Seguro que no le entraba en la cabeza –hace años, porque ya es costumbre- que dentro del mismo partido hagan elecciones para elegir a su líder. Se muerden, insultan y despotrican, sin ser conscientes de que esta situación dura unos días, la temporada es muy larga y hay que convivir en armonía hasta las próximas elecciones. Ser como gatos y perros, mordiéndose y arañándose, no es un comportamiento ejemplar, pero hace tiempo que he dejado de pensar en lo que es oportuno o no en esta vida.
Cada vez nos acercamos más a la igualdad –no femenina- sino animal.
Esta mañana subiendo por las escaleras de la cuesta de las maderas de Portugalete, un señor iba con un perrito caniche que llevaba dos pasadores rojos puestos es sus coletas. El perro se agarraba a la barandilla con sus patitas y todos los que bajaban se quedaban mirando al gracioso animalito que disfrutaba como si fuera en un tiovivo. Detrás del can iba un niño precioso moreno con ojos verdes al que nadie miraba, aunque parecía un angelote bajado del cielo. La atención era para el animalito. Verán, me parece bien y me parece también bien que cada vez se vean más perros acompañando a sus dueños, pero siento que estamos demasiado obsesionados. He estado unos días en Málaga con mi hermana y su familia. Impresionante. Dos perros salchicha y dos gatos de angora eran los dueños de toda la casa. Cualquier sitio donde te sentaras había sido ocupado antes por los dueños del mobiliario. Yo -un poco escrupulosa- pasé verdadera angustia porque ninguna silla, butaca o cojín –ni siquiera la cama- estaba libre de haber sido inaugurada por estos reyes del hogar.
Además, con todo mi cariño, lo más importante eran estos cuatro animalitos. Debo reconocer que les ocasionan un gran trabajo y, sin duda gran felicidad, a los dueños. Estando allí viví una angustiosa situación. Uno de los perrillos no sabía aliviarse, vamos que era incapaz de montar a la perrita. Preocupados, le llevaron a una especie de coctel de perros para que allí encontrara a su amada entre tantas perras. Pero nada. El animalillo seguía intentándolo, pero, en su afán, se torcía sin conseguir llegar a feliz término el esfuerzo. Tras muchos estudios y consejos de especialistas, han llegado a la conclusión que al can le gusta montar, pero no llegar, porque al parecer es gay. Un imprevisto con el que no se contaba. Al fin dejaron que la vida siguiera en el jardín. Claro que la vulgaridad cotidiana del jardín a mí me seguía quitando el sueño. Yo les veía a las dos salchichas oler y chupar sus partes y luego a mi sobrino darles besos en los morros. Hace poco oí a un veterinario que esta costumbre no era muy sana pero ya ven… es lo normal. Tan normal como gastar una buena cantidad de dinero para llevarle a hacer limpieza de dientes -con anestesia incluida, para que el pobre esté quieto-, cortar el pelo y hacerlo brillar -nuevamente con anestesia, esta vez para gatos – a los felinos que no se dejan desenredar los nudos. Un estrés para los no amantes de los animales que no terminamos de comprender que un perrito pasee dentro de un cochecito de bebé, que tenga cuna y hasta hotel de recreo en vacaciones. En una revista de moda he visto este mes una lujosa piscina –con mayordomo incluido- para perros. Esta piscina se ubicaba dentro de un lujoso resort donde los dueños descansan sin sus mascotas. Mientras los perros –en la foto se veían de todas las razas-, se relajan en tumbonas especiales y con sombrillas si no quieren tanto sol.
Seguro que muchos amantes de perros –incluidos alguno de mis nietos- en este momento me están odiando, pero es que en verano se ven cosos increíbles.
Ruego a todos los miembros de los partidos políticos que aprendan de los dueños de los animalitos, para actuar con la misma delicadeza. No sé si esto se aprende en clases especiales. Igual existen y aún no me he enterado.