Un cartel de fiestas sin Mari Jaia

En el bolsillo del hábito Son Valentina llevaba siempre a la Santa. En un programa de fiestas de mano, muy dobladito, guardaba la imagen de Mari Jaia. Y se la llevó a su país hace algunos años, convencida fervorosamente de que ella era la santa de Bilbao. Este año su imaginaria deidad, no está en ningún anuncio festivo, Me pregunto si se ha iniciado un cambio de los símbolos en la villa. Suena una campana mientras leo el periódico. En una página se anuncia el programa de las próximas fiestas de la Aste Nagusia. Sonrío recordando el Día Grande de hace unos años –no tantos- de Valentina –en la vida religiosa Sor Valentina- quien llegó a Bilbao hace un tiempo en un día de junio. Llovía y echaba en falta el sol de Uruguay. La madre general la trasladó a Bilbao, aunque era novicia, para que conociera un poco de mundo. Era muy ingenua cuando voló por primera vez en el avión. Vio tantas nubes que pensó en la posibilidad de encontrar un angelito sentado en aquel algodón blanco y azul. La maestra de novicias estaba un poco –o más bien un mucho- preocupada porque Valentina adelantaba muy lentamente en su adaptación conventual. Una mañana de agosto le llamó a su despacho: -Hermana, he pensado que hoy que es el día grande de Bilbao va a salir a hacer algún recadito y así ve el ambiente. Quiero que traiga unos caramelos de Santiaguito para que se cure la tos de Sor Inés. Sor Valentina aún sabía muy poco de la villa, fue bajando por Hurtado de Amezaga. Le encantaban...

Siria no está

“En la noche 343 Sherezade empezó a contarle al sultán: … No se podía distinguir nada en las tinieblas, porque la oscuridad había espesado sus sombras sobre la llanura; pero de pronto se hizo un gran resplandor por Oriente, y en la cima de la montaña apareció la luna, iluminando cielo y tierra con un parpadeo de ojos. Y a sus plantas se desplegó un espectáculo que le contuvo la respiración. Estaban viendo una ciudad de ensueño. Era Damasco”. La imaginación crece desde la infancia hasta hacerse una nube que envuelve todos los sueños que nos hacen crecer. Yo quería ir a Damasco. Un camino mágico por donde pasaban las caravanas de la ruta de la seda. Quería pisar el desierto de Palmira y conocer la tierra donde reinó Zenobia con la fuerza de un varón y la voluptuosidad de una hembra erótica. Una mujer que acuñó moneda con su efigie y que fue capturada y llevada a Roma con cadenas de oro. Mi fantasía había crecido con las historias de “La vieja sirena” de José Luis Sampedro. Para mí Siria era Zenobia, Damasco y “Las mil y una noches”. No sabía que existía Bosra. Malula, Crac de los Caballeros, Letakia, Alepo… No sabía que en Ugari se encontró el primer alfabeto del mundo, la primera nota musical y el primer diccionario que data del año 1400 a. C., que aquí nació el cristianismo, que Siria tiene cuatro lugares declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad –Palmira, el antiguo Damasco, Bosra y el antiguo Alepo-, que Siria es el tercer país del mundo productor de aceite de oliva...

Siempre llueve y escampa

Casualidad o no, todos los años llueve en Semana Santa. Con serenidad, esperamos las lágrimas de los sevillanos, malagueños o vallisoletanos que se restriegan los ojos ante la imposibilidad de sacar sus pasos llenos de flores y velas. La verdad es que es mala suerte. Lo más triste es que se anulen las representaciones de la Pasión viviente. Verá, yo tengo un remordimiento que nunca he podido pedir perdón a quién se lo causé. Una noche de Televisión-no sé si llovía o eran las lágrimas de la madre del Jesús de Balmaseda- en una tertulia televisiva se planteó el tema de Semana Santa y las costumbres tradicionales. Hubo dos grupos de invitados. Los que creía en Dios – una era yo- y los ateos. Cada uno expuso sus razones. A mi lado estaba una señora feliz. Su hijo iba a ser Jesús en la representación viviente. Y allí se armó. Los tertulianos encontraron ridículo ese teatro y, además, vulgar. La mujer que había acudido al programa, creyéndose protagonista, empezó a mirar a todos con los ojos a punto de salirse de las órbitas. Su hijo, su hijo guapo, alto y moreno, se estaba cuestionando ante una pantalla de televisión. Si a mí me remuerde la conciencia es porque yo también critiqué aquel espectáculo. Cuando volvimos a casa en el coche de producción la mujer lloraba sin parar, vomitó y no veía la hora de llegar a su casa. Aquella noche no dormí, avergonzada, porque llegué a “presumir” con los no creyentes de aquella fantochada. Más de una vez he pensado en la frase de “quien se avergüence de mí,...

El pañuelo de Pavarotti

La verdad, la mentira, la imaginación y la realidad suelen jugar al corro a escondidas. Al fin no sabes dónde empieza el sueño y termina lo que pudo ser. El periodismo es el privilegio que me ha llevado ante los más grandes de la historia con cercanía familiar. Hacía sol. Un detalle importante dada la blancura fría de nuestro paisaje, y ese día de septiembre italiano precioso fui a Pesaro para entrevistar a Luciano Pavarotti. Estaba en un jardín sobre el Adriático a su aire -quiero decir que todo iba manga por hombro- y tumbado en una hamaca de cuerdas –decía que tenía lumbago- con el regazo tapado por una partitura. Preparaba el concierto de los Tres Tenores. Mi falta de idioma se suplió con cierta dignidad: me llamó la atención que sus dientes blancos no eran de verdad. Como allí no oía su portentosa voz, me fijaba –es la miseria humana- en los defectos. Llevaba una camisa roja abierta hasta medio pecho que le hacía parecer un Garibaldi. En la piscina nadaban su mujer Adua –que más tarde la sustituiría por su secretaria-, colecciones de niños saltaban en el agua y un grupo de amigos jugaban a las cartas. Todo aquel jardín bullía de música de fondo, como si el mundo no le perteneciera. Luciano me dijo que pintaba – parecía muy importante para él-, y que en la próxima visita me enseñaría los cuadros. No hubo próxima visita. A pesar de los años que han pasado de aquel día y de su posterior muerte, sigo escuchando Spirto Gentil de “La Favorita”, su obra preferida, como si fuera...

…el terrorismo es un apartado donde todos los partidos se desencuentran, pero quieren bucear en la memoria.

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