Andragina para Diego

La política se ha humanizado. La estética ha transformado el Congreso en un recreo infantil.

 

Pues verán, soy una madre de antes y una mujer de hoy. Una incoherencia coherente que me tiene ahora escribiendo para ustedes sobre los últimos acontecimientos “históricos” del país. No sé por dónde empezar, porque se han mezclado, como en una mahonesa –una buena y perfecta mahonesa-, la profesión y la maternidad, estas dos facetas de mi vida que he conjugado haciendo equilibrios en el aire -a veces llorando por tener que dejar un bebé en la cuna- para irme a la redacción de un periódico. Siempre tuve una ayuda fiel que me permitió ese desdoblamiento. Un desdoblamiento culpable, por nuestra educación tradicional.

 

Todos mis problemas y tabús se habían solucionado si yo hubiera vivido mi realidad personal en enero de 2016. En el siglo XX no había sala de lactancia y tampoco me hubieran admitido en el periódico con mis hijos por muy extrema que fuese mi situación. Mis compañeros no hubieran comprendido semejante extravagancia, y menos ir a entrevistar a los remeros de Kaiku, por poner un ejemplo, con un bebé en la mochila.

 

Felizmente, la vida cambia, y esos imposibles se han hecho posibles con una recién estrenada parlamentaria que llevó a su bebé al Congreso. Así, el Congreso ha cambiado la tradición de siglos. La mamá meció a a su bebé y le dio de mamar con la mayor naturalidad. Los diputados tuvieron que sonreír, al margen de su seriedad, y hacer carantoñas al niño para no quedar como auténticos cafres.

 

Y ya ve usted, ni la vergonzosa admisión en el estrado de un corrupto –Pedro Gómez de la Serna-, ni los largos juramentos de los nuevos diputados, ni el discurso del nuevo Presidente del Congreso, pudo quitar protagonismo a esta madre que decidió convertir a su niño en el primer menor de 18 años que entra en una película de mayores y rodada en directo. ¡Menos mal que Tejero ha desaparecido de la escena política! Entonces hubiera sido la sesión de mayores con reparos y con escenas gravemente violentas que podían herir la sensibilidad. ¡Y esos mismos dicen que nada ha cambiado!

 

El niño se portó como un ángel. Mejor, como un héroe. Diego, así se llama el bebé más famoso del país, se convirtió en un legendario héroe del comic: Diego Valor. Ni gemidos, ni un lloriqueo incómodo. ¡Un auténtico santo! Estoy agradablemente sorprendida de los avances logrados en cuatro horas de Congreso. Las cuatro horas que han cambiado la “historia” de España. Quizás esta transformación venga por las nuevas mamás que, como hemos podido ver, ya no son jovencitas sino mujeres maduras que deciden, con pleno conocimiento de causa, aumentar la población.

 

Todas las actuaciones están muy pensadas, hasta el ingenuo gesto de llevar al bebé Diego con los señores mayores. Se-ño-res… (¿?) Creo que también necesitamos un nuevo diccionario para admitir los vocablos inesperados que se han añadido a la lengua. Necesitamos un viraje que nos va a dejar desorientados en medio de una encrucijada de caminos. La política se ha humanizado. La estética ha transformado el Congreso en un recreo infantil.

Para nuestro entorno vasco, el problema es mayor. El euskera distingue el masculino y el femenino. Mi amigo Gontzal Mendibil, en un artículo escrito en euskera y publicado el 29-9-2015 en estas páginas de Deia, se hacia muchas preguntas en torno a la nueva terminología que busca “igualar” hombre y mujer mediante el añadido de una A. Una simple letra nos puede complicar el idioma.

 

Escribe Gonzal: “Hay dos cosas que me tienen un tanto perplejo en temas relacionados al euskera y a la cultura vasca. A la reconocidísima canción “Agur Jaunak“Saludos Señores, por orden y mandato de la U.P.V. le han modificado y adaptado la letra. Ahora que somos aconfesionales y como el nombre de DIOS está en proceso de extinción , quitemos la palabra DIOS y añadamos, por cuestiones de igualdad, la palabra mujer. Por influencia de la moda o por cuestiones de puro esnobismo, pero no le encuentro ningún sentido.

 

En mi opinión es pura apariencia o hipocresía sin recabar su fondo, además de que no conjuga nada bien con la música por todos conocida. A quienes dicen que esta nueva adaptación o cambio quiere mostrarnos la igualdad entre los seres humanos, les diría lo siguiente: en la época que se escribió esta canción, “Señores” se denominaba a los más distinguidos, entre ellos los sacerdotes, pero nunca al pueblo llano. Si hemos de quitar el término DIOS, tampoco sería lícito que apareciera Jaunak-Señores, por tanto sólo veo puro fingimiento o apariencia.

 

Siguiendo esta conjetura, sobre la terminología que hace referencia a DIOS, cuántas canciones significativas debíamos de cambiar u obviar, Gernikako Arbola, Gora ta Gora (el himno actual vasco) y en cuanto a la simpleza paritaria, nuestro villancico más conocido “Hator hator” Mendiko negarra –el lloro de monte-, en ellos afirma hijo, y habríamos de añadirle hija.

 

Haika mutil Jeiki jadi –hala levántate chico, Nere etxea- Mi casa: amo mi lugar de nacimiento, elegido por los padres de mis padres.

 

Habría de añadírsele igualmente madres. Nuestra dama de Amboto necesitará también un hombre al lado.

 

En mi opinión, ridículo, al igual que “Vascos y Vascas”, “Nosotros y nosotras”, tan utilizado por nuestros políticos. Hubo un tiempo que el párroco de mi pueblo decía en su sermón dominical: “Jóvenes y jóvenas de este pueblo”.

 

En resumen, quien quiera, que cree o invente una nueva canción, pero dejemos nuestro “Agur Jaunak” tal y como es. Y que sepan quienes estén interesados, que en euskera, como en muy pocos idiomas, utilizamos en su contexto coloquial el morfema Hika en femenino, y que desde su cosmovisión matriarcal hay un respeto innegable a la mujer, y desde este enfoque tenemos la palabra “Andragine” el hombre que se responsabiliza de trabajar conjuntamente con la mujer”.

 

Esta buena reflexión del gran cantante vasco me lleva a un ferviente deseo. El pequeño Diego, cuando su mamá va al Congreso, necesita que le cuide una o un andragine. ¡Ay Gontzal! La vida…