Hace muchos años, tantos que han pasado más de quinientos, Leonardo da Vinci inventó la servilleta. ¿Usted no lo sabía? Pues es una de sus muchas aportaciones a la Humanidad, además del tenedor, los espaguetis y los exprimidores de ajos. Pues verán, en aquel tiempo, en las cortes italianas donde vivía, sus novedades de educación se estaban imponiendo, primero con escándalo y después con gozo sorprendido. En Milán, Ludovico por consejo de Leonardo, sustituyó los conejos vivos, que ataba a los bancos de las mesas para limpiarse las manos de grasa, por trozos de tela individuales. Al principio, los comensales no sabían para qué eran aquellos tejidos. Se los ponían en la cabeza o cogidos al cuello como adorno. Cuando Leonado explicó su servicio, los invitados, después de usarlas, no sabían qué había que hacer: si llevárselas a casa o tirarlas al suelo. Si, ahora, Da Vinci acudiría a nuestras hamburgueserías, tirarlos al suelo sería lo correcto.
La educación en la mesa fue un principio que había introducido Leonardo en la casa de los Borgia y que escribió en un tratado de cocina y nuevas maneras de comportarse en la mesa. Para el artista, lo fundamental, eran las buenas maneras. Educación, hasta si se va a cometer un asesinato en la mesa. Lo correcto –decía- es que el asesino se coloque al lado del que será objeto de “su arte”, para no entorpecer la conversación y delimitar la zona del mismo. Ningún invitado ha de sentarse sobre la mesa, ni de espaldas a la mesa, ni sobre el regazo de cualquier otro invitado. Tampoco ha de poner la pierna sobre la mesa. Tampoco ha de sentarse bajo la mesa en ningún momento. No debe poner la cabeza sobre el plato para comer. No ha de poner trozos de su propia comida, de aspecto desagradable o a medio masticar, sobre el plato de sus vecinos sin antes preguntárselo. No ha de enjugar su cuchillo en las vestiduras de su vecino de mesa. No ha de limpiar su armadura en la mesa. No ha de morder la fruta de la fuente de frutas y, después, retornar la fruta mordida a esa misma fuente. No ha de escupir sobre la mesa. Ni tampoco de lado. No ha de pellizcar ni golpear a su vecino de mesa. No ha de hacer ruidos de bufidos ni se permitirá dar codazos. No ha de poner los ojos en blanco ni poner caras horribles. No ha de poner el dedo en la nariz o en la oreja mientras está comiendo. No ha de hacer figuras modeladas, ni prender fuegos, ni adiestrarse en hacer nudos en la mesa (a menos que mi señor así se lo pida). No ha de dejar sueltas sus aves en la mesa. Ni tampoco serpientes ni escarabajos. No ha de tocar el laúd o cualquier otro instrumento que pueda ir en perjuicio de su vecino de mesa (a menos que mi señor así se lo requiera). No ha de cantar, ni hacer discursos, ni vociferar improperios ni, tampoco, proponer acertijos obscenos si está sentado junto a una dama. No ha de hacer insinuaciones impúdicas a los pajes de mi señor ni juguetear con sus cuerpos. Tampoco ha de prender fuego a su compañero mientras permanezca en la mesa. No ha de golpear a los sirvientes (a menos que sea en defensa propia). Y si ha de vomitar, entonces debe abandonar la mesa.
Pues verán, nosotros creemos que aquella educación era un ejemplo de monstruosidad criminal y de convivencia, pero vivimos con naturalidad la cotidiana desvergüenza de la alta política. Detrás de una mesa, perfectamente equipada con manteles de hilo egipcio y copas de cristal checo, se decide la muerte de, no uno, sino miles de habitantes, y se retiran los cadáveres para seguir conversando, con perfecta cortesía, la necesidad de la paz. Las mismas personas correctas disponen si el país a quien acaban de aniquilar tiene derecho a tener dentro de sus fronteras la posibilidad de poseer armas atómicas. Si el estado señalado recibe un benedicto positivo –es decir, tiene armas- se le aniquila para que no cometa atrocidades. Los mismos que han juzgado los hechos, una vez pasado a cuchilla al país malvado -por “poseer” lo que tienen los acusadores sin que nadie los juzgue- descubren que los “enemigos” son inocentes, no tienen más que hambre y carecen del preciado petróleo (justo lo que querían robarles fingiendo el bienestar mundial) pero ya han sido invadidos por los buenos y tenemos sobre la mesa una nueva guerra.
Así es la vida, siempre son los mismos los que conducen los destinos del mundo y siempre son los mismos los sometidos.
El poder siempre estará al lado del dinero y mientras la historia –mira que llevamos siglos con el mismo tema- no lo remedie, siempre ocurrirá lo mismo. Repetimos lo malo y rara vez hay quien se oponga, Las ONGs son mentira, la UNICEF es mentira, las asociaciones para los heridos y mutilados de la guerra de Vietnam son mentira, las asociaciones de victimas de violencia son mentira, y las cuestaciones para colegios, maltrato de mujeres y etcétera, etcétera, etcétera son mentira.
Nos escandalizamos del caso Gürtel mientras seguimos escuchando a todos los que están detrás, con nombres y apellidos, que continúan en sus puestos. Al Sr. Bárcenas no le pasará nada. Y, si le pasa –quiero decir antes de que le pase- los juzgados romperán el hilo para no tirar del ovillo y tener que aclarar tantos millones que han barajado y siguen barajando los que nos gobiernan y que han prometido sacarnos de una crisis que, por supuesto, ellos no tienen ni idea de lo que es. En Disnelandia y con el Pato Donald nunca se habla de tristezas ni crisis, en viajes Vip no se ahorra en la marca de vino y en Laponia solo tienen frío los perros mal alimentados, no los visitantes que viajan abrigados con mantas de cachemira en los trineos.
Señor ¡qué cruz! ¿Quién será capaz de arreglar tanta porquería? Pero ¿quién tiene las manos libres para poder pasar el aspirador y limpiar la polvareda?
No se preocupen, ¡Existe ese hombre: José María Aznar! Queridos amigos, si se presenta como nuevo Presidente, igual gana. La memoria es selectiva. Nadie recuerda ni ve lo que no quiere ver. Supersueldos con dinero corrupto, superfinanciaciones para el PP y tapaderas de dinero negro. Ocurrió cuando él era Presidente y sigue con un Presidente de su partido, aunque él mire hacia otro lado –debe ser la envidia de no estar- al actual inquilino de la Moncloa. Y seguimos impasibles dejándonos engañar. La justicia. Es también para los poderosos.