Celos del tiempo

Dalí decía que el tiempo es lo más importante que nos queda. La frase la he visto en un libro de arte, debajo del cuadro: La persistencia de la memoria. Mostraba los famosos relojes blandos. Inservibles, como hechos de clara de huevo, los relojes derritiéndose como helados calientes. Para el pintor representaban la memoria, la vida que se acaba. La idea salió de su imaginación ardiente, un día que estaba triste. Un día nostálgico en que miraba el mar al fondo y quiso deshacer el tiempo que se guardaba en la esfera de los relojes. Me pregunto porqué me gustan tanto los relojes. Hay días que los llevo parados y siempre al revés. Quizás para mí el tiempo sea el gran regalo de mi vida y no me interesa contarlo ni retenerlo. En estos días intento imaginar la agenda de Pedro Sánchez. En cada línea debe estar calculado cada minuto de tiempo, como una obligación inevitable de su día a día. No creo que para el presidente interino el tiempo sea oro -¡qué triste!-, su tiempo es obligación sin placer. En pocas semanas, Sánchez ha tenido 14 reuniones con 146 personas representantes sociales y colectivos. Pienso que no recordará las caras, pero a esas personas les dio un minuto, a caso cinco o veinte, de su preciosos tiempo. Minutos sin atención, porque en la sala anterior, esperaba la siguiente visita. Se ha ido de vacaciones, no sé si, en estos días, podrá lograr la magia de “mi espacio”. Una hora de tiempo libre para él solo. *¿Dónde vas? Tengo un amigo ingeniero que se ha jubilado y, de pronto...

Las cavilaciones de Pedro Sánchez el viernes

Sí, no, sí, no, sí, no. Terminó de deshojar una margarita y comenzó otra. De nuevo sí, no, sí, no. Cogió una tercera y otra y otra.  Al final, el prado donde estaba sentado -su escaño del Congreso- se había quedado lleno de menudos pétalos blancos y pompones amarillos rotos, como mimosas desperdigadas fuera de estación. Ya no recordaba por qué pétalo había empezado. Cerró los ojos y se levantó. Nada. Nada había servido para solucionar el problema -¿realmente había querido solucionarlo?-. Sonrió al entrar en el coche. “Exploraré otras situaciones”- se dijo. Tenía claro, clarísimo, que quería ser presidente, quería ser el gran girasol que, aunque tenga que girar a un lado y a otro, es la margarita más grande que existe. Una pena, amarilla. El color amarillo le había quitado más de una noche de sueño. En el duermevela, ese estado en que no se está ni dormido ni despierto, había pensado que quizás, más adelante, podría convocar elecciones catalanas. La verdad es que no sabía cuándo. Le pasó igual que con la margarita. Mientras el coche iba por la Carrera de San Jerónimo, recapacitó. Cada día la vida seguía dándole una sorpresa nueva. Pablo Iglesias no aceptó ninguna de sus propuestas, igual que con su historia de la margarita, no terminó de decidirse. Quería más, mucho más. “Pero nosotros -meditaba el presidente en funciones- intentamos en serio un gobierno de coalición y Unidas Podemos lo cerró. No nos queda vía en esa negociación”. Pablo Iglesias se había equivocado. Ni con fiebre alta hubiera imaginado hace cinco años haber dudado ante una situación semejante. Los ministerios que...