Hija, ya serás capaz

Las mujeres no odiamos al hombre, queremos -porque somos- ser iguales a él. Pero arrastramos un lastre de siglos  que nos ha ido encadenando hasta casi impedirnos respirar. Todo movimiento de empoderamiento de la mujer ha sido aplastado por el hombre y, en nuestra cultura, por la iglesia. En la Edad Media, un grupo de mujeres libres se organizaron a si mismas. Había solteras, casadas -con sus maridos en las cruzadas- y viudas. Hacían lo que les daba la gana. El movimiento empezó en Flandes. Estas mujeres, se llamaron beguinas, tenían su casa particular con jardín. Si gozaban de buena posición social los acompañaban sus servidores. Se organizaron en las afueras de las ciudades, con casitas preciosas jugando al corro en torno a una campa grande llena de lirios. Pintaba, escribían, bordaban, incluso cuidaban a los enfermos -dicen que las primeras enfermeras de la historia fueron beguinas-, sin pertenecer  una congregación religiosa. La iglesia vio que las beguinas y sus beguinatos (el conjunto de viviendas) iban alcanzando poder y, para controlarlas, les obligaron a tener un templo  en medio del campo de lirios, una abadesa e incluso votos, pero no aceptar el voto de pobreza. La iglesia tuvo miedo de cómo destacaban las beguinas y poco a poco las hicieron desaparecer. Hay un extraño miedo a la mujer que tiene la ocurrencia de salir de las normas impuestas por la sociedad. Una mujer no sueña con una cocina, porque igual es física y no ha entrado nunca hasta el fogón, ni sabe freír un huevo, planchar, lavar, pasar el aspirador… La primera astrónoma Paris Prismis (Estanbul1911-Mejico.1999) miraba las estrellas,...

La primavera, después

Un buen profesor de la universidad, Francisco Gómez Antón, nos contó que encontró en Nueva York una chica joven con un cartel que ponía: Soy ciega y no puedo ver la primavera. He recordado muchas veces esta frase, sin saber que alguna vez la iba a sentir como propia. Para todos nosotros ha llegado la primavera y la podemos ver desde la ventana. Imaginar las flores que en este mes han crecido sin que nadie las riegue. Los que no tienen vistas pueden ver jardines y parques rebosantes de flores. Quizás nunca le hayan interesado las rosas, las peonías o las margaritas, pero sé que al salir de este confinamiento, disfrutarán mirando la belleza y perfección de una camelia y la belleza serena de los lirios. Después de estos días, vamos a ser más buenos. El mundo se ha hecho persona y se vuelca ofreciendo lo que puede. La política no es un corral de gallos, sino un grupo de compañeros unidos para trabajar (las excepciones dan vergüenza). La compatibilidad se ha quedado lejos, con el tú más y los gritos exaltados. Hemos recuperado el silencio, el cariño, la posibilidad de hablar juntos en familia y utilizar el móvil para preocuparnos por nuestros amigos. El aire se ha llevado la contaminación, Venecia tiene limpios sus canales, las playas no tienen bolsas de plástico ni peladuras de fruta, en los bosque no se encuentran periódicos  arrugados y papel de aluminio de restos de merienda. Los corzos y los bambis  saltan felices entre las rocas sin oír los tiros de los cazadores, hasta los peces nadan indolentes sin ver las cañas...