La entrada de la primavera ha llenado la terraza de polen. Parece aire amarillo que se nos pega a los zapatos y ponemos la casa de color mimosa, pero sin la gracia y sin el olor de las flores. Además, se nos ocurrió pintar una habitación. El polvo se ha hecho multicolor. Verán, estoy viviendo una historia vulgar de casa vieja. Yo sólo quería pintar la pared de un cuarto, pero al quitar el papel anterior –incrementado por dos antiguos entelados- al arrancar el tapizado se cayó la pared del cuarto de baño. Y, al intentar arreglarlo, encontraron los tubos de las cañerías podridos. Debajo de la ventana había humedad. Una humedad de mar que se había extendido por la habitación y el salón. En el salón había un boquete tan grande que tuvimos que llamar a los albañiles. Después, al hojalatero, porque se levantó el cuarto de baño. Mas tarde ha tenido que venir el electricista, se han desajustado cables y enchufes, y hay que volver a colocar los teléfonos que han dejado de sonar y las luces no funcionan por tanta obra. También han hecho parte de rodapié nuevo porque estaba comido de humedad. Al fin, los pintores no han podido más que emplastar la habitación y esperar a que la obra de albañilería se seque –cada vez más difícil, no deja de llover-, y han de aguardar a que todos los gremios pasen para arreglar el estropicio. Un estropicio que estaba quieto en el sueño del tiempo sin ocuparse de lo que pasaba en su interior.
Llevamos un mes con la obra y dormimos en un sofá de mi despacho viendo la lucecita oscilante del ordenador que yo tengo la costumbre –buena o mala- de no desconectar. Me he acostumbrado, de noche y de día, a mi lugar de trabajo y ahora, cuando me pongo a escribir, tengo la sensación de estar en la cocina oyendo ruidos extraños que nada tienen que ver con la comida ni con un articulo para ustedes. La verdad es que vivo sin vivir en mí. Uno de los versos –el de este vivir- más bellos y reales que se le ocurrió a Santa Teresa en algún caos de éxtasis. La santa también debió de pasar mi situación en los muchos monasterios que fundó en España.
–Padre –le dijo al cura- he robado un ronzal.
–Pues hijo, pide perdón a Dios y devuelva la cuerda al dueño.
–Vera, es que la cuerda, para atar a la cabeza de los caballos para conducirlos, era muy grande.
–Tres avemarías y un credo. ¿Qué más?
–Detrás de la cuerda iba un caballo…
–Un rosario y devolver
–Y otro caballo y otro hasta ocho
–¿Caballos?
–Caballos o mulos que tiraban de un carro lleno de sacos…
–Hijo, no salgas de la iglesia en una semana. Reza hasta que no puedas más y empieza a devolver todo lo que has robado.
–Padre no puedo. El primer asno se lo vendí a un compadre que se fue a Galicia, otro burro se lo vendí al carnicero que, a su vez, lo vendió a sus clientes como ternera de leche y…
Dejemos al cura y a su penitente porque la realidad supera lo imaginable. Así es la vida. Desde una simple cuerda –pintar una habitación- se llega –por necesidad- a tener que cambiar un cuarto de baño, tuberías, rodapiés, instalación eléctrica, teléfonos… Todo destrozado por tantas inclemencias del tiempo y el paso de los años. Nosotros vivimos el presente, sin saber que debajo había un mundo de derrumbe interior tapado por una tela rosa de rombos.
Un trabajo de chinos.
Los chinos…como en un sueño del siglo pasado, recuerdo nebuloso los días felices de goce placentero disfrutando del Bilbao cultural. Recuerdo que…
Cada armadura de los guerreros de Sian era distinta. Jon Ortuzar, director del Palacio de Euskalduna, en una privilegiada visita al mundo misterioso de China, nos enseñó el minucioso trabajo de los artistas orientales para ese inframundo que iba a acompañar al más allá a su emperador. Los obreros artistas –una historia repetida en las pirámides de Egipto- eran ejecutados al terminar las estatuas para que nadie supiera nunca cómo se hicieron. Estos guerreros de terracota estuvieron en Bilbao en una magnífica exposición itinerante por el mundo. Los hombres de piedra, aparentemente iguales, sólo se diferenciaban entre ellos por las orejas. ¿Sabía usted que las orejas son el único distintivo diferencial del género humano? No hay orejas iguales.
Tuvimos el privilegio de verlos de cerca. Creo que no somos capaces de valorar nuestra riqueza. El Museo de Bellas Artes nos vuelve a sorprender con una colección de vestidos de Alta Costura fastuosa. Si usted viera –otro privilegio de la amistad- cómo Mikel Viar nos mostró la exquisitez con la que llegaba de Paris cada vestido, en cajas herméticas precintadas, con infinitos papeles de seda, como una frágil carolina de merengue, dentro de un cajón–uno para cada traje- de madera. Y esta exposición única, con una legión de profesionales del arte detrás, está en Bilbao, gracias al buen hacer de su director. Montada con los cuadros maravillosos del fondo del museo, es una experiencia irrepetible. Los colores brillantes del pasado con la creatividad francesa de los años cincuenta en minuciosos pespuntes. Muestras de esta categoría pueden costar hasta dos años de negociaciones.
Quizás, usted se pierda este privilegio. Igual usted no ha visitado la exposición del Equipo Crónica; y quizás no haya visto la Lucrecia de Lucas Cranach el Viejo, una destacada adquisición del museo; quizás usted se perdió la exposición de Botero, la de Antonio López…Quizás usted, y yo también, en nuestra inconsciencia dejamos pasar estas oportunidades. Quizás, incluso, desconozcamos que el modisto vasco Javier Barroeta inaugura una escuela de Alta Costura en Bilbao
El arte es el supremo valor que puede legarnos la mente creadora del hombre. Y ya ven, en esta mañana caótica de primavera –de verdad que es primavera- pienso que el arte es tan variado y distinto, que son artistas los electricistas que están colocando ordenadamente los hilos por donde pasa la luz, los albañiles que arreglan y cubren los desgarros de la pared, los hojalateros que nos procurarán una ducha y los pintores que en una abrir y cerrar de ojos –un parpadeo un poco largo- consiguen el milagro de un resplandor nuevo. Piso los cartones llenos de pegotes del suelo y pienso que antes de llegar abril el milagro del sol volverá a mi casa. Y, por supuesto, no mandaré asesinar a los hacedores de mi bienestar.