Adiós a las armas

Luego, después de muertos, les llamamos héroes. Nosotros hubiéramos preferido jóvenes que se hicieran hombres en sus hogares y esposas enamoradas. No queríamos niños huérfanos y viudas con medallas. Euskadi fue culpable de muchos delitos. Me duele inmensamente decirlo, pero negarlo hubiera sido falso. Alguien muy sabio decía que ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo y el silencio ha sido incoherente, negro, sin valentía. Los responsables políticos raramente han condenado contundentemente la violencia de ETA. Esos chicos, ¡qué vamos a hacer con estos chicos! Han tenido que pasar muchos años para que haya una valiente declaración de rechazo. Después ha sido más fácil el perdón público a las víctimas. Hace diez años me emborraché con champán –cava como se dice correctamente si la botella no es francesa–. Estaba ebria de felicidad: ETA abandonaba las armas. Ante los criminales hay que tomar partido, pero nunca, hasta estos últimos años, algunas formaciones políticas de esta tierra han hecho nada para que ETA desaparezca. Las víctimas de ETA han servido para conseguir más votos, eran manejadas como muñecos de guiñol. Utilizadas en campañas electorales, mientras la organización terrorista se ponía temporalmente una piel de cordero. Se olvidan los casi mil asesinatos. Gracias a Dios, no a los hombres, la cordura llegó a unos violentos que querían dejar de serlo porque habían apuntado directamente a los ojos de inocentes. Fueron los demonios particulares que confundieron la paz con falsos derechos humanos –¡algo habrá hecho!–, ya las palabras nos sobran. No me voy a volver a emborrachar, pero, sí tomaré una copa por la persona –alguien anónimo, sin...

28 de Junio

41 años no es una fecha redonda y, además, después de tanto tiempo, creo que sólo nos acordamos de que a José Mari Portell le asesinaron hoy, mis hijos y yo. Pero me gusta recordar la fecha, aunque sea con unas líneas. Pienso que quién le mató igual está tomando una cerveza en el sur, en el norte o dónde sea, porque nunca supimos quién fue. Quizás también se haya ido al más allá y, en esas conversaciones donde ninguno podemos asistir, le cuente la razón por la que le disparó tres tiros. Creo que José Mari no entendió, y nosotros tampoco. La vida, lo más bello que tenemos los seres humanos, no se puede robar con la impunidad de un ladrón inconfeso. En esta tierra, tan permisiva, nos hemos acostumbrado a todo. No hay jueces, ni pleitos, ni abogados capaces de descubrir a los asesinos. Eso pasa en las películas americanas (con lo promiscua que es su justicia). Aquí nos callamos, aceptamos, perdonamos, somos unos indefensos sufridores. ETA y el Gal han campeado a sus anchas sin culpas, ni condenas. Hasta el asesino del joven carlista Ricardo Pellejero en Montejurra. El asesino, el hombre de la gabardina -con nombre y apellido-, fue exculpado. Incluso se le consideró al morir víctima del terrorismo y a su mujer, le dieron una medalla por su contribución a la sociedad. Esas historias sólo pasan aquí, en una tierra que de tanto sufrir se ha quedado descoyuntada. Pienso que los recuerdos, a pesar de todo, permanecen. La Asociación de la Prensa y el Colegio de Periodistas de Euskadi creó hace años el Premio...

Adiós, amor

Mientras el café entraba deliciosamente por mi garganta, Ángel, un hombre al que no había visto nunca, introducía suavemente y con amor infinito, una pajita en los labios de su mujer Mari José. No temblaba al sostener el vaso en las manos. -Cariño, no temas -le decía-, al principio te parecerá amargo, pero… Y su mujer le miraba y afirmaba con un gesto de agradecimiento y paz. Después el silencio. Ángel cerró los ojos de la mujer que más había querido en su vida. -Ya todo ha terminado, amor. La besó y llamó a la policía.   Son las 8 de la mañana he sentido vergüenza al mirar la TV.  No he podido terminar el café y las dos tostadas que me esperaban en el plato. No sabía qué hacer. Quizás arrodillarme, pero, como si mi cuerpo se quedara rígido, como el de aquella mujer que me había mirado hacía tres segundos, no he podido moverme. Creo, ya no sé, que he llorado, he llorado por ver en directo el amor. Aquel hombre que acababa de conocer, en el momento más difícil de su vida, se había dejado llevar por el corazón. En la portada de un disco de Bob Marley que tengo cerca de mi mesa de trabajo, hay una frase que más de una vez me ha servido: “No sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es la única opción que tienes”. Habían pasado muchos años en la eterna duda de la legalidad, pero la legalidad es neutra, fría, ambigua. La legalidad no siempre sabe de amor y ternura. En su memoria, aún quedaban los...

¡SI EN MI NOMBRE!

En el año 2005 publiqué un artículo que titulé “¡No en mi nombre!”. Lo copio para que quede clara mi postura entonces y ahora, porque no he cambiado. “No te inquietes, me digo al levantarme. La paciencia es una virtud y tiene su recompensa. Serénate, me repito al acostarme por la noche. Mira lo positivo de la vida, la buena voluntad de los hombres, y… al fin, como no soy santa, ni una mujer que desea dejar huella por su comportamiento, me rebelo, me enfado y siento unas enormes ganas de patear como los niños pequeños. No puedo resignarme al silencio. La resignación –decía Balzac- es un suicidio cotidiano y yo no quiero morirme ahora. Estoy harta del victimismo de algunas víctimas del terrorismo. Estoy aburrida de este telón de fondo lleno de lágrimas que utiliza algún partido político para rentabilizar su incoherencia. No se puede manejar el dolor como un slogan publicitario. No se puede levantar a casi un millón de personar para enrabietarse juntos y utilizar a los otros –a mí, por ejemplo- para unos propósitos poco limpios. No en mi nombre. Tú, un señor de Madrid, una señora de Guadalajara, un joven de Andalucía –me da igual el lugar que sea-, tú no puedes abanderar mi pena. Tú, que no tienes ni idea de lo que es tener entre las manos un ser querido ensangrentado, tú, no puedes ir en mi nombre. Tú, que pretendes que todo siga igual, no eres quién para representarme. No en mi nombre. No en el nombre de mis hijos que perdieron a su padre. No, no, y no en mi...

Nací hace 40 años un día como hoy

Nací el 28 de junio de 1978 y estoy viva desde entonces gracias a escribir. La verdad es que me di poca cuenta de que podía seguir respirando y, hasta soñando, gracias a esas cosas que se llaman letras y literariamente podría buscar una palabra más bonita para definirlas, pero no quiero hacer literatura. No estaba preparada para nacer, era una mujer simple, madre de cinco hijos y hasta un poco cursi. Pensaba en flores, en ponerme flores en el pelo y ser una especie de princesa que siempre rompía el zapato de cristal por torpe. Asesinaron a mi marido, ese 28 de junio, y empecé a ser yo sola. Yo misma. Una mujer a la que no conocía de nada. Como en los personajes de sueño, la miraba desde arriba y me sorprendía porque me resultaba extraña. ¡Pobrecilla! –pensaba-, se va a hacer agua de tanto llorar. Han pasado 40 años y por primera vez he contado las teclas del ordenador. Hay 28, sin los números, los puntos, los acentos. Las exclamaciones, los interrogantes… Usted dirá ¿Por qué? Esas 28 teclas del ordenador me ayudaron a sentirme el centro del mundo y la más desgraciada del mundo. “28, 28 y 28” Cuando estoy frente a la pantalla sonrió, lloro y suspiro. Soy escritora. Nunca me hubiera atrevido a poner esta palabra en mi biografía. Aún recuerdo cuando debajo de uno de mis artículos apareció en el periódico: periodista y escritora. Ese honor me lo habían dado unas novelas, pero yo creía que mi profesión era periodista. Una sensación muy especial porque cuando fui a la universidad a estudiar yo...