Un rincón del mundo para un idioma. Artesanía, amor y flores en El Valle de Arán

Aunque en primavera la nieve sólo queda en la punta de los picos, aquí se vive soñando dentro de una nube blanca.

Es primavera en el Val d´Aran. El sol acaricia los montes sin premura para que la nieve se deslice mansamente por sus laderas. El paisaje parece un pastel de merengue y chocolate en las manos de un niño goloso. Sin prisa, el verde se va asomando y mil tonalidades surgen de la tierra en que han estado escondidas con mantos blancos desde el otoño. Los pueblos del valle son pequeños, con pocos habitantes, y las casas –preciosas, de madera y tejado de piedra- juegan al corro en torno a iglesias con campanarios puntiagudos. Todos son bonitos: Bossost, Les, Canejan, Sant Joan de Toran, Porcingles, Bausen, Salardú, Bagergue… En cada uno de ellos es posible perderse dulcemente y esperar hasta que la nieve traiga a los esquiadores y termine el hechizo para empezar otro blanco y brillante. Un blanco distinto, extrañamente distinto, aunque no se mueva de lugar. Siempre hermoso, como una leyenda. Al mirar el mapa sabes que estás en la provincia de Lleida, pero, si cierras los ojos y escuchas, te extrañan las palabras. No hablan francés, ni catalán o español. Aquí hablan arenés.

El aranés es una variante de la lengua occitana. Se habla en el valle desde el siglo XI. Es un idioma musical que recuerda al francés, al catalán… pero es diferente. El valle mira a Francia más que a España y se reparte con ella el río Garona, los Pirineos y un algo de exquisitez y exclusividad que no es comparable con nada. El valle parece un lugar lejos del mundanal ruido. El aranés es la lengua oficial del Valle. Un Valle que desde 1313 tiene su carta magna particular, la Querimonia, que fue el primer código escrito. Un real privilegio que permitía al valle su autogobierno en aspectos cotidianos y su idioma. El Estatuto Catalán en 1978 consideró que “el habla aranesa será objeto de enseñanza y protección”. Imponer el aranes –con el catalán y el español- como lengua oficial en 2010, tuvo problemas colaterales. Algunas familias se negaron a que sus hijos estudiaran en las escuelas –por obligación- el aranés y se fueron del valle. Pero, gracias a la fuerza de voluntad de la ancestral tradición, hoy todos –niños, jóvenes y ancianos- hablan el idioma que heredaron.

Viaje sin rumbo por las carreteras del Val d´Aran. Hay 90 hoteles, 7 campings, 33 núcleos de población. Encontrará algunos pueblos vacíos. La administración del valle esta dividida en terçons. Cada terçon (tercio) tiene derecho a elegir a sus representantes según el número de habitantes. Antes elegían un cónsul, ahora, un síndico. En importancia lo primero es el síndico, después están los consellers. Un terçon puede decidir la forma de gobierno.

Deje que su coche entre por caminos retorcidos que en su inaccesibilidad consiguieron retener el idioma, la pureza del paisaje y las tradiciones. Si le gusta andar, hay infinidad de rutas para hacer senderismo dentro de este gran océano de montañas. Coja un mapa y piérdase sin prisa. Escoja pueblos al azar y seguro que descubre casas de cuento, cascadas de deshielo y lugareños que miran el paisaje con la satisfacción de saber que es suyo.

Encontrará Bossòst con una iglesia románica del siglo XII. Hay una ruta exclusiva de románico, el gran patrimonio del Valle, con cruces, murales y espectaculares imágenes de Jesús. La más doliente está sujeta por manos anónimas; ahora así lo parecen, pero fueron los dedos de José de Arimatea, María Virgen, Magdalena y San Juan. Es un torso que queda de una representación monumental del Descendimiento de la Cruz. Es el Cristo de Mijarán en San Miquèu de Vielha. El conjunto escultórico parece que tuvo más de dos metros.

En Boúsen quedaron rumores de besos y lágrimas. Teresa y Francisco se amaban desde niños pero no podían casarse porque eran primos. El cura del pueblo, a cambio de dinero, les propuso una dispensa papal. Como la pareja no tenía dinero decidió vivir en el pueblo sin la bendición de la iglesia. Tuvieron dos hijos. Teresa murió a los 33 años y quiso que se le enterrara en su pueblo, pero el mismo cura que no consintió el matrimonio se negó a recibirla en el camposanto. Al margen de credos, su marido, ayudado por todo el pueblo, construyó un cementerio civil en lo alto del valle. En la lápida puede leerse: “A mi amada Teresa” 10 de mayo de 1916. Francisco murió durante la guerra en Francia. Eran tiempos de Dictadura y nunca pudo descansar al lado de Teresa como era su deseo. Pero cuentan que cada día de San Pedro, el patrón del pueblo, viene un señor francés y se sienta en el último banco de la iglesia. Una iglesia que hace muchos años tenía una bóveda de estrellas y dos puertas, una para las mujeres y otra para los hombres. La misma costumbre seguía en el interior del templo. Los hombres en el coro y las mujeres abajo, en sillas. El último señor que venía de Francia aseguran que era el biznieto de Teresa. Pero antes fueron los hijos, y luego los nietos, los que no faltaban a la cita anual. Al salir, con el silencio respetuoso del pueblo, un señor que, a pesar de sus muchos años, sigue viniendo al valle, sube lentamente para llevar una rosa al cementerio de los amantes de Boúsen. Sobre la tumba de Teresa hay flores frescas todos los días del año. Para los amantes de Baúsen no hubo iglesia capaz de romper el amor. El pueblo está orgulloso de haber vencido a creencias y demostrar que lo importante es quererse.

He visitado con Gabriel Bosch el cementerio de los amantes de Boúsen. Hace sol y no da tristeza. La tumba, sola en medio del valle, trasmite serenidad y una extraña melancolía que llena el pueblo de paz. Gabriel no ha querido irse del pueblo. Junto a él se ha desarrollado una peculiar comunidad. Es como un hippie que vive intentando despertar en el pueblo las tradiciones y la artesanía del Valle. Su compañera Mercedes Sanz y Raquel Velázquez tienen un taller en una casona antigua. Son artesanas nuevas. Hacen cestos y trabajan los espinos, el brezo, las ramas de pino, el abedul y las flores azules. Son artistas que convierten los canastillos en fantásticos bolsos de calle, vanguardistas y fruteros, que no necesitan fruta por su belleza decorativa. En una casa cercana, Carmen Bonifaci teje la lana como se hacía hace cien años en el valle. Bufandas, gorros, mantas. Preciosos trabajos hechos con la lana del valle.

Baúsen es un pueblo con calles sin trazo, caminos que van subiendo al monte y conservan el mismo sabor que tuvieron con sus tejados de pizarra, las flores en la entrada de la puertas y un santo y seña que cuida a los habitantes del interior. Dos hojas bendecidas el domingo de ramos que parecen iniciar el dibujo de un corazón. Es como un eguzkilore contra el mal de ojo.

En St. Joan de Toran con casitas de madera y flores en las laderas pensará que está dentro de un cuento. Haga una excursión a la Artiga de Lin para visitar la cascada dels Uelhs deth Joeu. Escuche como canta el agua mientras baja del monte. Está muy fría porque hace muy poco tiempo era hielo. Es una sorpresa en el camino porque cuando el agua se hace rio se esconde debajo de tierra y, después de unos kilómetros vuelve a aparecer. Merecen la pena las curvas para llegar. Hay parkins, zonas para pignic con la familia, posibilidad de pescar y lugares de juegos para los niños.

Si le gusta la gastronomía, aquí en el valle se hacen quesos exquisitos. En Bagergue, el pueblo mas alto (1.419 m.), hay una quesería artesanal donde se ha recuperado el típico queso aranés con la calidad de la leche del Pirineo de Lleida. Con la técnica francesa del affinage, cada queso se baña en una mezcla de armanhac, aceite de oliva y vinagre. Después de reposar en bodega durante 60 días, se consigue un sabor suave con un fino aroma.

Quizás los exquisitos no sepan que la joya gastronómica de los Pirineos es el caviar Necari, considerado uno de los mejores del mundo. Con el agua del río Garona a 2.000 m. de altura, en enormes piscinas se cría el esturión Acipenser baeri original del lago Baical.

Si le gusta la originalidad no se podrá perder el Museo de todo el valle de Arán. Felipe Moga, campeón de esquí de España, tiene una colección peculiar. En un enorme caserón conviven ruecas, ballestas, esquís, camas y cunas, mesas, herraduras, cepos, zapatos, tuercas… Imposible detallar cada objeto guardado con mimo, tiempo y trabajo. Al fin, en el valle el esquí se cambia por la vida cotidiana. Felipe ha sido monitor de campeones. No creo que le guste dar nombres, pero todos los que se imagina han aprendido a sostenerse en un esquí de la mano de Moga. Actualmente gran parte de los establecimientos hoteleros y gastronómicos tienen detrás un título olímpico.

Aunque en primavera la nieve sólo queda en la punta de los picos, aquí se vive soñando dentro de una nube blanca. Si en la Purísima no hay nieve todo el Val d´Aran mira preocupado al cielo. El estrés, un mal del siglo XXI que no quita el sueño en este lugar, se revuelve y se hace protagonista de los araneses. La nieve se ha convertido en la reina de corazones. En mayo y junio los campos duermen la siesta, en verano se desperezan y en invierno vuelven lentamente al sosiego cotidiano. Es entonces cuando el valle de Aran entra en el glamour del alpinismo.

Para más información www.visitvaldaran.com

Oficina de Turismo de Vielha