Pues, verá, creía que definitivamente la violencia se había ido en el silencio del olvido. Cuando ETA dejó las armas, tomamos champán, reímos, descansamos y fuimos felices. La paz nos rodeó, como una novia, con su tul blanco, y una amplia sonrisa iluminó el cielo y la tierra de Euskadi.
En nuestra tierra, el separatismo se vivió – y se vive- puertas a dentro de las casas y de las calles. Siempre fue un sentimiento secreto que los recios vascos no quisieron mezclar con la violencia, no era -ni es- una acción vergonzosa.
Cataluña, hermana en mil historias semejantes, ha sorprendido, como una loba perdida en tierra de nadie. Cierto que no veo bien que políticos catalanes estén encarcelados mientras su líder pasea su melena por Europa, viviendo en una especie de castillo napoleónico que suena a derrota. Puigdemont insiste en ser un líder del exilio. Un exiliado vergonzoso, porque si hubiera sido un catalán valiente estaría con sus compañeros en la cárcel. Este es otro cuento. Para los empresarios separatistas “Puigdemont huyó para evitar que le lincharan los suyos por traidor”.
Y de pronto, cuando hay una espera anhelante para los encarcelados -una sentencia que dibuja muchos interrogantes- unos insensatos quieren imponer su violencia particular para revindicar -revindicar qué- este preámbulo ingrato de la inocencia de los procesados.
No sé lo que vuela dentro de la cabeza de algunos catalanes que se aferran a posturas absurdas, revindicando libertades. El pasado lunes la Audiencia Nacional detuvo, acusados de terrorismo y tenencia de explosivos, a nueve miembros de los Comités de Defensa de la Republica (CDR). Para el presidente de la Generalitat, es una maniobra política acusar de violencia a los últimos detenidos. Quin Torra, con sus estandartes amarillos como un alfil sin ajedrez, ha salido en defensa de los detenidos. Para el presidente son unos “ciudadanos normales comprometidos con la sociedad” y pide al presidente en funciones, Pedro Sánchez, explicaciones por la operación policial, que considera un montaje para “inventar un falso relato de la violencia en Cataluña”. Estos señores “normales” tenían almacenado amonal (el ingrediente utilizado por ETA para fabricar bombas) como si fuera azúcar o sacarina. Qué pretendían con estos ingredientes ¿hacer pasteles? También se les encontró detallados croquis del interior de unas dependencias policiales. No creo que pretendieran enseñar a los niños cómo se dibujan edificios de arquitectura con piezas de lego, ni ir a una romería para hacer fuegos artificiales.
Los miembros del CRD tenían planes adelantados para cometer atentados próximamente en Cataluña. Según el Sr. Torra a los detenidos se les han vulnerado sus derechos y libertades. “El movimiento independentista ha sido, es y será, un movimiento pacífico y no violento que busca alcanzar la independencia de nuestro país siempre por la vía democrática”. Creo que la democracia la entiende cada cual en su lenguaje particular. Además, los defensores de esta supuesta democracia, no son niñatos de menos de veinte años, son adultos que han pasado los cuarenta y padres de familia.
No van a terminar los problemas por poner bombas. La lista trágica aumentará y es imposible solucionar la situación política que cada vez divide más a los mismos catalanes, a las familias, a los amigos.
No sé cómo se puede volver. Volver a una calma, aunque sea una calma inquietante, que apacigüe el desasosiego. Pero no hay camino de regreso, ni de futuro con una especie de nueva Terra Lliure. ¿Qué ideales pueden liderar los tiros, las bombas, los puñetazos, vengan de donde vengan?
Paz. Señor, Paz.
Estamos hartos de tanto politiqueo, tanto imbécil subido en el poder. Nuevas elecciones nos obligan a asistir inermes ante la simpleza de los que nos gobiernan. Ahora, votar o no votar. Pero, “si no votas -me decía una periodista amiga mía- ganarán los malos”. Ya no sé quienes son los malos y los buenos. Todo se ha revuelto, aunque algo queda claro: los que están, no sirven. Por su culpa, hemos llegado a esta situación en Cataluña. Tendríamos que limpiar el encerado con agua y jabón para que no queden rastros de tiza, y escribir de nuevo otros nombres, otros proyectos, otras emociones. Necesitamos ilusionarnos con el futuro, en Cataluña, en Euskadi y el resto del país. Pero sigue cayendo tierra encima y la luz cada vez se aleja un poco más. La violencia engendra violencia – es un tópico real- y ahora es el momento de la paz, quizás para volver a empezar.
Los caminantes de la calle- usted y yo- no entendemos de pactos, lo cierto es que tenemos seis partidos político desorientados. España está enferma de mediocridad. La mediocridad es tan grande que sigue en el Valle de los Caídos, como un santo lleno de flores y velas, el gran dictador. El Tribunal Supremo ha autorizado la exhumación de sus restos al Pardo. Mientras, los miembros de su familia piden la intervención del Vaticano, ante semejante “sacrilegio”, y piensan querellarse contra la sentencia. Por supuesto, al Santo Padre le da igual -más bien le molestan- este tipo de litigios tan lejos a su función religiosa –“dar al Cesar lo que es del Cesar”-.
¿Quién podrá levantar esta losa de 1500 kilos? Rezos benedictinos, grúas mezcladas con cables, manifestantes y el revuelo de los miles de cadáveres que intentan reposar sin poderlo al lado de semejante compañía.
Historias. En fin. Cojo un dicho de Andrea Buenafuente: “¡Hola! o, como decimos en Cataluña: Adiós, y así nos ahorramos el saludo”.