Esta manía mía de escribir lo que pienso es una especie de enfermedad benigna que no contagia, pero puede resultar molesta. Con mi defecto a cuestas, llega junio. Y yo tengo que contar un recuerdo repetitivo que parte por la mitad el año y ese motivo me deja melancolía en el día 28. Un día como otro cualquiera para muchos de ustedes, pero a mí me vuelve a la memoria que ese día de junio asesinaron a José María Portell. No me acostumbro a pasar la página del calendario sin seguir sintiendo escalofríos. Ya no cuento los años –han pasado más de treinta- ni se me llenan los ojos de lágrimas, pero la fecha se grabó a fuego en mi vida y, cuando llega este mes, los recuerdos -aunque no los dejo, porque felizmente la vida me ha tratado bien- intentan hacerse presentes.
Tengo un marido que me quiere. Ha pasado el tiempo. Mi hijo Gabriel puso a su primogénito José Mari y ahora José Mari tiene 18 años, un pelo rubio y rizado, como el de un angelote renacentista, y la sonrisa de su abuelo. También en Aitor ha quedado esa extraña tranquilidad, hecha de inteligencia y tesón con decisiones contundentes. Ha sacado sobresaliente en selectividad. María, la mayor, es la primera que nos hizo abuelos, también es la mejor en la universidad y parece una princesa de un cuento de hadas medieval. Mónica tiene una mirada limpia y enigmática que enamora y se clava en el corazón; Virginia una cara transparente que se come todas las olas de Sopelana montada en su tabla de surf. Pablo ha heredado tu gesto y tu amor por el arte, tiene un gusto exquisito. Ignacio se ha quedado con tu obsesión por el peligro –“nunca pasa nada”- y es un saltimbanqui que no para quieto y baila como una peonza. Pablo-2 (hay dos Pablos entre tus nietos) es tan listo que ni los múltiples cambios de colegio y país han podido variar su brillante expediente académico. Su hermano Nicolás, aunque también ha vivido en Ámsterdam, le ha escrito una poesía en euskera a Susana en el día de la madre. Adriana, la pequeña –ahora tiene cuatro años, uno más que Jesús cuando te fuiste- nos tiene a todos locos, especialmente a su abuelo Dani, porque, como sabes, hace muchos años que Dani ocupa tu sitio y él ha visto nacer a nuestros nietos que ahora son sus nietos. Nuestro pequeño Dani –un Dani que mide casi dos metros- llegó después de las lágrimas y llenó de alegría a sus cinco hermanos que lo disfrutaron como un juguete. Su venida rompió todos los esquemas y, con él de paje, empezaron las bodas de sus cinco hermanos. Dani-padre ha sido el padrino de las niñas.
Tienes diez nietos. Y, entre todos, hemos buscado los caminos de Machado sin sendero y hemos encontrado un horizonte luminoso y azul donde se ve el mar. Somos felices.