Leer es descifrar letras y comprender. Escribir es recordar, soñar, y dicen que también mentir. Yo le puedo contar mi historia. Desde niña quería escribir y me hice periodista. Pero antes fui madre. Escribí para recordar, “Junio”. Escribí para mentir, “Leonora”. Escribí para investigar: “La mujer de las nueve lunas”. Y, ahora, estoy escribiendo para soñar una historia que le contaré en otoño.
Lo que escribo cada día es para usted. Si yo escribiera para mí, me dedicaría a pensar. Una vez que la pluma se posa en el papel es que quiero comunicarme con alguien. Quiero decir algo a alguien y, eso que quiero, lo voy a dejar escrito. El placer de leer lo que otros escriben es tan mágico, intimo y personal que lo hacemos nosotros solos. La soledad de un libro, de esta página de periódico, acompañado de nuestras manos, es una bella experiencia. Por esa posibilidad de contar le voy a decir que este fin de semana he estado en Madrid y he disfrutado con mi nieta María. Es una princesa medieval. Juntas hemos pintado de colores la realidad de cada día. Hemos sido felices recorriendo tiendas y soñando que nos tocaba una lotería millonaria para cumplir, como hadas en un mundo que no cree en las hadas, nuestra lista de deseos. Si hubiera sido nuestro número el ganador… Si hubiera sido, nos esperaba el Puente Vecchio en Florencia, la plaza de San Marcos en Venecia, Katmanudú en Nepal con sus palacios de oro, el olor a incienso y flores de India, el Glaciar Perito Moreno en la Patagonia, los cerezos en flor de Japón, las boutiques de Via Veneto, el mar de las islas Fidji. Todo en el azar del capricho de los dioses.
El si hubiera es uno de los más grandes defectos que tenemos todos los humanos. El si hubiera es algo que no ha sido, pero podía haber sido, y no fue. Cuando decimos si hubiera estamos pesarosos por algo que no hicimos: Si hubiera cogido aquel avión, si hubiera sido mas joven, si hubiera reaccionado antes, si se lo hubiera dicho, si le hubiera pedido perdón… En fin, vivimos en un continuo si hubiera que no nos lleva a parte alguna. No nos morimos en el vuelo que se estrelló, no podemos ser más jóvenes, no es viable decir lo que no dijimos en su momento, ni podemos hacer regresar del otro mundo a quien no perdonamos. El viaje al pasado es un camino de imposibles deseos que se nos va en el aire. Sin embargo, caemos en el reiterativo recurso del si hubiera. Y yo, como usted, también, pienso en el si hubiera.
El mundo de los perfumes me emociona. Quisiera tener todos los que salen al mercado. En mi zona de trabajo tengo una balda dedicada a ellos. Todos están abiertos y en funcionamiento. No me imagino coleccionar frasquitos de muestras y no abrirlos para guardar hasta no-sé- qué día. Además, los aromas son caprichosos. Huelen según nuestro humor, según la hora y hasta según la ropa que nos ponemos. Y…, me estoy perdiendo. Quería decirles que de no haber sido periodista me hubiera gustado ser perfumista. Crear aromas y disfrutarlos. Tener un laboratorio en medio de un jardín de flores y mezclar esencias, elixires y recuerdos. Dior también estaba enamorado de la tierra y sus jardines y, fascinado por las plantas, se inspiraba en la naturaleza para cada una de sus creaciones. Mi amiga Silvia sabe que ese sueño ronda siempre mi cabeza y me ha regalado el último perfume de Christian Dior: Gris Montaigne.
El gris es el color de la elegancia. Un caballero siempre tiene que tener en su armario un traje gris y, si ese traje tuvo la suerte de hacérselo Javier de Juana, seguro que es perfecto. Voy a hacer una pequeña desviación de mis pensamientos. El gran maestro sastre del Bilbao de toda la vida no quería ser sastre de pequeño. Si hubiera podido elegir hubiera sido pintor. Era el más aventajado alumno de la Academia de Arte Leonardo da Vinci. Los profesores aconsejaron a sus padres que el niño se dedicara al arte, pero el padre, sastre, quiso que su hijo siguiera su profesión, y le obligó a coser. Quiero imaginarme las lágrimas que tuvo que derramar mientras la aguja cosía, nublado por la pena, delicadas franelas. Javier siguió pintando en sus ratos libres y hoy, cuando el tiempo serena los recuerdos, ha hecho una exposición que ha dejado sin aliento a muchos de sus clientes que sólo conocían su faceta como afamado sastre. Un estilista que había diseñado el uniforme de la Ertzaintza y confeccionado los preciosos trajes grises de la elegancia vasca, del rey, de lehendakaris y de ministros; pero, también, en su corazón latía un artista capaz de dibujar precisas caras, de pintar increíbles soldados napoleónicos, briosos caballos y carabelas en mares azules. Su vida como sastre se ha iluminado como la madreperla del Golfo Pérsico.
El gris es el tono perfecto para no equivocarse. Pasa inadvertido, pero un buen corte sobresale en la multitud. El gris no es sinónimo de anodino. Hay que ser muy gris para caminar por la vida sin llamar la atención y al fin destacar por esa sutileza. Como las perlas, las más valiosas son las grises.
Dior ha llevado a sofisticación el gris. ¿Y si el gris fuera un perfume? Así he aprendido que el chipre es el gris de la familia de las aromas. El chipre es una mezcla de aromas que se creó por primera vez en 1917 en Chipre. Este olor especial entra a formar parte de gran parte de los perfumes. Un mundo misterioso como el lenguaje de los perfumistas, mágico como las esencias. Para explicar la nueva creación Gris Montaigne, el alquimista de la fórmula, François Demacchy dice: “Una fórmula corta y viva que compone un acorde Chipre armónico: una salida hespéride, un acorde floral, una nota amaderada acentuada por el Pachulí sobre un fondo ambarado de musgo. El musgo, este sutil olor de sotto bosque mojado, otorga toda su identidad a esta interpretación del Chipre. La salida hespéride se funde con una de las más bellas Bergamotas, la de la Calabria. El absoluto de Rosa de Turquía exhala una nota floral sutilmente espaciada, casi masculina, mientras que el jazmín Sambac del Tamil Nadu Hindú aporta a Gris Montaigne voluptuosidad y sensualidad. El corazón del Pachulí de Indonesia envuelve el perfume de una elegancia inédita y sensual. Un perfume de raza, unión entre modernidad y herencia clásica. Un perfume de piel multi-facetas, una firma sutil como el roce discreto de una franela”.
Me pregunto si sentiré estas etéreas palabras hechas aroma en mi piel. ¡Qué mas da! Porque leer una vuelta al mundo en sensaciones exóticas deja un rastro inconfundible de la eterna presencia que acompaña la vida: el color gris. El cielo querido de nuestra tierra. Dulcemente querido por obligación, porque ni el calendario ni el estío han dejado un resquicio de sol en este paisaje que se ha hecho girones entre las nubes, la industria y el plateado Guggenheim.
Aquí no tengo ninguna duda. Si hubiera de nacer otra vez, como María, siempre sería en Euskadi. Y siempre, en ese siempre cotidiano, compraremos en la ONCE la posibilidad de seguir soñando.