Pues verán, eso de la desobediencia civil me trae a mal andar, porque la historia está llena de desobediencias que suponen progresos. Claro que es un tema delicado, políticamente incorrecto, y un tanto arriesgado pensar que a veces patalear trae buenos resultados. Los niños lo saben. Lloran, chillan y al fin –aunque sea para que nos dejen en paz- les damos el chocolate, les dejamos jugar con la Tablet y hasta llegar un poquito más tarde después de una fiesta. ¿Somos débiles? Pues qué quiere que le diga. Los pequeños y los adolescentes seguirán insistiendo y, posiblemente al final, pueden merendar pan con chocolate, jugar a la PlayStation (si han aprobado, algo hay que pedir a cambio) y alargar la hora de vuelta a casa. Eso de quién la sigue la consigue y querer es poder puede ser una máxima con posibilidades de verdad. Todo es cambiable, mejorable y superable, aunque, a veces, esté prohibido. Franco nunca hubiera permitido que el País estuviera dentro de una Comunidad Europea, cierto que tampoco Europa hubiera querido tener bajo su manto -protector o no- a una España fascista e inculta donde la palabra democracia sólo se contemplaba en el diccionario no en la vida cotidiana. La verdad es que la piel de toro empieza a sufrir desgarros. La fiesta nacional, y los festejos populares con protagonismo taurino, tienden a desaparecer por maltrato animal. “La leyes – ha manifestado Rajoy- se pueden cambiar, pero las leyes no se violan”. Antes tampoco estaba permitido el divorcio. Alguien tiene que dar el primer paso para cambiar. Y ahí estamos gran número de ciudadanos de a pie intentando transformar un poco lo que nos ha legado el pasado.
La Historia, ese conjunto de hechos cotidianos, grandes y pequeños, que han ocurrido en el mundo, siempre es movible. Hoy no habría en Estados Unidos un Presidente negro si no hubiera habido una mujer negra que se opuso a la ley que obligaba a los negros a viajar al final del autobús. Ella se sentó delante y… Los sindicatos, tampoco existirían, si no hubieran desobedecido las leyes antisindicales. La jornada laboral no se limitaría a ocho horas si los obreros de Chicago no hubieran desobedecido las leyes. En realidad la desobediencia civil es el motor de la democracia. La tradición no implica una continuidad. Así han nacido –aquí y en otros países europeos- los nacionalismos. Un amor apasionado a la tierra chica. Por esa tierra la lucha puede llegar a ser más intensa que por un problema personal o familiar. Y mire por donde, pienso que ese amor es respetable, y muy difícil de calificar como nefasto. Todos los federalismos han nacido motivados por brotes nacionalistas. Uno sin el otro están cojos. No estoy de acuerdo con Arantza Quiroga cuando dice que “estamos ante los estertores del nacionalismo”. Creo que más bien produce miedo desde fuera a los políticos de este país ese despertar masivo de un sentimiento que estaba dormido públicamente. Se vivía dentro de las casas. Ahora, para defenderlo, se sale a la calle. Usted puede ser o no nacionalista, pero, sin duda, tiene derecho a poder manifestar sus preferencias. ¿Por qué no se puede votar la legitimidad de un sentimiento? Creo que la desobediencia civil es aquí defendible. Los catalanes no pretenden conseguir por la fuerza la independencia. Quieren preguntar al pueblo llano si quiere vivir fuera de España o dentro. Es preguntar. La pregunta –siempre legal en democracia- no implica que va a resultar que toda Cataluña este de acuerdo con esta idea. Preguntar no es otorgar. Igual la mayoría de los catalanes prefiere quedarse dentro de España. Pero ¿por qué prohibir un referéndum? Cierto, no se contempla en la Constitución. Quizás antes de este revuelo habría que prever las consecuencias de esa auténtica prohibición. Pero pienso que estas reacciones políticas nos están descubriendo la verdadera cara de los mandatarios. Estamos volviendo a un totalitarismo angustioso. La democracia no tiene que tener tanto miedo al pueblo. Si así fuera dejaría de ser democracia. Hay fórmulas intermedias que no se quieren profundizar.
He leído con placer el último libro de Enrique Barón, “La era del federalismo” (editorial RBA). El ex presidente de la Comunidad Europea siempre ha defendido que “he trabajado toda mi vida por la interdependencia en España y en Europa. Entre querer irse o quedarse, la solución más civilizada es la federal”. Su lectura me ha aclarado muchas consecuencias que traen el no vivir con plenitud el federalismo. En la consulta catalana no se quiere ver más que terror. Y como tal terror, se prohíbe, como en tiempo de Franco, y a olvidar. ¿Cómo van a olvidar tantos catalanes su derecho al voto? “La ambigüedad, concebida como posibilidad de que algo pueda entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones, puede dar motivos a dudas, e incertidumbre por confusión”. El antiguo ministro socialista hace una interesante versión sobre los enredos políticos. “Alternar entre tejer y ser presa de araña ha sido la situación más frecuente para los líderes europeos a lo largo de la Historia”. Recuerda la mitología griega para demostrar la importancia de tejer para la paz. Atenea, diosa de la sabiduría, encarna el arte de tejer y el derecho a una guerra justa empuñando una lanza en su mano derecha y un huso en la izquierda. A pesar de su aparente justicia, la diosa castigó a la mortal Arazne porque ella tejía un tapiz en que describía cómo los dioses maltrataban a los mortales, utilizando precisamente el rapto por Zeus transformando en toro a la princesa Europa. La diosa se percató que el trabajo de Arazne era mucho mejor que el suyo. Desesperada rompió la obra, golpeó el telar y la convirtió en araña condenando a todos sus descendientes a tejer. Le envidia puede ocasionar desazones. La fortaleza catalana asusta al Gobierno y pretende convertir a Cataluña en araña. “El federalismo parte de una voluntad de convivir con valores e intereses comunes a partir de la propia identidad, con un destino compartido”. Si cito continuamente a un federalista con identidad propia, es porque su opinión está libre de personalismos. Hay que darle sentido al voto, y eso “en toda democracia se concreta en poder votar a un candidato o candidatos para que lo gestione”. Vivimos la continua contradicción de la Historia, y esa contradicción hay que aceptarla, al menos votarla en libertad. Laureano Figuerola –curiosamente el creador de la peseta- creía que había que modernizar un Estado con Cataluña como región más adelantada y con voluntad de catalanizar España. Yo no quiero que Euskadi se catalanice, pero es un ejemplo que me sirve
El lenguaje que se está utilizando estos días para defender la prohibición del derecho a decidir catalán, es cada vez más enfermizo y con tintes franquistas. El ABC publicaba hace poco que “es necesario desarmar al nacionalismo de las competencias autonómicas con las que, de manera flagrante, está vulnerando la legalidad, porque la amenaza para el Estado no solo consiste en el uso que los separatistas hagan de esas competencias, sino en el hecho de que están en manos de un frente conjurado para desestabilizar España”.
Para muchos vuelven los masones y los rojos de la era franquista. Pero, señores, ¡si lo único que piden los catalanes es un referéndum! Nunca sabremos, si no hay una desobediencia civil, qué quieren definitivamente los catalanes. Lo que es claro es que Mariano Rajoy ha decidido que no hablen. La Constitución es cambiable. Porque vivimos un tiempo distinto desde que se aprobó la Constitución de 1978. El Presidente del Gobierno no se puede escudar en unas leyes inamovibles para saber el deseo de los legislados. La pelota está en el tejado, hay que decidir cogerla o dejarla.