalmente real. Era un reportaje retrospectivo. He cerrado la TV y, ya con la taza en la mano, he encendido la radio. Manolo Escobar, cantaba...

Y ¿si Franco aparece por el Golfo de Vizcaya?

He meditado profundamente en los avatares que nos regala la historia. Usted sabe, como yo, que Franco era un dictador. Su mentalidad fascista, consiguió contaminar a la corona española. Como él era el dueño del cielo y de la tierra y todo lo creado, decidió que un digno sucesor de su brillante ideología (recuerde a Hitler y Mussolini, para no olvidar su patriotismo) sería un rey. Pero no un rey cualquiera, tenía que ser el rey que él – dueño del país- eligiera. Por orden sucesoria de la corona, el rey –quiero decir en línea directa- era Don Juan de Borbón, pero a Franco no le gustaba ese señor- “demasiado inteligente” pensó-, necesitaba un rey manejable como la plastilina. Y encontró a un chavalito rubito y con sonrisa bobalicona, que podía servir bastante bien a sus deseos. La verdad es que, al dictador, su esposa Sofía le parecía un poco mandona, como su madre, la reina Federica, pero ese tema ya lo arreglaría. Pero… Había más peros. El sucesor legal de la dinastía Borbón era Don Juan, pero -como Franco era Franco y después de él, sólo Dios- se cargó al padre y eligió como su sucesor al hijo. Dicho sea de paso, el hijo, Juan Calos I, tuvo unas enormes tragaderas para suplantar a su padre y, además (siempre hay unos cuantos, además), el padre estuvo obligado a jurar lealtad a su hijo, en una ceremonia que me produce sarpullido en la piel. El nuevo monarca, ejerció de jefe de estado interino, pegado continuamente al generalísimo y vestido como él, para que nadie olvidara su condición militar. Esto...