Nací hace 40 años un día como hoy

Nací el 28 de junio de 1978 y estoy viva desde entonces gracias a escribir. La verdad es que me di poca cuenta de que podía seguir respirando y, hasta soñando, gracias a esas cosas que se llaman letras y literariamente podría buscar una palabra más bonita para definirlas, pero no quiero hacer literatura. No estaba preparada para nacer, era una mujer simple, madre de cinco hijos y hasta un poco cursi. Pensaba en flores, en ponerme flores en el pelo y ser una especie de princesa que siempre rompía el zapato de cristal por torpe. Asesinaron a mi marido, ese 28 de junio, y empecé a ser yo sola. Yo misma. Una mujer a la que no conocía de nada. Como en los personajes de sueño, la miraba desde arriba y me sorprendía porque me resultaba extraña. ¡Pobrecilla! –pensaba-, se va a hacer agua de tanto llorar. Han pasado 40 años y por primera vez he contado las teclas del ordenador. Hay 28, sin los números, los puntos, los acentos. Las exclamaciones, los interrogantes… Usted dirá ¿Por qué? Esas 28 teclas del ordenador me ayudaron a sentirme el centro del mundo y la más desgraciada del mundo. “28, 28 y 28” Cuando estoy frente a la pantalla sonrió, lloro y suspiro. Soy escritora. Nunca me hubiera atrevido a poner esta palabra en mi biografía. Aún recuerdo cuando debajo de uno de mis artículos apareció en el periódico: periodista y escritora. Ese honor me lo habían dado unas novelas, pero yo creía que mi profesión era periodista. Una sensación muy especial porque cuando fui a la universidad a estudiar yo...

El baile del príncipe

La noche es preciosa y estoy tomando una piña colada con unos cacahuetes salados. Un cantante en directo interpreta “Extraños en la noche”. Se está bien y no apetece dormir. El camarero me trae otro platito de Manises. A mi lado hay un matrimonio elegante. Delgados los dos con esa distinción del señorío. Están serios sin mirar a ningún sitio y toman un gin-tonic. Les acompaña un niño con síndrome de Down. Puede tener 30 años, 40 -cualquier edad, porque es un niño- toma una coca cola y todo su cuerpo baila: las manos, los pies, la cabeza. Lo padres inmóviles, en sí mismos. El chico viaja dentro de la canción, temo que de un salto y vuele. Está en otro mundo. Un mundo en el que ha crecido viendo lo que le rodea con distintos ojos. Su mirada de chinito es toda bondad, se ve que es educado, aunque no sabe lo que está bien o no. Lo imagino por la mañana tomando el sol agradecido del calor suave en su cara. No piensa en ponerse bronceado para estar más guapo, pero adivino que le han brillado los ojos al saltar a la piscina por la mañana, sentir el agua helada y salir corriendo mientras su madre le arropa con una toalla. Es posible que venga de algún país de niebla y sus padres han querido traerle a una isla. Quiero creer que se ha emocionado desde la ventanilla del avión viendo las nubes algodonosas. Quiero creer que él -con su fantasía de niño- ha anhelado abrir el cristal y pasearse por aquel cielo blanco y azul, un...

Todo fue tan mágico y bonito que pensé “si vuelvo la cabeza seguro que ya no está porque era un cuento”.

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Sigo extrañándome cuando en el espejo me mira una mujer que no conozco.

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