El último concierto de las elecciones

Me pareció un amigo. Ennio Morricone, sentado en una silla y con la batuta en la mano, era el mago cercano. El artista que nos había llevado de la mano, cuando éramos niños, a nuestras primeras citas con el cine. En el Teatro Guridi de Baracaldo, conocí a un joven huraño, con ojos azules que hacia guiños al sol y vestía un poncho. Salí con la música en mi cabeza. Volví a ver al mismo actor, Clint Eastwood, y regresé a casa intentando repetir un silbido. Luego vi otra, y otra, y otra más. Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno, el malo y el feo…. ¿Me gustaban las películas de vaqueros? No, era la banda sonora que me había atrapado para ser protagonista de un mundo, que yo creía, exclusivo de los actores. Después comprendí que Cinema Paradiso no hubiera sido la misma sin la melancolía de las cuerdas, los violines que evocaban el pasado, el recuerdo que encadenaba la historia; ni Los intocables de Eliot Ness, con la intensidad, la emotividad extraña dentro de la crueldad en aquel ritmo fuerte. La prodigiosa mirada de Marcello Mastroianni -su última película, sabiendo que era la última- envuelta en el fado de Dulce Pontes, ese sutil golpe de efecto que Morricone logra en Sostiene Pereria. Tampoco fueron para olvidar los ojos, llenos de lágrimas y seguridad, de Jeremy Irons mientras la música de La misión nos llenaba el corazón de grandeza en un instante sublime. Y así más de 200 bandas sonoras, donde siempre los espectadores quedábamos atrapados en una atípica melodía que no se...

La eutanasia: promesa cumplida

La eutanasia, y el feminismo -dentro de sus múltiples variaciones- han entrado en campaña. Cada partido dirá “yo más” o “yo menos”, defiendo esos principios fundamentales de la vida y de la muerte. La triste actualidad mediática, ha llenado los informativos de lagrimas, dolor y también, incomprensión, llevando a los primeros puestos de las ofertas -o desofertas- políticas frente a estos dos problemas tan vitales. Ya no importa si en los preámbulos -antes de  la actuación de un candidato- el orador presentador confunda el nombre del líder y le llame Pedro o Pablo, cuando al fin su nombre se le ha olvidado por la precipitación; tampoco importa que un candidato ira a Getxo, si está en Guipúzcoa y no en Vizcaya; incluso se pasara por alto que Albert Rivera -con lo que hubiera gustado esta noticia del corazón- no confiese que esta coqueteando con Malú. Los políticos, aunque estén enamorados de las estrellas, no suelen hacen ruedas de prensa sentimentales. Ahora, en campaña, entran nuevos ingredientes, como en otro tiempo el protagonismo se lo llevó el terrorismo. El debate del 2019, es el derecho a la muerte y el trato digno a la mujer, la otra violencia de genero. Mientras se abre la campaña, con muerte digna o derecho a la vida indigno, violencia de genero o feminismo -al fin los términos se confunden en el barullo de las palabras a gritos de los mítines-, la verdad, la cruda verdad de la realidad, sigue defendiendo sus principios como un dragón herido. Urge sacar del código penal la eutanasia. El 84 % de los españoles se declara a favor de...

Adiós, amor

Mientras el café entraba deliciosamente por mi garganta, Ángel, un hombre al que no había visto nunca, introducía suavemente y con amor infinito, una pajita en los labios de su mujer Mari José. No temblaba al sostener el vaso en las manos. -Cariño, no temas -le decía-, al principio te parecerá amargo, pero… Y su mujer le miraba y afirmaba con un gesto de agradecimiento y paz. Después el silencio. Ángel cerró los ojos de la mujer que más había querido en su vida. -Ya todo ha terminado, amor. La besó y llamó a la policía.   Son las 8 de la mañana he sentido vergüenza al mirar la TV.  No he podido terminar el café y las dos tostadas que me esperaban en el plato. No sabía qué hacer. Quizás arrodillarme, pero, como si mi cuerpo se quedara rígido, como el de aquella mujer que me había mirado hacía tres segundos, no he podido moverme. Creo, ya no sé, que he llorado, he llorado por ver en directo el amor. Aquel hombre que acababa de conocer, en el momento más difícil de su vida, se había dejado llevar por el corazón. En la portada de un disco de Bob Marley que tengo cerca de mi mesa de trabajo, hay una frase que más de una vez me ha servido: “No sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es la única opción que tienes”. Habían pasado muchos años en la eterna duda de la legalidad, pero la legalidad es neutra, fría, ambigua. La legalidad no siempre sabe de amor y ternura. En su memoria, aún quedaban los...

Buenas noches, Xabier

¿Qué has sentido al llegar al más allá? Es tu secreto. Sé que allí encontrarás interlocutores más inteligentes que los mediocres políticos que nos has dejado. Quiero pensar, que en el otro lado te esperaban  Luis Mari Retolaza y  Juan Ajuriaguerra. Ellos sabían quién eras, te respetaban y querían, y juntos habréis empezado hablar de esos 86 años que has vivido amando entrañablemente a Euskadi y al partido, sin pedir nunca nada a cambio. Quizás ellos fueron en verdad tus grandes amigos, que no hicieron trampas para quitarte de líder. Fuiste un gran líder. Igual  hasta te riñen un poco, por no saber preparar tu sustitución. Era un trabajo difícil y raramente se piensa en el después. Vivías en un mundo de ideas, exigente, con una inteligencia fuera de lo común. Elegante, con una eterna sonrisa a medio hacer, jugando con la ironía, la agudeza y la inteligencia. Con tu gesto  un poco adusto, en la intimidad eras cercano, afable y reías con espontaneidad con los chistes de todos los colores -verdes, marrones y amarillos-;  vivías en tensión, controlando hasta el mínimo gesto en público. Quizás estabas solo. Te tenían tanto respeto que nadie se atrevía a contradecirte, aunque luego, detrás de tu enorme sombra, conspiraban contra ti. ¡Qué fácil es ser amigo, sin serlo, dar palmaditas en la espalda, sin atreverse a dar un abrazo fuerte de cariño! Nadie pudo ponerte ni una mota de corrupción en el libro de tu vida profesional. Los negocios no iban con tu modo de ser de navarro austero y los números -con tantas cifras de ceros-, que llenan este país de...

Las concertinas de Venezuela

HACE muchos, muchos años, tantos que ni me acuerdo, estuve en Venezuela. Conocí una Caracas caótica para conducir en coche y el mayor aeropuerto de aviones privados del mundo. Estaba invitada a almorzar en casa de unos vascos exiliados y, como en todos los países y casas del globo, la TV estaba en un lugar de honor. Allí, al lado de La Guaira, mientras comía una bolita de una especie de pan típico, las migas se me cayeron de la boca. En la pantalla aparecía el rey Juan Carlos abucheado en la casa de Juntas de Gernika. Me pareció una especie de cómic o un corta y pega de broma. Ahora es Venezuela la que no me permite ver sin espanto la situación que viven. Desde entonces, he seguido los vaivenes de un país que no terminaba de asentarse en su tierra. Movedizo, iba cambiando de presidentes mientras los venezolanos -a mí me parecieron pacíficos- iban aceptando a sus mandatarios con la calma obligada, a veces querida y otras no querida, que supuestamente habían elegido. Cuando Nicolás Maduro subió al poder, el mundo se enteró de que había un señor que gritaba mucho y hablaba continuamente de un país bolivariano en el que mandaba. Nicolás Maduro fue la gran incongruencia de América del sur. Un reyezuelo que no permitía que nadie viera su castillo ni osara abrir una ventana para ver qué pasaba dentro. Venezuela, que había sido el país rico de América Latina, se encuentra ahora sumida en la pobreza. El chavismo trajo a Venezuela todos los errores de la economía: corrupción, deuda pública, criminalidad, tráfico de cocaína, miseria e...