Ese escudo protector

“Querer es poder” fue durante muchos años mi lema de vida. Incluso lo llevaba grabado en un anillo. Han pasado los años y todo lo que quieres no puedes conseguirlo. Si quieres, puedes, te deja deprimida. Estos días he leído un artículo interesante en una revista femenina. No viene a cuento repetirlo, pero la esencia es esa frustración que te queda en el no llegar. San Agustín -me sorprende que le cite tanto con lo machista que era- habla con Dios y le dice: ”me has hecho de tierra y de una tierra difícil de cultivar”. Cierto, y pese a la aridez del terreno, nos esforzamos; plantamos flores, regamos los tallos, pero -a pesar de quererlo-, los brotes no dependen de nosotros. Este año, los capullos de mis camelias no han florecido. Ignoro qué he hecho mal, pero están al borde de la muerte. He comprado hortensias y las miro cada despertar, temerosa de que me digan adiós sin motivo. Hablo con las flores y no me escuchan. Siguen su caprichoso ciclo vital. El segundo de mis mantras era -digo era porque ya no es- “nunca pasa nada”. Pues también falla, porque pasan muchas cosas que no conseguimos por mucho que nos empeñemos en hacerlas posibles. En estos meses de aislamiento, hemos leído infinidad de libros de autoayuda, hemos oído podcast sobre meditación, silencio, encontrar nuestro yo dentro de nosotros mismos. Lo siento. He llegado a una conclusión. Nada sale como quieres. Vivimos dentro de la pregunta del príncipe Hamlet: ser o no ser y, añado, ver o no ver. Los tópicos -un tópico es verdad si se repite...