Su hijo o su nieto pueden tener la misma edad: 18 años. Un mundo dentro de una posibilidad de futuro. José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala tenían 18 años. Habían sido presuntamente de ETA, vivían en Bayona y trabajaban en el comité de refugiados. Un día –sé que lo habrá leído repetidas veces, pero el horror de vez en cuando es sano refrescarlo– estando en un bar, les secuestraron. Los torturaron tanto que sus caras y sus cuerpos eran irreconocibles. Para eliminar pruebas decidieron –nombres y apellidos detrás de esa decisión criminal– asesinarlos. Magullados y ensangrentados como piltrafas los llevaron lejos de aquí, hasta Alicante. Allí les obligaron a cavar una fosa, les dispararon tres tiros y los enterraron. Echaron cal viva para que nunca pudieran reconocerlos. Pasaron doce años de incertidumbre. ¿Dónde estaban los desaparecidos? Silencio. Pero, como el destino juega a las cartas con la casualidad, los huesos aparecieron y los forenses con las nuevas técnicas de ADN identificaron aquellos cuerpos torturados. Pili Zabala, hermana de Joxi, vio el largo dolor de sus padres y la angustia de aquel secuestro espantoso. Después la tristeza desgarradora de las familias al ser obligados a enterrar a los dos jóvenes en una fosa común del cementerio de Tolosa. El terrorismo del GAL iniciaba con estos asesinatos su camino de muerte.
El viernes, ver en directo a Pili Zabala y a Alfonso Alonso, candidatos a lehendakari por Podemos y por el PP fue desolador. “No la considero víctima del terrorismo”- dijo el antiguo alcalde de Vitoria. Y se hizo un silencio tan largo que solo la mirada de la hermana del joven asesinado pareció cortar el aire. ¿Quién es víctima y quién deja de ser víctima? En estos días el terrorismo, felizmente olvidado en los últimos años, ha entrado en la campaña electoral.
Pero no pretendía hablar de terrorismo, aunque es imposible no ver este caballo de Troya que nos separa, como si la cabeza de los hombres estuviera hecha de materia distinta según la ideología que profesen.
Y ahora a votar. Los candidatos desnudan su ideología en público. Hay para todos los gustos.
El camino hasta el colegio electoral nos lo sabemos a ciegas. Hemos votado tantas veces ilusionados, esperanzados, expectantes… La edad es lo que tiene, un mismo acto se va multiplicando por años y con el tiempo viene la experiencia. Y la experiencia, como decía un poeta alemán, es una buena escuela, pero la matrícula es carísima. Cuando pasamos un ecuador de trabajo llegamos a ese terreno secano que se llama jubilación. Usted ha podido ser un doctor licenciado por la Universidad de Oxford y director de una cátedra de microbiología, si se jubila su nombre entra en un vacío que comparte en igualdad de derechos con el magistrado del Tribunal Supremo, el dependiente de unos grandes almacenes y un cualificado funcionario de un ayuntamiento. El timbre de aviso de retirada son 65 años. La experiencia y el buen hacer valen poco. La sociedad dice que hacen falta nuevas energías. La gente joven está en el pelotón de salida esperando el disparo del juez que da comienzo a la carrera. Usted, que llegó en el primer puesto tantas veces, lo único que guarda es un reloj de oro –a veces ni de oro– que le dio la empresa donde trabajó tan dignamente. Se ha convertido en una persona prescindible. Entra en el olvido hasta que…
¡Llegan las elecciones!
En ese momento, usted y su voto, son sumamente importante. Tan importante que si vive en una residencia le irán a visitar, si está con su familia, le enviarán cartas amables para que vote al que sin duda le va a solucionar felizmente la subida de su pensión.
El problema es que ha aprendido mucho. La experiencia cuenta también a la hora del voto. Usted, que viene de la dictadura y ha votado a unos cuantos los partidos buscando el mejor, más de una vez, se ha confesado: ¡qué mal uso han hecho de mi voto! Mira los calendarios y comprueba que a menudo el resultado final no se ajustaba a su ideario político. Y se había creído que los votos hacen los hospitales –lo decía el Sr. Pérez Rubalcaba–, que el futuro no está escrito hasta que usted entregue su papeleta.
Si antes le han considerado prescindible, como dicen hoy, es un nicho importante para conseguir votos. “Nuestros mayores son lo primero en nuestro programa electoral”. Pensiones, bienestar, ocio…Todos le dicen los mismo y… La duda le da vueltas en la cabeza y se acuerda de Nicolás II de Rusia, el pobre con tan poca suerte a pesar de decir sabiamente que la experiencia “demuestra que los hombres y las palabras son incapaces de gobernar los acontecimientos”. Sus conocimientos no le sirvieron de nada, él con toda su familia murió asesinado.
Por supuesto, usted no es ningún zar, aunque le traten con gran deferencia en estos días previos a la llamada electoral. No se desanima y vuelve a votar, en el anonimato de una multitud que acude esperanzada a las urnas. Porque ahora, en ese ahora de su jubilación, los mensajes dedicados a su edad dorada son los más impactantes. Su voto –le insisten– es decisivo. No se puede quedar en casa y, aunque vote en blanco, sin ningún deseo dentro, sienta el placer de ver cómo su papeleta, se va deshaciendo en la nada igual que una hoja sin rumbo. Los que elijan su fórmula, evidentemente no tendrán éxito. Los políticos no entienden de enfados personales y desilusiones. Pero su voto es suyo. Y puede hacer lo que quiera sin remordimiento.
En las elecciones autonómicas es más fácil acertar y lograr que sus deseos se acompasen con los resultados, pero en las generales no hay forma. Vote usted lo que vote, van a salir los mismos. Hace unos días, Felipe González (ya quedó muy lejos el tema del GAL) dijo que suspendía a todos los líderes políticos actuales. “Si vamos a terceras elecciones les pediría a los cabezas de lista que no se vuelvan a presentar”. El ex presidente aseguraba en esta afirmación tan contundente que era por su propio beneficio. “Para que no tengan que pasar el enorme rubor de decirles a los ciudadanos que se han equivocado dos veces y a ver si a la tercera aciertan a la hora de votar”.
¡Que congoja!
¿Se imaginan repetir también las elecciones vascas? Sería un no dar abasto con tanto viaje y tantos sobres en el buzón de correos. Felizmente en nuestra tierra no ocurren esas cosas. Un amigo mío ya sólo vota en elecciones al Parlamento Vasco. Desde hace días tiene su papeleta al lado del carnet de identidad y por si acaso la tarjeta censal.
En las campañas electorales se pierden los papeles. Por un voto ¿merece la pena jugarse la dignidad? Yo no dormiría tranquila si fuera el señor que hace tiempo llevaba un importante municipio alavés.