El equinoccio de septiembre

Volver a escribir es como soltar una caja de canicas de colores. Todas buscan una esquina dónde quedarse quietas. Creo que las letras de mi ordenador también están un poco temblorosas, no saben qué decirme ahora que yo pretendo decir cosas con ellas. Siento que tintinean perezosas, como las estrellas. El día de San Lorenzo fui a La Arboleda para ver la lluvia de estrellas fugaces. Vi seis. Una tan luminosa que llenó de luz la campa donde nos habíamos sentado. Alguien dijo que cuando se ve una estrella fugaz, significa que la estrella se muere. Sentí pena, aunque quedaban muchísimas en el cielo. Pedí seis deseos para mis hijos y mis hermanos, porque no se puede pedir a las estrellas deseos personales. Entonces –quizás por nuestro egoísmo- no se cumplen. Ahora espero que pasen los días para recibir las buenas noticias que me han regalado las Persiades. En septiembre el mundo está equilibrado. El día 23, es el inicio del equinoccio de otoño. En todos los lugares de la tierra, es la única fecha que tiene las mismas horas de día que de noche. En la Edad Media, este comienzo estaba bajo la protección del Arcángel Gabriel. Los griegos creían que Deméter, la madre tierra, comenzaba su época de melancolía porque tenía que volver con su esposo Hades, el invisible, al que no quería, seis meses cada año por haber comido seis granos de granada. Pero después de este tiempo, volvía con guirnaldas de flores y traía la primavera. En el Gobierno de este país de nuestros sustos, cada ministro se ha debido de comer la granada entera...

Nací hace 40 años un día como hoy

Nací el 28 de junio de 1978 y estoy viva desde entonces gracias a escribir. La verdad es que me di poca cuenta de que podía seguir respirando y, hasta soñando, gracias a esas cosas que se llaman letras y literariamente podría buscar una palabra más bonita para definirlas, pero no quiero hacer literatura. No estaba preparada para nacer, era una mujer simple, madre de cinco hijos y hasta un poco cursi. Pensaba en flores, en ponerme flores en el pelo y ser una especie de princesa que siempre rompía el zapato de cristal por torpe. Asesinaron a mi marido, ese 28 de junio, y empecé a ser yo sola. Yo misma. Una mujer a la que no conocía de nada. Como en los personajes de sueño, la miraba desde arriba y me sorprendía porque me resultaba extraña. ¡Pobrecilla! –pensaba-, se va a hacer agua de tanto llorar. Han pasado 40 años y por primera vez he contado las teclas del ordenador. Hay 28, sin los números, los puntos, los acentos. Las exclamaciones, los interrogantes… Usted dirá ¿Por qué? Esas 28 teclas del ordenador me ayudaron a sentirme el centro del mundo y la más desgraciada del mundo. “28, 28 y 28” Cuando estoy frente a la pantalla sonrió, lloro y suspiro. Soy escritora. Nunca me hubiera atrevido a poner esta palabra en mi biografía. Aún recuerdo cuando debajo de uno de mis artículos apareció en el periódico: periodista y escritora. Ese honor me lo habían dado unas novelas, pero yo creía que mi profesión era periodista. Una sensación muy especial porque cuando fui a la universidad a estudiar yo...

Siempre llueve y escampa

Casualidad o no, todos los años llueve en Semana Santa. Con serenidad, esperamos las lágrimas de los sevillanos, malagueños o vallisoletanos que se restriegan los ojos ante la imposibilidad de sacar sus pasos llenos de flores y velas. La verdad es que es mala suerte. Lo más triste es que se anulen las representaciones de la Pasión viviente. Verá, yo tengo un remordimiento que nunca he podido pedir perdón a quién se lo causé. Una noche de Televisión-no sé si llovía o eran las lágrimas de la madre del Jesús de Balmaseda- en una tertulia televisiva se planteó el tema de Semana Santa y las costumbres tradicionales. Hubo dos grupos de invitados. Los que creía en Dios – una era yo- y los ateos. Cada uno expuso sus razones. A mi lado estaba una señora feliz. Su hijo iba a ser Jesús en la representación viviente. Y allí se armó. Los tertulianos encontraron ridículo ese teatro y, además, vulgar. La mujer que había acudido al programa, creyéndose protagonista, empezó a mirar a todos con los ojos a punto de salirse de las órbitas. Su hijo, su hijo guapo, alto y moreno, se estaba cuestionando ante una pantalla de televisión. Si a mí me remuerde la conciencia es porque yo también critiqué aquel espectáculo. Cuando volvimos a casa en el coche de producción la mujer lloraba sin parar, vomitó y no veía la hora de llegar a su casa. Aquella noche no dormí, avergonzada, porque llegué a “presumir” con los no creyentes de aquella fantochada. Más de una vez he pensado en la frase de “quien se avergüence de mí,...

El baile del príncipe

La noche es preciosa y estoy tomando una piña colada con unos cacahuetes salados. Un cantante en directo interpreta “Extraños en la noche”. Se está bien y no apetece dormir. El camarero me trae otro platito de Manises. A mi lado hay un matrimonio elegante. Delgados los dos con esa distinción del señorío. Están serios sin mirar a ningún sitio y toman un gin-tonic. Les acompaña un niño con síndrome de Down. Puede tener 30 años, 40 -cualquier edad, porque es un niño- toma una coca cola y todo su cuerpo baila: las manos, los pies, la cabeza. Lo padres inmóviles, en sí mismos. El chico viaja dentro de la canción, temo que de un salto y vuele. Está en otro mundo. Un mundo en el que ha crecido viendo lo que le rodea con distintos ojos. Su mirada de chinito es toda bondad, se ve que es educado, aunque no sabe lo que está bien o no. Lo imagino por la mañana tomando el sol agradecido del calor suave en su cara. No piensa en ponerse bronceado para estar más guapo, pero adivino que le han brillado los ojos al saltar a la piscina por la mañana, sentir el agua helada y salir corriendo mientras su madre le arropa con una toalla. Es posible que venga de algún país de niebla y sus padres han querido traerle a una isla. Quiero creer que se ha emocionado desde la ventanilla del avión viendo las nubes algodonosas. Quiero creer que él -con su fantasía de niño- ha anhelado abrir el cristal y pasearse por aquel cielo blanco y azul, un...