Conde de Barcelona

Conde de Barcelona

Pues, verá, a mí el rey me da igual y la reina -con c o con z- lo mismo. Pero, la mala educación me molesta y no saludar con el debido respeto al jefe de estado está mal, aquí y en la luna. No sé qué hubiera pasado en Inglaterra si su majestad recibiera semejantes desplantes. En fin, como decía aquel, allá su conciencia, aunque la dignidad no está reñida con la ideología. A Felipe VI le trataron como a un repartidor de supermercado. Con estas historias cotidianas me he acordado de la magnifica serie The Crown; la vida y milagros de la corte británica nos ha tenido a todos embobados. Creo que la casa real española también daría juego en un culebrón televisivo. Aquí hay de todo, buenos, malos, mediocres y menos mediocres. Desde que Franco convirtió el país en monárquico de nuevo, por su graciosa gana, volvimos a tener coronas, armiños y terciopelos, cenas de gala y numerosos actos con protocolo intocable. Lo de intocable es un decir. Hace años -no tantos- este artículo no podría haberlo escrito porque no se podía opinar sobre sus majestades. El tiempo vuelve al cauce la normalidad y esta corte es, como todas las cortes, un añadido que sobra, pero el conjunto es digno de un gran serial. Don Felipe quiere volver a ser -en realidad lo es- conde de Barcelona, como su abuelo don Juan, el más inteligente de la familia (por ser más espabilado, el generalísimo se lo quitó de en medio sin que le temblara la mano). Así, de pronto nos encontramos con un palacio, unos nobles y...

El País de Nuca Jamás

He vuelto del País de Nunca Jamás. Un lugar sin tiempo, blanco, tranquilo. Llegué inesperadamente por un problema de salud y he estado acogida todas las fiestas navideñas y parte del mes de enero. Una experiencia, ya sé que es Nochebuena en una clínica, y se está bien. Te cuidan, te miman, los relojes sobran, los periódicos, la TV. Estás feliz en ese Nunca Jamás. Dicen que cuando se está en coma -no ha sido mi caso- se siente vivir, pero no tienes voz para decir que vives. No conozco las calles que dejé, las tiendas, los que se cruzan en mi camino. Ya no hay guirnaldas de luces de colores, ni Papá Noel ni Magos. En los comercios no se ven cajas con cintas de plata. En su lugar hay enormes carteles que ponen rebajas y los niños llevan uniforme. Volver a leer periódicos pasados, declaraciones dichas, me resulta absurdo. Hoy es hoy y lo anterior ya no es. Todas las palabras se han diluido en el aire. Ha pasado el tiempo sin saber yo qué pasaba. He llegado en el feliz momento de un nuevo gobierno. Este es el verdadero País de Nunca Jamás. El de Wendy, Campanilla y Peter Pan. Ni de lejos veo al Capitán Garfio y al cocodrilo con el corazón de reloj. Enero empieza con la melancolía de la belleza. Lágrimas y sonrisas, con dos 20-20 en un calendario de doce meses. ¡Cuántas ilusiones y miedos imaginamos para esas páginas aún en blanco! Me acuerdo de una frase de Miguel Ángel: “Señor, hazme desear más de lo que pueda lograr”. Y aquí estoy...

Ahora no jugar con bombas

Pues, verá, creía que definitivamente la violencia se había ido en el silencio del olvido. Cuando ETA dejó las armas, tomamos champán, reímos, descansamos y fuimos felices. La paz nos rodeó, como una novia, con su tul blanco, y una amplia sonrisa iluminó el cielo y la tierra de Euskadi. En nuestra tierra, el separatismo se vivió – y se vive- puertas a dentro de las casas y de las calles. Siempre fue un sentimiento secreto que los recios vascos no quisieron mezclar con la violencia, no era -ni es- una acción vergonzosa. Cataluña, hermana en mil historias semejantes, ha sorprendido, como una loba perdida en tierra de nadie. Cierto que no veo bien que políticos catalanes estén encarcelados mientras su líder pasea su melena por Europa, viviendo en una especie de castillo napoleónico que suena a derrota. Puigdemont insiste en ser un líder del exilio. Un exiliado vergonzoso, porque si hubiera sido un catalán valiente estaría con sus compañeros en la cárcel. Este es otro cuento. Para los empresarios separatistas “Puigdemont huyó para evitar que le lincharan los suyos por traidor”. Y de pronto, cuando hay una espera anhelante para los encarcelados -una sentencia que dibuja muchos interrogantes- unos insensatos quieren imponer su violencia particular para revindicar -revindicar qué- este preámbulo ingrato de la inocencia de los procesados. No sé lo que vuela dentro de la cabeza de algunos catalanes que se aferran a posturas absurdas, revindicando libertades. El pasado lunes la Audiencia Nacional detuvo, acusados de terrorismo y tenencia de explosivos, a nueve miembros de los Comités de Defensa de la Republica (CDR). Para el presidente de...

Celos del tiempo

Dalí decía que el tiempo es lo más importante que nos queda. La frase la he visto en un libro de arte, debajo del cuadro: La persistencia de la memoria. Mostraba los famosos relojes blandos. Inservibles, como hechos de clara de huevo, los relojes derritiéndose como helados calientes. Para el pintor representaban la memoria, la vida que se acaba. La idea salió de su imaginación ardiente, un día que estaba triste. Un día nostálgico en que miraba el mar al fondo y quiso deshacer el tiempo que se guardaba en la esfera de los relojes. Me pregunto porqué me gustan tanto los relojes. Hay días que los llevo parados y siempre al revés. Quizás para mí el tiempo sea el gran regalo de mi vida y no me interesa contarlo ni retenerlo. En estos días intento imaginar la agenda de Pedro Sánchez. En cada línea debe estar calculado cada minuto de tiempo, como una obligación inevitable de su día a día. No creo que para el presidente interino el tiempo sea oro -¡qué triste!-, su tiempo es obligación sin placer. En pocas semanas, Sánchez ha tenido 14 reuniones con 146 personas representantes sociales y colectivos. Pienso que no recordará las caras, pero a esas personas les dio un minuto, a caso cinco o veinte, de su preciosos tiempo. Minutos sin atención, porque en la sala anterior, esperaba la siguiente visita. Se ha ido de vacaciones, no sé si, en estos días, podrá lograr la magia de “mi espacio”. Una hora de tiempo libre para él solo. *¿Dónde vas? Tengo un amigo ingeniero que se ha jubilado y, de pronto...

Las cavilaciones de Pedro Sánchez el viernes

Sí, no, sí, no, sí, no. Terminó de deshojar una margarita y comenzó otra. De nuevo sí, no, sí, no. Cogió una tercera y otra y otra.  Al final, el prado donde estaba sentado -su escaño del Congreso- se había quedado lleno de menudos pétalos blancos y pompones amarillos rotos, como mimosas desperdigadas fuera de estación. Ya no recordaba por qué pétalo había empezado. Cerró los ojos y se levantó. Nada. Nada había servido para solucionar el problema -¿realmente había querido solucionarlo?-. Sonrió al entrar en el coche. “Exploraré otras situaciones”- se dijo. Tenía claro, clarísimo, que quería ser presidente, quería ser el gran girasol que, aunque tenga que girar a un lado y a otro, es la margarita más grande que existe. Una pena, amarilla. El color amarillo le había quitado más de una noche de sueño. En el duermevela, ese estado en que no se está ni dormido ni despierto, había pensado que quizás, más adelante, podría convocar elecciones catalanas. La verdad es que no sabía cuándo. Le pasó igual que con la margarita. Mientras el coche iba por la Carrera de San Jerónimo, recapacitó. Cada día la vida seguía dándole una sorpresa nueva. Pablo Iglesias no aceptó ninguna de sus propuestas, igual que con su historia de la margarita, no terminó de decidirse. Quería más, mucho más. “Pero nosotros -meditaba el presidente en funciones- intentamos en serio un gobierno de coalición y Unidas Podemos lo cerró. No nos queda vía en esa negociación”. Pablo Iglesias se había equivocado. Ni con fiebre alta hubiera imaginado hace cinco años haber dudado ante una situación semejante. Los ministerios que...