Cristiano no, prefiero Messi

El ayer ya ha pasado, el mañana está por llegar y el hoy es un regalo, por eso se llama presente. 

Los niños tienen un mundo distinto al de los adultos. Es imposible, pese a nuestros esfuerzos, entrar y vivir con ellos sus pensamientos. Son nubes de sueño a las que no podemos llegar ni alzarnos al borde de esa montaña inalcanzable. Nosotros, usted y yo, intentamos explicarles con razonamientos de personas mayores, historias y situaciones, creencias y costumbres, que ellos no siempre entienden. Pues verá, hace unos días un amigo mío le decía a su hijo que lo importante en la vida era ser cristiano -envolviendo en el término cristiano una conjunto de valores éticos y morales-, y el niño, con los ojos muy abiertos y sorprendido, le contestó: No aita, Cristiano no, yo prefiero Messi. Así de sencillo. ¿Cómo hacer entender a un niño unas creencias que muchas veces ni de mayores entendemos?

Esta respuesta infantil no es para escandalizarnos. Es lo normal en un niño de pocos años al que se le intenta enseñar catecismo para que haga la Primera Comunión. Creo que tenemos que adaptar la vida cotidiana y las creencias con la misma sencillez que un niño. Si le hablamos de imposibles no entenderá qué es eso de la fe, creer lo que no vimos. La verdad es que es tan difícil ser niño como ser adolescente o maduro. Hay que ir caminando, subiendo escaleras muy despacio para no tropezarnos y caer al vacío. Hoy es ahora. El tiempo futuro no lo podemos rebobinar como una película de video, porque aún no ha sucedido.

Los niños viven el ahora. No se preocupan del tiempo, ni de los calendarios o las estaciones. Cambian de zapatos y no son conscientes de que han crecido. Simplemente los zapatos del año pasado le hacen daño. Tenemos que aprender cada día de la frescura de ese hacer en cada instante. Un hacer ajeno al mañana. Un compañero, Pedro Pablo, me contaba que había oído una frase que le había dejado pensativo: El ayer ya ha pasado, el mañana está por llegar y el hoy es un regalo, por eso se llama presente. El hoy es el ahora que está pasando con nosotros en este momento en que usted lee este artículo. Apriete el hoy en su corazón, apriételo porque es exclusivamente suyo. Es el tiempo del momento irrepetible del ahora.

Esta máxima del hoy es ahora, resulta muy bonita para escribir y hacer literatura más o menos ingeniosa. Pero la verdad es que el hoy nos puede dar mucho dolor de cabeza, y el ayer no quiero ni decirle. Por un arrebato de hoy se pueden organizar muchos trastornos. Lo más preocupante es la falta de discreción por motivos amorosos. Jordi Pujol estará tirándose de los pocos pelos que tiene en la cabeza pensando en las consecuencias de las aventuras sentimentales de su hijo mayor. El despecho y la rabia pueden tener consecuencias nefastas. Un amor puede llegar del lecho a las finanzas y desencadenar confidencias e intimidades, aparentemente intrascendentes. La dama abandonada, Victoria Alvárez, en un arrebato de rabia, puede decir lo que vio en el pasado reciente porque ya no tiene nada que ver con el protagonista del suceso. Mientras iba a Andorra con su amor, seguro que a cambio, además de carantoñas -si esto no ocurrió tenía que haberse quejado- vivió un tiempo regalado, quiero decir lleno de regalos extras. Lo poco serio parece vengarse y deslenguarse al romper el idilio amorosa. En fin… cuestión de convivencia. Hay que calcular mínimamente las consecuencias. En ese arranque de hacer lo que le dio la gana con los secretos de pareja, ha acarreado la humillación y degradación pública del que hubiese sido su suegro, Jordi Pujol El Honorable ha dejado de ser honorable. El insobornable, ha resultado muy sobornable, y todo el pasado se ha hundido por el hoy de una señora despechada por su novio. La ex ha pasado a ser primera plana hasta dejar su protagonismo al número uno de la trama, Jordi Pujol. El ex honorable ha revuelto el pasado, se ha enfadado contra todos los que le han acusado, y se ha defendido acusando. No estaba acostumbrado a ser señalado y, cuando su dedo ha buscado el seguir acusando a los demás y nunca a él, sus dedos han temblado de indignación. Yo acuso, tú acusas, él acusa. ¿Quién es capaz de poner en entredicho –dijo- su patrimonio? Y allí ha salido a relucir el secreto de su herencia –paterna o no- la indiscreción del Banco de Andorra, sus posibles corrupciones y un etcétera vergonzoso. De la acusación se va rápido a la amenaza, y ya tenemos al hijo dando nombres importantes que han participado en esos jugosos negocios del Honorable. Cuidado – profetizó- porque puedo hundir a muchos. Y los nombres empiezan a desgranarse como un rosario con sus letanías y todo. Dolores de Cospedal –que no se libra de ser citada en todas las listas de sobornos-, Mayor Oreja y un inventario con nombres y apellidos digno de la serie Scandal.

Cada otoño nos sorprende con una corrupción nueva. Las hojas de los árboles se caen livianas para servir de juguetes del viento mientras, a destiempo, crecen brotes inesperados e inoportunos que no corresponden a la estación del calendario. El caso de Pujol no estaba previsto en la agenda política del año, pero en la Banca y en la Política nada está previsto ni es inamovible. Hasta en este tema, tan poco poético, el amor es un potro desbocado.

Lo realmente bonito es el amor al recuerdo. El domingo las sardineras celebraron lo que fue. Juntas cantaron Desde Santurce a Bilbao. La concentración fue en Portugalete. Guapas, salerosas, alegres y sin años, las sardineras vivieron un día de nostalgia precioso. Y yo me acordé de Charo la Bella. Morena y con su moño bien puesto era la más guapa sardinera del puerto. Tenía un vocabulario único. Cogía las sardinas por la cola y las enseñaba a gritos para que todos vieran que las suyas eran las más frescas. Su belleza sirvió de inspiración para el monumento a la sardinera de Santurce. Y allí sigue, en un hoy y ahora, para todos los que quieran lanzarle un piropo. Hay historias que no terminan nunca pero en los rescoldos de la memoria sigue viviendo la añoranza de un tiempo –ni mejor ni peor, distinto- en el que las sardineras gritaban por el muelle su mercancía. “La del primero me dice a cómo las vende usted, y yo le digo que a cuatro y ella me dice que a tres. Cojo la cesta y me marcho ¿quién compra? Sardinas frescué”.