Por si acaso

Por si acaso

He ido de compras a Bilbao. Como una posesa de un pueblo perdido, he adquirido hasta pasta de dientes, cuando la del súper es más barata. Me ha entrado una voluntad de compra, una lujuria tan intensa y descontrolada que hasta me he venido con dos rollos de papel de regalo. Como pueden figurarse, entrar en el metro ha sido una odisea porque, además, estos días me siento insegura y a veces llevo bastón. Felizmente no me he dedicado a rebajas porque me tendría que haber vuelto en taxi. En cada tienda que entraba me pitaba la alarma y, como una pordiosera ladrona, he tenido que depositar mis insustanciales compras, en el mostrador de la caja. El encargado iba y venía con mi bolsa y seguía pitando. Al fin -después de un mal rato- he recordado el gran descubrimiento: ayer me compré un billetero y a la dependienta se le había olvidado quitar la alarma. Con las miradas de todos los clientes, he podido salir con mi dignidad dañada. Por fin en casa, derrengada, veo una revista de moda (también es una de mis compras y la más gorda del kiosko), disfruto envidiosa de playas con palmeras, aguas turquesas transparentes, papagayos y tortugas gigantes. Me quedo imaginando esos sitios que nunca iré este año y vuelvo a la realidad. Pasando de hoja encuentro un anuncio. “Imprescindible en tu bolso” -dice una chica monísima-, y veo un pequeño neceser con una laca y un peine rosa. En la siguiente página hay una mini plancha de pelo divina de color rojo que tiene la particularidad de no necesitar cables y ser...
Sin cartas ni números romanos

Sin cartas ni números romanos

Escribir con pluma es permanecer. Las letras del ordenador se borran con un movimiento del dedo, pero la tinta se fija al papel. Es un siempre con una nota de eternidad. Queda lo que se puede tocar, acariciar, sentir. Con el tiempo vas viendo como el pulso tiembla y las letras se parecen -aún más endebles- a las que aprendimos cuándo éramos niños. Dibujábamos la O, la A y la E siguiendo las líneas nubladas de la letra maestra que íbamos copiando con nuestro lápiz encima. Recuerdo ser mayor el día que tuve un tintero de loza blanca adosada al pupitre. La monja, cuando se terminaba la tinta de color morado, nos lo volvía a rellenar. Mi padre guardaba las libretas de caligrafía de mi madre. Eran unos cuadros preciosos. El principio de todo lo que escribo tiene que empezar en un cuaderno o en un folio blanco. Cada mañana siento cómo mis manos van perdiendo la firmeza sobre el papel, pero sigue embrujándome ese instante de desenroscar la pluma y ver lo que quiero decir en un papel sin estrenar. Me da igual que sea rayado, cuadriculado o milimetrado. Después me atrapa la tecnología y sigo tecleando las letras en el ordenador, casi avergonzada, porque los libros más bonitos que hemos leído en nuestra vida se escribieron a mano. Pienso en Cumbre borrascosas, Emily Bronte escondía debajo de la cama sus cuadernos. Una mujer no podía perder el tiempo con historias irreales. Todo cambia. Hoy es difícil imaginar la vida sin ordenadores ni móviles. Cierto que nos gustaría cambiar unas líneas de wasap por letras reales escritas en...

El equinoccio de septiembre

Volver a escribir es como soltar una caja de canicas de colores. Todas buscan una esquina dónde quedarse quietas. Creo que las letras de mi ordenador también están un poco temblorosas, no saben qué decirme ahora que yo pretendo decir cosas con ellas. Siento que tintinean perezosas, como las estrellas. El día de San Lorenzo fui a La Arboleda para ver la lluvia de estrellas fugaces. Vi seis. Una tan luminosa que llenó de luz la campa donde nos habíamos sentado. Alguien dijo que cuando se ve una estrella fugaz, significa que la estrella se muere. Sentí pena, aunque quedaban muchísimas en el cielo. Pedí seis deseos para mis hijos y mis hermanos, porque no se puede pedir a las estrellas deseos personales. Entonces –quizás por nuestro egoísmo- no se cumplen. Ahora espero que pasen los días para recibir las buenas noticias que me han regalado las Persiades. En septiembre el mundo está equilibrado. El día 23, es el inicio del equinoccio de otoño. En todos los lugares de la tierra, es la única fecha que tiene las mismas horas de día que de noche. En la Edad Media, este comienzo estaba bajo la protección del Arcángel Gabriel. Los griegos creían que Deméter, la madre tierra, comenzaba su época de melancolía porque tenía que volver con su esposo Hades, el invisible, al que no quería, seis meses cada año por haber comido seis granos de granada. Pero después de este tiempo, volvía con guirnaldas de flores y traía la primavera. En el Gobierno de este país de nuestros sustos, cada ministro se ha debido de comer la granada entera...

Nací hace 40 años un día como hoy

Nací el 28 de junio de 1978 y estoy viva desde entonces gracias a escribir. La verdad es que me di poca cuenta de que podía seguir respirando y, hasta soñando, gracias a esas cosas que se llaman letras y literariamente podría buscar una palabra más bonita para definirlas, pero no quiero hacer literatura. No estaba preparada para nacer, era una mujer simple, madre de cinco hijos y hasta un poco cursi. Pensaba en flores, en ponerme flores en el pelo y ser una especie de princesa que siempre rompía el zapato de cristal por torpe. Asesinaron a mi marido, ese 28 de junio, y empecé a ser yo sola. Yo misma. Una mujer a la que no conocía de nada. Como en los personajes de sueño, la miraba desde arriba y me sorprendía porque me resultaba extraña. ¡Pobrecilla! –pensaba-, se va a hacer agua de tanto llorar. Han pasado 40 años y por primera vez he contado las teclas del ordenador. Hay 28, sin los números, los puntos, los acentos. Las exclamaciones, los interrogantes… Usted dirá ¿Por qué? Esas 28 teclas del ordenador me ayudaron a sentirme el centro del mundo y la más desgraciada del mundo. “28, 28 y 28” Cuando estoy frente a la pantalla sonrió, lloro y suspiro. Soy escritora. Nunca me hubiera atrevido a poner esta palabra en mi biografía. Aún recuerdo cuando debajo de uno de mis artículos apareció en el periódico: periodista y escritora. Ese honor me lo habían dado unas novelas, pero yo creía que mi profesión era periodista. Una sensación muy especial porque cuando fui a la universidad a estudiar yo...

La urgencia de la actualidad retrasa los originales en los periódicos y en los libros.

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