Hija, ya serás capaz

Las mujeres no odiamos al hombre, queremos -porque somos- ser iguales a él. Pero arrastramos un lastre de siglos  que nos ha ido encadenando hasta casi impedirnos respirar. Todo movimiento de empoderamiento de la mujer ha sido aplastado por el hombre y, en nuestra cultura, por la iglesia. En la Edad Media, un grupo de mujeres libres se organizaron a si mismas. Había solteras, casadas -con sus maridos en las cruzadas- y viudas. Hacían lo que les daba la gana. El movimiento empezó en Flandes. Estas mujeres, se llamaron beguinas, tenían su casa particular con jardín. Si gozaban de buena posición social los acompañaban sus servidores. Se organizaron en las afueras de las ciudades, con casitas preciosas jugando al corro en torno a una campa grande llena de lirios. Pintaba, escribían, bordaban, incluso cuidaban a los enfermos -dicen que las primeras enfermeras de la historia fueron beguinas-, sin pertenecer  una congregación religiosa. La iglesia vio que las beguinas y sus beguinatos (el conjunto de viviendas) iban alcanzando poder y, para controlarlas, les obligaron a tener un templo  en medio del campo de lirios, una abadesa e incluso votos, pero no aceptar el voto de pobreza. La iglesia tuvo miedo de cómo destacaban las beguinas y poco a poco las hicieron desaparecer. Hay un extraño miedo a la mujer que tiene la ocurrencia de salir de las normas impuestas por la sociedad. Una mujer no sueña con una cocina, porque igual es física y no ha entrado nunca hasta el fogón, ni sabe freír un huevo, planchar, lavar, pasar el aspirador… La primera astrónoma Paris Prismis (Estanbul1911-Mejico.1999) miraba las estrellas,...