El fraile del tiempo

En los regalos de empresa -antes había regalos- se hacían ediciones especiales para Navidad del fraile del tiempo. Según la moda de la época podía ser monje, Colón, guerrero medieval o el gato Félix.  El creador, Agapito Borrás Pedemonte, lo inventó en el siglo pasado y había para elegir más de treinta modelos. Pero el original, el autentico fraile del tiempo, estaba sentado con un libro abierto en las manos, con una bola del mundo a sus pies y una especie de barita mágica en las manos. Era un hidrómetro y, en función de la humedad, el fraile indicaba si el tiempo sería seco, revuelto, ventoso o con lluvia. Cuando era pequeña, había uno en la cocina. Era de cartón, tenía habito marrón y la facultad de subir y bajar el capote si iba llover o no. En aquel entonces era nuestro hombre particular del tiempo. Cuando nos levantamos mirábamos qué cambios íbamos a tener en el día. Decían que acertaba más si se ponía en la calle, pero si te despistabas y se subía la capucha, se mojaba y desaparecía por el agua. En casi todas las casas había una frailecillo que pronosticaba el tiempo. Me imagino que ahora, con el cambio climático, se rasgaría la cartulina de tanto subir y bajar el caperuza. Pienso que José María Aznar debía de tener un fraile -quizás era prior- muy especial porque siempre negó que el cambio climático existiera. “No se puede amenazar con el Apocalipsis y el alarmismo del cambio climático todos los días”. Posiblemente el expresidente continúe afirmando que el chapapote eran hilillos de plastilina y el atentado...

El viaje de Javier

Hace años tenía un mapa dónde ponía con un pincho rojo, verde o amarillo, los países que había visitado. Me sentía orgullosa – que falta de respeto- por tantos lugares en el mundo que había tenido la suerte de conocer. Como las causalidades no existen, tengo ahora en las manos, escrito por el rector de Deusto, José María Guibert, SJ, un libro de aventuras extraordinario: “El viaje de Javier”. El gran peregrino de la vida- como lo llama el autor- llenaría mi mapa de puntos y puntos porque Francisco Javier había estado en Francia, Italia, Portugal, India, Siri Lanka, Indonesia, Japón. China, Alemania, Suiza, Mozambique, Kenia, Yemen, Malasia, Singapur. El etcétera sería muy largo para recordar el azaroso camino del santo jesuita. “Su vida fue una continua decisión- dice el escritor de la obra-. Al principio basó más sus decisiones en lo que le pedían otros, ya fuera su familia, sus nuevos compañeros (en París, Venecia y Roma), el rey de Portugal o el gobernador de la India. Después asumió más el protagonismo de sus decisiones, quizá por la soledad en la que se encontraba, pero, sobre todo, quizá por descubrir cómo, ante los nuevos retos, Dios le movía y le alimentaba por dentro a decidir más allá de lo que la prudencia humana estándar aconsejaba. La pasión y la cierta locura por Dios, llenaba su interior y le hacia plantearse decisiones cada vez más arriesgadas. Quizá por eso es el jesuita más querido de la historia”. Sin la facilidad y el respaldo de un Erasmus,- como viajan algunos de nuestros universitarios-, con el gran valor de su voluntad,...