Un cartel de fiestas sin Mari Jaia

En el bolsillo del hábito Son Valentina llevaba siempre a la Santa. En un programa de fiestas de mano, muy dobladito, guardaba la imagen de Mari Jaia. Y se la llevó a su país hace algunos años, convencida fervorosamente de que ella era la santa de Bilbao. Este año su imaginaria deidad, no está en ningún anuncio festivo, Me pregunto si se ha iniciado un cambio de los símbolos en la villa. Suena una campana mientras leo el periódico. En una página se anuncia el programa de las próximas fiestas de la Aste Nagusia. Sonrío recordando el Día Grande de hace unos años –no tantos- de Valentina –en la vida religiosa Sor Valentina- quien llegó a Bilbao hace un tiempo en un día de junio. Llovía y echaba en falta el sol de Uruguay. La madre general la trasladó a Bilbao, aunque era novicia, para que conociera un poco de mundo. Era muy ingenua cuando voló por primera vez en el avión. Vio tantas nubes que pensó en la posibilidad de encontrar un angelito sentado en aquel algodón blanco y azul. La maestra de novicias estaba un poco –o más bien un mucho- preocupada porque Valentina adelantaba muy lentamente en su adaptación conventual. Una mañana de agosto le llamó a su despacho: -Hermana, he pensado que hoy que es el día grande de Bilbao va a salir a hacer algún recadito y así ve el ambiente. Quiero que traiga unos caramelos de Santiaguito para que se cure la tos de Sor Inés. Sor Valentina aún sabía muy poco de la villa, fue bajando por Hurtado de Amezaga. Le encantaban...

Siempre llueve y escampa

Casualidad o no, todos los años llueve en Semana Santa. Con serenidad, esperamos las lágrimas de los sevillanos, malagueños o vallisoletanos que se restriegan los ojos ante la imposibilidad de sacar sus pasos llenos de flores y velas. La verdad es que es mala suerte. Lo más triste es que se anulen las representaciones de la Pasión viviente. Verá, yo tengo un remordimiento que nunca he podido pedir perdón a quién se lo causé. Una noche de Televisión-no sé si llovía o eran las lágrimas de la madre del Jesús de Balmaseda- en una tertulia televisiva se planteó el tema de Semana Santa y las costumbres tradicionales. Hubo dos grupos de invitados. Los que creía en Dios – una era yo- y los ateos. Cada uno expuso sus razones. A mi lado estaba una señora feliz. Su hijo iba a ser Jesús en la representación viviente. Y allí se armó. Los tertulianos encontraron ridículo ese teatro y, además, vulgar. La mujer que había acudido al programa, creyéndose protagonista, empezó a mirar a todos con los ojos a punto de salirse de las órbitas. Su hijo, su hijo guapo, alto y moreno, se estaba cuestionando ante una pantalla de televisión. Si a mí me remuerde la conciencia es porque yo también critiqué aquel espectáculo. Cuando volvimos a casa en el coche de producción la mujer lloraba sin parar, vomitó y no veía la hora de llegar a su casa. Aquella noche no dormí, avergonzada, porque llegué a “presumir” con los no creyentes de aquella fantochada. Más de una vez he pensado en la frase de “quien se avergüence de mí,...

Fue la primera mujer valiente que con naturalidad se dedicó a la difícil labor de ayudar a las mujeres que habían elegido el viejo oficio para no morir de hambre.

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