por Carmen Torres Ripa | Ene 15, 2022 | Artículos
Los perfumes me enloquecen. Según asegura la publicidad, con alguno puedes levitar, una simple gota puede ocasionar un desbarajuste emocional en un caballero que se lance en picado en busca de la estela; el perfume es la forma intensa del recuerdo; hace hablar en el silencio; es como el amor, solo un poco nunca es suficiente; solo vives una vez, te puedes permitir ser sorprendente; el perfume de un hombre es la droga de una mujer; tú perfume, hueles al amor de mi vida; es una dulce promesa que hace aparecer lágrimas en los ojos; es abrir un tapón y ver salir estrellas porque la vida es bella; el perfume de una mujer dice más de ella que su letra; en todo corazón duerme un sueño y después de las mujeres, las flores son lo más hermoso que Dios ha dado al mundo… Como todos estos maravillosos sueños que iban a dejarme las mil y dos mil noches-con mago incluido-, los reyes de Oriente no me han regalado ese nuevo ser que llevo dentro y no me había dado cuenta. Hay despistes que no se justifican ni al principio del año. No tengo un perfume nuevo, a pesar de practicar mi francés, un mínimo por lo menos imprescindible, para leer los mensajes subliminales, que lanzan al cielo mujeres y hombres bellísimos, atractivísimos, esculpidos como héroes y heroínas griegas. Teniendo en cuenta que la constancia es un valor, sigo con mis frasquitos de siempre. Colocados en una balda en mi rincón de trabajo (le sorprenderá, pero es cierto), junto a mis libros, agendas y cuadernos. Todos están empezados para soñarme...