Una ráfaga de Isabel

Vuelve siempre lo que no se ha ido.

Septiembre vuelve a ser caliente en política. Y ya ven, cada año en estas fechas, el otoño se caldea como dentro de un horno. Todo parece augurar cambios, sorpresas, mejoras y… Pujol y su familia, encontrarán una fórmula para evadir responsabilidades; los nuevos cargos políticos –nacidos por las casualidades momentáneas de votos indisciplinados- volverán a no decir nada; los que dicen podemos, no pueden -¡qué vamos a hacer!-. La Infanta enamorada seguirá dudando de lo que ha de declarar, mientras los Reyes reniegan de su hermana, de su cuñado y de sus sobrinos -¡no hay que fiarse de la familia!-; Madrid se ha quedado sin la delicia del café con leche, y hay quien piensa que una bruja con nombre Esperanza puede dar cicuta a sus ciudadanos mientras castiga a los insensatos que se permitieron hacerle esperar para ponerle una multa. Hasta en el castigo hay quien quiere ser la primera. La belicosa Isabel la hubiera llevado a la hoguera sin mover las pestañas por desacato a la autoridad…

Isabel, ¡Ay, Isabel! A Isabel la Católica no le tengo simpatía. Quizás fue el motivo porque nunca vi la serie televisiva, pero, este verano, mi hija Verónica me ha dejado la primera y segunda temporada. Y, ya ven, en las pacíficas tardes de verano he estado entretenida –y aturdida ante tanto despropósito- con esta producción, bien interpretada y ambientada. Creo que es (así se dice vulgarmente) una pasada. Pero la reina, la verdadera reina, y con la fidelidad que ha sido documentada, es terrible. Me encanta como trasmite su fuerza de mujer –en un tiempo en que la mujer no pintaba nada- aunque me espanta la dureza de su corazón. Es el poder por el poder. Un deseo tan profundo que, por ese poder, se carga a todo el que se ponga delante. Echa de España a los judíos, a los árabes y a los moriscos. Y quien se enfrentase a su real voluntad caería en manos de Torquemada y el fuego purificador de la hoguera. Miles de hombres y mujeres murieron quemados vivos. Increíble, y a la vez desesperante, que su paso por la historia haya sido como la Reina Católica. En fin, la historia es como es y seguiré la tercera parte. Igual los guionistas consiguen emocionarme cuando se muera su majestad Isabel. Al fin siempre pasa lo mismo, la muerte dulcifica la vida y todos los personajes siempre son mejores cuando se han ido al mas allá.

La televisión me tiene alucinada. Especialmente los concursos. Soy consumidora de Saber y Ganar y Pasapalabra, y no consigo entender cómo se puede saber cosas tan extrañas y complicadas. Algunos participantes, sin mover una pestaña, son capaces de decir el número de teléfono particular del guardián de la puerta derecha del Museo de Cera, el color de ojos del rey de los godos y la melodía que interpretaba Roldan en Roncesvalles cuando estaba cansado de batallas. No salgo de mi asombro. Mi disco duro no es capaz de retener todas estas lindezas –mas bien ninguna-. Creo que hay muchos entendidos o concursantes de oficio. Es una falta de respeto saber tanto. Me resulta imposible retener fechas, nombres y momentos dentro de una mente normal. Son las sorpresas de estas vidas anónimas, como páginas del diccionario con puntos y comas. Alucino. Cada vez alucino más, quizás porque en estos días he visto más revistas que lo normal. Me encantan las de Moda y Belleza en invierno y en verano. He disfrutado con las propuestas del otoño. El nuevo look me tiene aturdida. Vuelve siempre lo que no se ha ido, y al fin, si abres el armario, te das cuenta de que todo sirve. El problema es que nos hemos cansado y queremos cambiar. Esa es la suerte de los diseñadores. Cada temporada tienen que reinventarse, y las modelos vestidas con disparatados contrastes, plataformas imposibles y maquillajes –la mayoría desafortunados-, cuando salen del desfile visten más o menos como usted y como yo. No salen a la calle como en la pasarela, con ropa interior y con abrigo de pieles encima, ni pasean a sus hijos con botas de tacón de aguja. Todos somos parecidos. Los caballeros seguirán estando perfectos con traje y corbata, vaqueros y chamarra, y las damas con chaquetas y pantalones, faldas de color negro, caqui, rojo o azul. Lo que a usted le siente bien, seguirá de moda. En la cosmética ocurre igual. Pueden surgir en el mercado nuevos maquillajes, atrevidas sombras de ojos, rímel fluorescente… Usted que me lee volverá a elegir el color que le vaya bien a su rostro, el peinado que le favorezca (porque no se puede cortar el pelo y en invierno y en primavera tener una melena larga) Esas historias sólo ocurren en la ficción. Y la ficción, como dice la palabra, es mentira. Pero me encanta la Moda. En mi mesa tengo muchas revistas. Me las compraría todas, y al fin, me sorprende que mi armario –es la ventaja de nuestro querido Norte- apenas tengo que cambiarlo. Este verano he utilizado los mismos chubasqueros, no me he puesto botas porque el calendario decía agosto, pero, las sandalias, han resultado destrozadas por insistir en seguir el ritmo del año, en vez de mirar por la ventana y ver que de nuevo llovía, de nuevo el día era gris y otra vez pensaba, sin terminar de creerlo, ¿qué me pongo hoy?

La vida, la cotidiana vida que no quiere adaptarse a la zona climática que tenemos que aceptar los que vivimos aquí. Nuestra tierra es verde y preciosa porque… ¡qué quieren que les diga, si ustedes lo saben como yo!. Euskadi es así y si no hay un cambio climático, no tenemos posibilidad de sol y playa. Pero cuando hay un despiste de la naturaleza, es imposible encontrar playas tan bonitas. Nuestro gramo de locura ante estos días en que mar y cielo se unen en un amoroso abrazo veraniego puede llegar al paroxismo. La infidelidad climática nos ha llevado este verano – y nos llevará a lo largo del año, en esos fines de semana felices del calendario- a buscar otros lugares donde el sol no duerme ni en primavera ni en otoño. Es entonces, al volver, cuando miramos nuestro entorno y pensamos: vivimos en el sitio más bello del mundo y añoramos, en secreto, nuestro pequeño mundo de Euskadi.

Han ejecutado a otro periodista en público y ante la cámara. La crueldad humana no tiene límites. Y la historia sigue. Nunca pasa nada. Las hojas del calendario volarán en el aire y así pasa la vida.