El último concierto de las elecciones

Me pareció un amigo. Ennio Morricone, sentado en una silla y con la batuta en la mano, era el mago cercano. El artista que nos había llevado de la mano, cuando éramos niños, a nuestras primeras citas con el cine. En el Teatro Guridi de Baracaldo, conocí a un joven huraño, con ojos azules que hacia guiños al sol y vestía un poncho. Salí con la música en mi cabeza. Volví a ver al mismo actor, Clint Eastwood, y regresé a casa intentando repetir un silbido. Luego vi otra, y otra, y otra más. Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno, el malo y el feo…. ¿Me gustaban las películas de vaqueros? No, era la banda sonora que me había atrapado para ser protagonista de un mundo, que yo creía, exclusivo de los actores. Después comprendí que Cinema Paradiso no hubiera sido la misma sin la melancolía de las cuerdas, los violines que evocaban el pasado, el recuerdo que encadenaba la historia; ni Los intocables de Eliot Ness, con la intensidad, la emotividad extraña dentro de la crueldad en aquel ritmo fuerte. La prodigiosa mirada de Marcello Mastroianni -su última película, sabiendo que era la última- envuelta en el fado de Dulce Pontes, ese sutil golpe de efecto que Morricone logra en Sostiene Pereria. Tampoco fueron para olvidar los ojos, llenos de lágrimas y seguridad, de Jeremy Irons mientras la música de La misión nos llenaba el corazón de grandeza en un instante sublime. Y así más de 200 bandas sonoras, donde siempre los espectadores quedábamos atrapados en una atípica melodía que no se...

Buenas noches, Xabier

¿Qué has sentido al llegar al más allá? Es tu secreto. Sé que allí encontrarás interlocutores más inteligentes que los mediocres políticos que nos has dejado. Quiero pensar, que en el otro lado te esperaban  Luis Mari Retolaza y  Juan Ajuriaguerra. Ellos sabían quién eras, te respetaban y querían, y juntos habréis empezado hablar de esos 86 años que has vivido amando entrañablemente a Euskadi y al partido, sin pedir nunca nada a cambio. Quizás ellos fueron en verdad tus grandes amigos, que no hicieron trampas para quitarte de líder. Fuiste un gran líder. Igual  hasta te riñen un poco, por no saber preparar tu sustitución. Era un trabajo difícil y raramente se piensa en el después. Vivías en un mundo de ideas, exigente, con una inteligencia fuera de lo común. Elegante, con una eterna sonrisa a medio hacer, jugando con la ironía, la agudeza y la inteligencia. Con tu gesto  un poco adusto, en la intimidad eras cercano, afable y reías con espontaneidad con los chistes de todos los colores -verdes, marrones y amarillos-;  vivías en tensión, controlando hasta el mínimo gesto en público. Quizás estabas solo. Te tenían tanto respeto que nadie se atrevía a contradecirte, aunque luego, detrás de tu enorme sombra, conspiraban contra ti. ¡Qué fácil es ser amigo, sin serlo, dar palmaditas en la espalda, sin atreverse a dar un abrazo fuerte de cariño! Nadie pudo ponerte ni una mota de corrupción en el libro de tu vida profesional. Los negocios no iban con tu modo de ser de navarro austero y los números -con tantas cifras de ceros-, que llenan este país de...

A las cruzadas por la unidad

La manifestación del domingo cambió, a última hora, los slogans contra los catalanes por “Elecciones ya” y “Stop a Sánchez”. Pablo Casado, como un Don Pelayo trasnochado, hablaba a la muchedumbre, con lenguaje heroico: “Hoy empieza la reconquista del corazón que ha dicho basta”. Albert Rivera gritaba que “el tiempo se ha acabado” y Abascal que hay que “echar al okupa Pedro Sánchez de la Moncloa”. Las banderas nacionales desfilaron por Madrid, acompañadas de enseñas de la guardia civil y de los tercios de Flandes. Mientras la delirante marcha pedía la detención de Quin Torra y el adelanto de las elecciones, el presidente del gobierno, a la misma hora, manifestaba en Santander: “El gobierno trabaja para unir a los españoles y no para separarlos”. Creo que estamos al borde de una cruzada. ¿Qué se puede hacer? Si usted puede con Dios hablar… -la canción sigue de música de fondo- pregúntele, de paso por favor, qué haría en este país complicado o tan terriblemente simple. Seguro que le respondería que es la cuestión de siempre: el poder. Nada más que el poder. El Partido Popular quiere el poder y ha decidido que le gusta insultar. Ciudadanos, más sumiso, quiere el poder, Vox quiere el poder sin más zarandajas y ha encontrado la insólita formula de humillar a la mujer. El presidente Pedro Sánchez no quiere, por nada del mundo, bajarse del sillón de mando. Todos gritan a la vez y han decidido que, el problema no es de ellos, ni de su deseo de arrastrarse hasta la Moncloa. No, nada eso, para la derecha el problema son los catalanes. Ellos,...

La guardadora de silencios

No, por favor, que no se lleven a Pedro Duque. Se pierde en un instante la magia etérea. Ese instante en que entre los nuevos ministros vimos su cara de científico despistado que no sabía encajar en la foto oficial. Cuando nos dijeron que iba a ser ministro un astronauta, una astronauta de verdad, que había viajado al espacio, que desde el cielo había visto lo pequeña que es la tierra, un astronauta, además, español, que había estado cerca las estrellas que… No. Ese no. No puedo pensar que Pedro Duque, un hombre que ha trascendido la tierra, que ha estado cerca de mil millones de estrellas en torno a la galaxia de Andrómeda, que ante sus ojos el amanecer y el anochecer dura 45 minutos, un hombre que ha aprendido a pensar mejor que los demás hombres en la ingravidez del espacio, un hombre que es capaz de decir, sin que se le mueva un músculo de la cara, que “la gente no concibe que podamos influir en las cosas del cielo”. No, Pedro Duque, que ha paseado por la Vía Láctea, y que desde el cielo ha percibido el mundo pequeño “porque hay tantos planetas como granos de arena en una playa”. Aunque, como me decía Juanjo Benítez: “en el cielo no hay democracia, ni derechas, ni izquierdas”. J.J.Benítez, como le llaman sus lectores, es compañero de universidad y amigo desde que teníamos 17 años. La semana pasada vino a cenar con su mujer Blanca, y siempre, aunque no queramos, hablamos de libros y nos vamos a otros mundos. Al final las frases se quedan diseminadas por...

El equinoccio de septiembre

Volver a escribir es como soltar una caja de canicas de colores. Todas buscan una esquina dónde quedarse quietas. Creo que las letras de mi ordenador también están un poco temblorosas, no saben qué decirme ahora que yo pretendo decir cosas con ellas. Siento que tintinean perezosas, como las estrellas. El día de San Lorenzo fui a La Arboleda para ver la lluvia de estrellas fugaces. Vi seis. Una tan luminosa que llenó de luz la campa donde nos habíamos sentado. Alguien dijo que cuando se ve una estrella fugaz, significa que la estrella se muere. Sentí pena, aunque quedaban muchísimas en el cielo. Pedí seis deseos para mis hijos y mis hermanos, porque no se puede pedir a las estrellas deseos personales. Entonces –quizás por nuestro egoísmo- no se cumplen. Ahora espero que pasen los días para recibir las buenas noticias que me han regalado las Persiades. En septiembre el mundo está equilibrado. El día 23, es el inicio del equinoccio de otoño. En todos los lugares de la tierra, es la única fecha que tiene las mismas horas de día que de noche. En la Edad Media, este comienzo estaba bajo la protección del Arcángel Gabriel. Los griegos creían que Deméter, la madre tierra, comenzaba su época de melancolía porque tenía que volver con su esposo Hades, el invisible, al que no quería, seis meses cada año por haber comido seis granos de granada. Pero después de este tiempo, volvía con guirnaldas de flores y traía la primavera. En el Gobierno de este país de nuestros sustos, cada ministro se ha debido de comer la granada entera...