por Carmen Torres Ripa | Jul 18, 2022 | Artículos
Hace seis años compré en Bilbao unos zapatos perfectos. Desde el primer día se convirtieron en mi único calzado de verano. Me daba igual la ropa que me pusiera, los zapatos eran los mismos. El año pasado, dado el deterioro de mi entrañable calzado, pensé que en internet podía encontrar unos iguales. Los encontré exactos. Pagué un precio alto y esperé. Después de tres semanas me llegaron unos zapatos, pero no los zapatos que había pedido sino unos espantosos rosas de plástico. No valdrían más de cinco euros. Reclamé y me contestaron. Si quería mis zapatos reales, tenía que volver a pagar un suplemento de setenta euros. Resumiendo, me habían timado. Seguro que usted ha vivido alguna situación semejante. Se me quedó cara de panoli y acepté humildemente el engaño. Mis zapatos están rozados por todas las esquinas, pero siguen siendo mis favoritos. Con ellos no me tropiezo ni me duelen los pies. En este momento, su estado es lamentable. Y, vuelvo a pensar en internet. Había comprado otros objetos y, de nuevo, no me iban a timar. Busqué mis zapatos, casi de Cenicienta por difíciles de conseguir. Elijo un color rojo. Esta vez no me he equivocado. Es la tienda oficial de la marca. Hago el pedido, llevada por la intuición, porque estaba en inglés. Pasan dos semanas y recibo un Burofax Premiun Online que me comunican que mis zapatitos están en la aduana porque costaban más de 150 euros. Eran carísimos, 170 euros, pero los quería más que un niño un bombón. Con mi papel Burofax voy a Correos para recogerlos y pagar lo establecido en aduanas....