Olite

Mi recuerdo de Olite era claro. Había ido numerosas veces con mi abuela Victoria, la esposa de mi abuelo Daniel, al que no conocí. Murió joven, un año antes de nacer yo. Me veo en la vendimia con 3 o 4 años (me dicen que es imposible siendo tan pequeña) pero yo estoy subida en un carro lleno de uva y miles de mosquitos alrededor que nos picaban con saña. Después, mi recuerdo va a los trece años. Íbamos cada verano a Olite a casa de mis tíos – primos de mi abuelo- Asunción, Consuelo y Paco Y Gregorio que siempre llevaba una boina roja. Recuerdo una casa antigua y una habitación preciosa con las paredes forradas de seda amarilla, sillas doradas y un piano, una casa preciosa. MI imaginación me llevaba a bailes cortesanos con vestidos largos y música de Sarasate. En el siguiente periodo yo tenía 13 años y con las tías íbamos a San Fermín. Adquirían una barrera, veíamos el encierro como marquesas en primera fila. Por la tarde íbamos al teatro Gayarre. Las tías, para que la taquillera les diera buenas entradas, le decían que en septiembre le iban a llevar un cestico con uvas. Supuestamente teníamos los mejores sitios. Vimos “La educación de los padres” de Paco Martínez Soria. Y veíamos “La educación de los Padres” de Paco Martínez Soria. Las tías se tiraban al suelo de risa, la abuela más discreta sonreía. Por la noche dormíamos en la casa parroquial del tío Juanito- hermano de las tías y que era cura de la iglesia de la Inmaculada en Pamplona. Solíamos estar unos tres...
Sin cartas ni números romanos

Sin cartas ni números romanos

Escribir con pluma es permanecer. Las letras del ordenador se borran con un movimiento del dedo, pero la tinta se fija al papel. Es un siempre con una nota de eternidad. Queda lo que se puede tocar, acariciar, sentir. Con el tiempo vas viendo como el pulso tiembla y las letras se parecen -aún más endebles- a las que aprendimos cuándo éramos niños. Dibujábamos la O, la A y la E siguiendo las líneas nubladas de la letra maestra que íbamos copiando con nuestro lápiz encima. Recuerdo ser mayor el día que tuve un tintero de loza blanca adosada al pupitre. La monja, cuando se terminaba la tinta de color morado, nos lo volvía a rellenar. Mi padre guardaba las libretas de caligrafía de mi madre. Eran unos cuadros preciosos. El principio de todo lo que escribo tiene que empezar en un cuaderno o en un folio blanco. Cada mañana siento cómo mis manos van perdiendo la firmeza sobre el papel, pero sigue embrujándome ese instante de desenroscar la pluma y ver lo que quiero decir en un papel sin estrenar. Me da igual que sea rayado, cuadriculado o milimetrado. Después me atrapa la tecnología y sigo tecleando las letras en el ordenador, casi avergonzada, porque los libros más bonitos que hemos leído en nuestra vida se escribieron a mano. Pienso en Cumbre borrascosas, Emily Bronte escondía debajo de la cama sus cuadernos. Una mujer no podía perder el tiempo con historias irreales. Todo cambia. Hoy es difícil imaginar la vida sin ordenadores ni móviles. Cierto que nos gustaría cambiar unas líneas de wasap por letras reales escritas en...
Además del covid

Además del covid

Guillermo, mi sobrino, se ha ido al más allá con 41 años. El bicho que le ha comido la vida se llama cáncer. Se ha tragado lentamente hasta la última partícula de su cuerpo. No se quejó nunca. Había vivido a tope, como mi hermano Jesús que se fue con un quad al cielo, unos días después de cumplir 50 años. Abrazado a su hija Leila, la princesa del espacio, y a su mujer. Era de madrugada. Su presencia se quedará con toda la familia y un montón de amigos que hemos arropado con amor su adiós. No se pueda hacer poesía de la muerte, aunque a mí, para despistar, me guste llamarla la dama del alba. Pablo D´Ors -filósofo y sacerdote- dice que nos da miedo morir porque no hemos vivido en plenitud. Guillermo ha vivido la plenitud de sus cuarenta años, una etapa donde normalmente empieza la madurez. Leila está en paz. No sabe que se ha quedado huérfana con once meses. Sé que su padre le sostendrá los bracitos para dar sus primeros pasos, porque todos nos hemos quedado desorientados. Karmele, su madre, Miriam, su hermana…Desolador. Mi nieta Carola es casi igual que Leila. Ninguna de las dos ha cumplido un año.   *La primera Navidad de Carola La sangre sevillana de Ángela y la vasca de mi hijo Dani han hecho a Carola preciosa. En estos meses pasados, mientras la esperábamos, creía que, con ese nombre saleroso, el bebé iba a nacer con un par de claveles rojos plantados en la cabeza. Pues verá, claveles reventones no tuvo, pero si unos ojos azules preciosos. La primera...

Patria

Entre las primeras noticias -ajenas al coronavirus- leo que se va a estrenar Patria, la novela que le hizo famoso a Fernando Aramburu. La veré, como leí el libro, aunque entre líneas había demasiado rencor y ausencia de perdón. Cada uno de nosotros tiene su patria que no coincide con las otras patrias de los demás. Por la ventana veo tejados y al fondo adivino el mar. He estrenado despacho nuevo y con el despacho una nueva vida que me resulta extraña, como si no fuera mía. Parece que se me ha olvidado escribir y las teclas perezosas se mueven despacio y sin obedecer a mi cabeza, es porque mi cabeza está llena de huecos que no he sabido llenar en tantos años. No es tarde. Quiero pasar página, pero mis dedos se enredan incapaces de dar el giro necesario. Alguien decía que si no puedes pasar página empieza otro libro. No sé que libro elegir. La intuición me dice que he de reescribir el libro antiguo, releerlo y luego dejarlo olvidado en una balda de la biblioteca. Mi Patria. Quiero hacerlo, pero me cuesta. Esta es la séptima versión que hago de la misma historia. Ya no la voy a continuar. Es un día cualquiera de septiembre, sin premoniciones, ni recuerdos. Es nuevo y, aunque está amaneciendo, cada segundo es eternamente distinto al anterior. Un día de este extraño 2020. Tiempo del recuerdo. Escucho la Sinfonía del Nuevo Mundo, el primer concierto que asistí en mi vida. Un recuerdo musical que se queda vagando en mi pensamiento; estaba quieto, acurrucado como un niño pequeño, asustado. Lo he despertado...

Por favor, no me mandes flores

Cuando me iba a dormir vi una imagen que me quitó el sueño. Mazos de rosas, claveles, tulipanes y lirios se amontonaban y un trabajador -para mí con una crueldad desproporcionada- cortando los ramos con total indiferencia, mientras caían pétalos y tallos en un inmenso montón que iba a la basura. A un lado, dos hombres y una mujer con mascarilla reprimían las lágrimas. Posiblemente eran los que habían cuidado de la belleza y crecimiento de aquellas flores. Eran su vida, pero esa vida -la de las flores- no servía. No podemos comprar flores. Aunque quiera decir te amo con rosas rojas, te deseo la paz con una rosa blanca, te ofrezco mi cariño con una rosada, eres mi amor secreto con una gardenia, seré fiel como un tulipán o inocente como un ramo de margaritas. Todo se ha perdido. Quedan las flores efímeras del almendro y el cerezo que empiezan a perder el color para hacerse fruto. Pienso que seguirá la flor de loto y el nenúfar que aparece de noche y se cierra a la mañana. Nacen en los lagos y los lagos no han desaparecido. Este año se ha llevado las flores de la primavera. He soñado que encima de las toneladas de basura que hemos almacenado donde hemos podido (melones y sandías, fresas, nadie ha podido aprovechar tan deliciosa podredumbre), habían empezado a nacer unas exóticas flores que se cuidaban solas, esperando a que lleguemos y, con su presencia sensual, pedirnos que no echemos más desperdicios, porque ellas sólo nacerán una vez. Me he despertado con una gran paz. Paz porque la playa de Las...