A mi Tablet no llegaba internet y llamé al servicio técnico de la compañía telefónica. Después de hablar con un montón de máquinas, y de teclear el número ocho veces, me pusieron con un agente que hablaba de verdad, con acento venezolano. La conversación fue larguita.
– De el botoncito de la derecha –me dijo.
– Pues no lo veo –respondo.
– Muy cerquita del rojo lo encontrará.
– Sólo hay uno verde
– Es muy sencillito, señora –explica-, suba con el ratón hacia arriba y desplace el cursor, ahora a la izquierda, y funcionará.
– Señorita –contesto nerviosa- hago lo que me dice y aquí no sale ni Hi-fi, ni internet, ni nada.
– Es imposible, repita, el botón negro hacia abajo.
– Pues no.
Y así diez minutos, insistiendo en lo fácil que era, y yo insistiendo en que no tenía línea y no salía la lucecita verde. Y la dulce telefonista, con voz melosa, pero enfadada, añadió:
– Verá, señora. Lo mejor es que hable con sus hijos, ellos le explicarán cómo se hace.
Seguidamente colgó. Me quedé con el teléfono en la mano. Mirando desolada mi ordenador, la Tablet y el teléfono. Luego me sorprendió la falta de educación y paciencia de la empleada de la compañía. Lo primero que hice una hora después, fue cambiarme de compañía y pensar si realmente yo era imbécil. Pues no, no soy imbécil. La línea estaba mal y la nueva compañía me la ha arreglado. Reconozco que mis conocimientos técnicos pueden sacar de quicio al más templado, pero ¡colgarme el teléfono…! Mi hermano Pablo, tiene la paciencia de Santo Job y las virtudes de Santa Rita, el capaz de explicarme, vía video conferencia, desde Málaga, los problemas –no siempre problemas- de mi ordenador, el móvil o la Tablet. ¡Claro que es mi hermano! Igual son demasiadas cosas para entender yo, una persona no iniciada, después de más de treinta años en el uso del ordenador. Reconozco mi torpeza. Así es la vida de los pobres analfabetos de internet. Pero todo tiene arreglo, me falta atención cuando me explican cómo hacerlo. Ha Quizás necesito que me cuente como un cuento particular para fijar los conocimientos que no he atendido. Tengo una amiga que tiene en la frente escrito: Cuéntame. Sin ser consciente le empiezas a explicar tu problema y ella sonríe, pone una mano sobre la otra, y escucha. Es tan alucinante su atención que se pasa el tiempo y le cuentas todo lo que no pensabas contar a nadie. Es tan deliciosa –o sacrificada- que asegura, y me lo creo, que nunca ha hecho lo que ha querido. Las circunstancias, el destino o la providencia han cambiado todos sus deseos. Cuando hablamos, después de descargar mis problemas en ella –un defecto de los más grandes- me dice que le gustaría reencarnarse en una sinsustancia, una frívola loca que ni siente ni padece, y resulta que es feliz.
La vida. Cada uno la vive como puede, creo que no tenemos que criticar tanto las actuaciones de los demás. Nadie es perfecto y quizás ustedes tampoco, pero no tienen –ni yo tampoco- derecho a juzgarme.
Ha sido mi cumpleaños y mi hija Susi me ha regalado cuadernos de colores preciosos. Aún no he estrenado ninguno. Los imagino llenos de palabras y me da paz este sueño que haré realidad. Me gusta escribir con pluma porque el pensamiento corre más que la imaginación y la pluma capta más rápido que las teclas. Tengo dos plumas –creo que ya lo he dicho en alguna ocasión- una escribe negro y otra rojo. El rojo es para corregir el texto impreso del ordenador. No pueden figurarse los tachones, puntos, comas y acentos que hay en cada uno de los folios que escribo para cada artículo.
El día a día es un continuo corregir los defectos, los fallos, las equivocaciones. Yo, metepatas por naturaleza, cada día podría llenar un cuaderno entero con todas las cosas que he hecho mal. Por la noche me perdono por haberme quedado tan tranquila unas veces, y otras asustada, por haber explicado mal un suceso. La interpretación cambiada no tiene arreglo posible. Pero mi deseo -al menos es un deseo ferviente-, es hacer las cosas mejor al día siguiente, porque cada amanecer es una página en blanco.
Me preocupan las páginas en blanco de los políticos. Las llenan de borrones continuamente y son siempre las mismas palabras las nubladas. Un mismo partido puede querer reinventarse mil veces. Y repite lo mismo, otra vez lo mismo, siempre lo mismo y, a veces también con las mismas caras repetidas, con idéntico programa pero, aunque pertenezcan a la misma sigla, quieren mandar. Eso del tópico (¿?) del erotismo del poder es paradójico. Imagínense que Donald Trump tenía todo en la vida, pero le faltaba el poder de mandar en la más importante nación del mundo, Estados Unidos. Después, sólo Dios. Internet ha sido su alfombra mágica.
América, América y América. Aparentemente esas cosas no ocurren más que en América. El espíritu americano nos ha comido un poco el cerebro. Las series de TV, una mayoría, llevan la bandera de barras y estrellas. Los marines, los criminales en serie, los policías apuestos, los investigadores supermanes y los periodistas incorruptos dominan las pantallas y nos mantienen sin respirar en un mundo sucio y rastrero vendido como paradigma del entretenimiento nocturno. Lo normal es acostarnos cada noche con un embalse de sangre, una mujer degollada, un hombre troceado y un psicópata que disfruta matando. Quizás en nuestro interior llevamos un sadismo que desconocemos. Dentro de poco veremos una historia como la de Ana Frank. Un joven mejicana – ya no será judía- escribirá su diario en algún rincón de un estado americano. Escondida en su gueto nos contará las tristezas de su vida en un país que creía suyo porque había nacido en él. El muro que Tramp planea para Méjico es mucho más denso que el alemán. Hitler dividió una ciudad, no un país entero. Espero que los mejicanos no dejen pasar a los turistas americanos a la Riviera Maya. ¡Qué triste! El nazismo y la dictadura vuelven con más fuerza. Igual en el ser humano hay una semilla del mal que sólo se manifiesta en raras ocasiones y, cuando esto sucede, nos lanzamos al vacío sin pensar que también nos hundimos en ese vacío.
Hace unos días se ha muerto Mariví. Era un símbolo para mi familia. Un último eslabón que nos unía con mis padres. Tenía 93 años. ¿Porqué lloras? –me decía un señora-, ha vivido bien y muchos años. Ya, pero no la veremos mas. Una amiga mía aseguraba que a los longevos cuesta más despedirles porque has disfrutado de ellos más tiempo. Mi hermano me ha dicho que Erik, el belga, está muy malito y aunque sé que era un ladrón, un falsificador y unas cosas más, yo le recuerdo con cariño. Es uno de los hombres que mejor pintan del mundo y, además, puede pasar de Leonardo a Monet sin temblarle el pulso. Sus copias son tan perfectas que algunas están en museos como originales. Creo que en mi corazón guardo una lágrima para él.