El fraile del tiempo

En los regalos de empresa -antes había regalos- se hacían ediciones especiales para Navidad del fraile del tiempo. Según la moda de la época podía ser monje, Colón, guerrero medieval o el gato Félix.  El creador, Agapito Borrás Pedemonte, lo inventó en el siglo pasado y había para elegir más de treinta modelos. Pero el original, el autentico fraile del tiempo, estaba sentado con un libro abierto en las manos, con una bola del mundo a sus pies y una especie de barita mágica en las manos. Era un hidrómetro y, en función de la humedad, el fraile indicaba si el tiempo sería seco, revuelto, ventoso o con lluvia. Cuando era pequeña, había uno en la cocina. Era de cartón, tenía habito marrón y la facultad de subir y bajar el capote si iba llover o no. En aquel entonces era nuestro hombre particular del tiempo. Cuando nos levantamos mirábamos qué cambios íbamos a tener en el día. Decían que acertaba más si se ponía en la calle, pero si te despistabas y se subía la capucha, se mojaba y desaparecía por el agua. En casi todas las casas había una frailecillo que pronosticaba el tiempo. Me imagino que ahora, con el cambio climático, se rasgaría la cartulina de tanto subir y bajar el caperuza. Pienso que José María Aznar debía de tener un fraile -quizás era prior- muy especial porque siempre negó que el cambio climático existiera. “No se puede amenazar con el Apocalipsis y el alarmismo del cambio climático todos los días”. Posiblemente el expresidente continúe afirmando que el chapapote eran hilillos de plastilina y el atentado...

Descansar antes de estar cansado

Tengo tres relojes. Los tres se han quedado sin pila y no funcionan. Las pilas son un poco especiales y no se pueden poner en cualquier relojería. Así, con esta disculpa, he ido perdiendo las horas con el mañana que iba a llevar los relojes. Como son bonitos, durante estos días, me los he puesto de adorno, pero ayer fue trágico. Fiándome del móvil, puse una hora –7.45– para despertar y me equivoqué con otra hora. Tenía que haber marcado 6.45. Llegué tarde a un acto cultural y me sentí profundamente avergonzada porque no tuve tiempo ni de elegir la ropa apropiada, maquillarme y peinarme bien. El resultado fue nefasto. Había quedado a la puerta del teatro con mis amigas y, cansadas de esperar, entraron tarde en la sala y preocupadas, porque no sabían qué me había pasado. Además, me encontré a gente que no había visto hace años. Por supuesto, fui de cabeza por mi falta de cabeza. Como una luz en pleno día, he descubierto la razón; estoy dentro de una inmensa torre de pereza que me oculta la realidad. Llevo un tiempo diciendo lo que voy a hacer, los proyectos que tengo y a los compañeros que mañana voy a llamar. También he observado –me he observado– que se me ocurre iniciar historias por la noche. Y siempre tengo una vocecita interior con cara de diablillo que me dice: cierra el ordenador y descansa si no mañana no podrás hacer nada. Y me creo esta supuesta obligación y, «justificada», me voy a la camita tan tranquila. Mañana. Mañana es la palabra de oro. Todo lo haremos...

Celos del tiempo

Dalí decía que el tiempo es lo más importante que nos queda. La frase la he visto en un libro de arte, debajo del cuadro: La persistencia de la memoria. Mostraba los famosos relojes blandos. Inservibles, como hechos de clara de huevo, los relojes derritiéndose como helados calientes. Para el pintor representaban la memoria, la vida que se acaba. La idea salió de su imaginación ardiente, un día que estaba triste. Un día nostálgico en que miraba el mar al fondo y quiso deshacer el tiempo que se guardaba en la esfera de los relojes. Me pregunto porqué me gustan tanto los relojes. Hay días que los llevo parados y siempre al revés. Quizás para mí el tiempo sea el gran regalo de mi vida y no me interesa contarlo ni retenerlo. En estos días intento imaginar la agenda de Pedro Sánchez. En cada línea debe estar calculado cada minuto de tiempo, como una obligación inevitable de su día a día. No creo que para el presidente interino el tiempo sea oro -¡qué triste!-, su tiempo es obligación sin placer. En pocas semanas, Sánchez ha tenido 14 reuniones con 146 personas representantes sociales y colectivos. Pienso que no recordará las caras, pero a esas personas les dio un minuto, a caso cinco o veinte, de su preciosos tiempo. Minutos sin atención, porque en la sala anterior, esperaba la siguiente visita. Se ha ido de vacaciones, no sé si, en estos días, podrá lograr la magia de “mi espacio”. Una hora de tiempo libre para él solo. *¿Dónde vas? Tengo un amigo ingeniero que se ha jubilado y, de pronto...

Pienso en esa valentía del instante, ese saber lo que se quiere cuando se puede desear poco.

Leer más