La agenda es imprevisible. Hace dos días entregué este artículo y, ahora, cada letra ha empezado a desgajarse para pedir otro lugar en el texto. Los atentados de París añaden una angustia indeterminada. Hoy todos nos hemos convertido en protagonistas inocentes por Alá. Mas de un centenar de asesinatos por Alá. Mientras unos supervivientes canta la Marsellesa, envueltos en humo y dolor –sobrecogedor-, ocho familias –las que engendraron a los ocho terroristas, estarán pensando que vivir es preámbulo de la muerte. Aunque, demasiado jóvenes para engrosar el batallón de terroristas. Y Dios, Alá, ¿qué dirá?¿Merece la pena ser mártir?¿Qué intereses hay detrás de esta barbarie?
Tenemos que añadir una nueva memoria por lo absurdo.
En mi calendario de mesa me falta el mes de diciembre. No me había dado cuenta de que las hojas pasaban y el montón de días descendía demasiado rápido. Me quedo sin la Inmaculada, Navidades y los Santos Inocentes, salvo que compre urgentemente otro diario. Me gusta ver cada mañana la frase para empezar el día. Siento que la han escrito para mí. ¿Qué haré sin mi consejo cotidiano? La semana pasada leí una línea especial. “Tu imaginación –decía Albert Einstein- anticipa lo bueno que te sucederá en la vida” . Pues verán, yo me he quedado sin el sendero del nuevo mes y quizás, por esa ausencia, estoy atolondrada y sin ganas de emocionarme por nada. Psicológicamente, un simple papel y una cita anónima, te pueden hacer reaccionar. Siguiendo el consejo voy a pensar en el futuro y así serenar la memoria. Aunque, la memoria es tan caprichosa que si no vemos el día nos perdemos. Necesitamos continuos post-it amarillos. Una luz, aunque sea diminuta, que nos mantenga despiertos los sentidos para la nueva jornada.
Quizás, por esa asociación de ideas que es el pensamiento, me he acordado de la llama continua que arde en el monumento al soldado desconocido. Ningún nombre, apellido, dirección o nacionalidad figura en la estela funeraria. En el monumento, imposible enumerar tantos soldados que murieron en el anonimato, se echó tierra encima y se cubrió con flores. Para no olvidar quedó un pebetero con una llama. Esa lengua de fuego nunca se ha apagado en décadas de años. El primer monumento al soldado sin nombre se erigió en 1849 después de la guerra de la secesión en Fredericia, un pueblo de Dinamarca. La memoria moderna empezó en el Reino Unido donde, después de la Primera Guerra Mundial, todos los combatientes desconocidos fueron enterrados simbólicamente en la abadía de Westminster. La tradición se ha hecho romántica. Cuando un futuro soberano inglés se casa, las novias llevan sus ramos al simbólico lugar. Allí quedaron las enamoradas flores de Catalina de Cambridge, de Isabel II, de Diana de Gales…Para todas fue su primer alto oficial, con una lágrima artificial en los ojos.
Por la memoria.
Un año después del monumento inglés, Francia construyó su Arco Triunfal para albergar a sus héroes. Hay tumbas a soldados desconocidos en Berlín, en la catedral de Buenos Aires, en las islas Malvinas, en Irak, en Viena, en Arlington, en Filadelfia, en Moscú, en Praga, en Finlandia…
Hay algo inquietante es ese deseo de unificar el pasado mezclándolo con sangre, tierra y fuego. Aquí las víctimas tienen nombre, son los inocentes mártires de una guerra a la que no habían sido llamados. Su religiosidad era anónima y, esa extraña vocación de héroe que baila en el aire, nunca había entrado en su ideario político. Como decía Bertolt Brecht, “no todos los soldados desconocidos logran ir a parar al Arco del Triunfo”.
Creo que necesitamos una única tumba para todos los asesinados del terrorismo y después pasar página, procurando que el fuego no se extinga. El problema, nuestro problema, es que hay muchas victimas, tantas como ideologías. Cada protagonista se niega a ser anónimo y acude a los festejos con su corona de laurel y su caja de cerillas particular, no sea que el viento, o un disidente inesperado, apague la llama. Parece imposible que todos los partidos políticos encuentren un lugar debajo del cielo para venerar la memoria triste del terrorismo. En los últimos años los monumentos se han multiplicado y diversificado. Artistas famosos han creado símbolos de su particular visión de la violencia. Nunca se ha conseguido una idea común a la hora de aunar los recuerdos. La memoria se ha convertido en un extraño protagonista político, cultural e ideológico. En todos los presupuestos – parecen setas de otoño- han aparecido partidas millonarios dedicadas al rico filón del terrorismo. Ahora –en una ahora que de verdad, no sé cuando empezó- se cuestiona quién es o no es victima, y, como no se sabe hacer una buena definición, hay que estudiarla. Hay que remover los recuerdos, las lágrimas, los rencores, los odios, los amores, las ausencias, los olvidos. Aquí necesitamos muchas tumbas, como necesitamos muchas memorias. Cada uno tiene su memoria escrita con melancolía, nostalgia o rencor. Nos hemos perdido entre edificios de memoria y pasillos de espera, minutos de silencio y ramos de flores. Usted asistirá a un acto de memoria y su vecino elegirá otro. No conseguimos la unidad por mucho que deseemos -¿o no lo queremos?-. Pienso que el terrorismo es un apartado donde todos los partidos se desencuentran, pero quieren bucear en la memoria.
La memoria del país tiene alzhéimer. Hace falta un medicamento para volver a los años y hasta los siglos pasados. No sirve el mismo brebaje farmacéutico para todos. Hay una selección de los sucesos y, cada colectivo, quiere recuperarlos como le parece mejor. En este final del calendario estamos viviendo un desasosiego por recuperar el tiempo perdido, como si fuera un maratón con metas en distintos sitios. Es muy difícil ganar si hemos perdido la dirección de la meta. Aún no sé qué queremos. La recuperación de la memoria se dispersa, como burbujas de champán sin copa. Cada persona ha encontrado, en esa búsqueda del recuerdo, necesidades que habían quedado con tierra encima. Todas las páginas del cuaderno de la historia se han estancado ante la palabra terrorismo. Quizás sea un tema electoral. Es como si hubiera que quitar el vendaje de un tirón, arrancar las postilla de las heridas que se escribieron con sangre y empezaban a cicatrizar. El dolor es de todos y no hacen falta tantos recordatorios en este momento de la historia. Nos han puesto un andador ultimo modelo cuando ya habíamos aprendido a caminar y, además, estábamos dispuestos a participar en un maratón. La palabra victima se ha masificado. Todos pueden ser victimas. El temario es tan variado como los apartados de un Catón. ¿Sabe usted lo que era un Catón? Un libro gordo que comprendía aritmética, geografía, lengua, historia, religión… las materias necesarias para entrar en el mundo del saber. Cuando éramos pequeños creíamos que aprendiendo el Catón ya aspirábamos a ser sabios. Con los años supimos que cada capítulo había que desarrollarlo para saber más que los demás. Creo que la violencia no necesita tantos especialistas, tantos estudiosos y profesores para hacer un punto final. Estamos con demasiadas rutas que nos están superando y así nunca haremos en el futuro una buena autopista. Qué hay detrás de tantos memoriales terroristas. Pues no lo sé. Quizás simplemente buena voluntad.,
Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice –pensaba Voltaire- pero me pelearía para que usted pudiera decirlo.
¿Qué llama pondremos para mantener la memoria de las victimas de París?