La guardadora de silencios

No, por favor, que no se lleven a Pedro Duque. Se pierde en un instante la magia etérea. Ese instante en que entre los nuevos ministros vimos su cara de científico despistado que no sabía encajar en la foto oficial.

Cuando nos dijeron que iba a ser ministro un astronauta, una astronauta de verdad, que había viajado al espacio, que desde el cielo había visto lo pequeña que es la tierra, un astronauta, además, español, que había estado cerca las estrellas que… No. Ese no. No puedo pensar que Pedro Duque, un hombre que ha trascendido la tierra, que ha estado cerca de mil millones de estrellas en torno a la galaxia de Andrómeda, que ante sus ojos el amanecer y el anochecer dura 45 minutos, un hombre que ha aprendido a pensar mejor que los demás hombres en la ingravidez del espacio, un hombre que es capaz de decir, sin que se le mueva un músculo de la cara, que “la gente no concibe que podamos influir en las cosas del cielo”. No, Pedro Duque, que ha paseado por la Vía Láctea, y que desde el cielo ha percibido el mundo pequeño “porque hay tantos planetas como granos de arena en una playa”. Aunque, como me decía Juanjo Benítez: “en el cielo no hay democracia, ni derechas, ni izquierdas”.

J.J.Benítez, como le llaman sus lectores, es compañero de universidad y amigo desde que teníamos 17 años. La semana pasada vino a cenar con su mujer Blanca, y siempre, aunque no queramos, hablamos de libros y nos vamos a otros mundos. Al final las frases se quedan diseminadas por las paredes. “La justicia no es divina y por eso produce desconcierto”. Miramos desde el balcón el vagar tranquilo del agua y murmura: “el mundo va a su paso, necesita un millón de años”. Y se me quedan enredadas sus palabras en la memoria. “Lo importante es lo que se siente, no lo que se sabe. La casualidad existe para los que tienen miedo”. La casualidad (aún no se hablaba de las últimas noticias de Pedro Duque cuando cenamos) pero la frase me sirve. Nada es casual en la casualidad. En la política hay una niebla de miedo. Miedo al más brillante, al mejor. Siempre juzgamos antes de confirmar las fuentes. Creo que las mujeres tenemos una extraña intuición para poder pensar con tranquila serenidad, quizás misteriosamente nos llega el rumor de un soplo que está dentro del silencio.

No tengo datos, lo confieso humildemente. Pienso que Pedro Duque no puede ser tan simple para caer en las vulgaridades corrientes de los demás hombres. Ningún político puede decir que “voy a poner a España en órbita”. El ministro tiene nacionalidad estadounidense y no sé qué leyes rigen en su pasaporte.

 

Una caja de secretos

Me decía anoche Goyita, la viuda de Francisco Escudero, que ella ha sido la guardadora de los silencios del Maestro. Gracias a ella pudo escribir su fantástica opera Zigor, Gernika, illeta, y tanta música que ha quedado recogida para siempre en las hemerotecas musicales de Euskadi.

El Maestro Escudero, como Pedro Duque, viajaba a otros mundos de paseo con las musas. Su mujer nunca tuvo celos de esas hadas de la imaginación que le arrebataban de Zarautz para llevarle lejos, volando entre las tormentas del Cantábrico, akelarres con la dama de Amboto. Cuando el Maestro regresaba, Goyiya, la joven y eterna enamorada, recibía a su marido como si llegara de un largo viaje donde su mente había vagado perdida, ajena a su mujer que esperaba su regreso,  a dos metros del estudio, y escuchaba sus silencios. Los silencios de la creación de un músico.

Los silencios. Creo que todos necesitamos alguien que guarde nuestros silencios en un cofre de amor.

Mientras escribo escucho el Concierto para violín y orquesta del Maestro. Pero lo apago, necesito el silencio para poder concentrarme y creo escuchar lo que me decía “el concierto es concertar, unir” También el astronauta ministro habla del concierto extraño del universo, un concierto con millones de estrellas como brillantes. Ayala, que tiene 7 años, no sabe que algún día puede estar cerca de Andrómeda, también quiere algo luminosos para su ama.

Anemiren quería comprar un regalo de cumpleaños a su hermana Aitziber y le pregunto a su sobrinita Ayala qué le podría gustar.

– No te preocupes, Anetxu -le dijo la niña- yo te lo voy a contar en secreto. Vamos a una tienda y te lo digo.

Le cogió de la mano y sin titubear le llevó a la joyería Perodri de la Gran Vía.

– Mira, tía –abrió sus brazos intentando abarcar todo el escaparate- cualquier cosa de aquí le gusta. Lo sé seguro, cuando salgo de paseo con ama, ella siempre se para aquí y se fija en esas sortijas, pendientes, pulseras… Aciertas seguro con cualquier cosita de aquí.

No es una genialidad más de niña, es una de las muchas ocurrencias que la imaginación infantil almacena para un momento oportuno. Los cofres no siempre guardan música y estrellas. Pueden ser sensaciones, miradas de niña que esconde sus secretos en silencio. “Yo sé lo que quiere mi ama”.

Pienso que necesitamos la armonía capaz de aunar este gran desconcierto político que nos hace tambalear, como si todo el país estuviera pendido de un hilo. Y si el hilo se rompe nos caemos al vacío de la nada y desde allí no podemos seguir adelante. Cada día hay una sorpresa que nos solivianta, un secreto que cuidar. Nos falta una mente serena dentro del Gobierno que sea la guardadora de silencios. Necesitamos el silencio enriquecedor para trabajar. Tantas palabras huecas, tantas acciones inoportunas, tantos discursos vacíos, tantos enfrentamientos sin soluciones, tantos estudios sin letras, tantos despachos sin inteligencia, para que podamos hacer sonora la necesidad de una posibilidad que nos ponga en el mapa de Europa. En órbita, con la personalidad de un país que camina al futuro dispuesto a borrar toda la corrupción, falta de cultura y necedad que nos rodea a este país en los últimos años de mediocridad.

Necesitamos trabajar en silencio para el futuro. Un silencio para que el concierto vuelva a empezar con armonía, y -esto es opcional- como un brillante menudo en las manos.