Mientras escribo estas líneas Donald Trump ha ganado la elecciones. El mundo está loco o todos estamos locos. Los principios fundamentales parece que se resquebrajan aunque, felizmente, el nuevo presidente empieza a utilizar el “dónde dije… quise decir”. No es posible que retrocedamos a tiempos espantosos. La igualdad de la mujer, ridícula. Lo importante es que la mujer sea guapa y que excite los instintos primarios del hombre. Es mejor no recordar lo que hemos oído y visto en estos días de la utilización del sexo femenino. Tampoco vamos a traer a esta página al ku-klux-klan y sus principios racistas. Trump va sustituir a un presidente negro. Los emigrantes, la economía, las relaciones internacionales… todo parece un pastel de merengue que cae muy fácil después de su precipitada subida. Los presidentes de todo el mundo han felicitado al nuevo mandatario. Ahora –en esta ahora de noviembre- hay pequeños destellos de esperanza. Quizás exageramos, quizás el mundo cambie. Quizás las primeras palabras de ganador sean ciertas. Quizás él consiga el sueño americano. Un país progresista y libre. Quizás…
Es verdad que los americanos tenían una oferta pobre. Al fin, el poder es el dinero. Donald Trump ha llegado al máximo puesto de los gobiernos actuales gracias a su poder económico. Pronto se olvidarán sus palabras y quedarán los dólares que callan a los desengañados e insatisfechos. Por ahora él no sabe lo que es el miedo.
El miedo es una mirada de 200 yardas.
Cada año los miembros de la Asociación de Periodistas Vascos y el Colegio Vasco de Periodista elegimos a un periodista que haya defendido con su trabajo el don de la libertad. Este año hemos escogido al colectivo de periodistas turcos, porque no ha sido uno sino muchos los que han sufrido –y siguen sufriendo- la privación de su libertad. Tal es la situación que ellos, por miedo, no han podido venir a recoger este premio. El Gobierno de Turquía ha ordenado el cierre de 168 periódicos. Hay 113 periodistas encarcelados y a 700 se les ha retirado la acreditación. Turquía es la mayor prisión del mundo para los periodistas.
El periodista Jon Sistiaga –galardonado con el Premio al Periodista Vasco- decía en el prólogo de la novela Dies irae que en su vida profesional ha tenido que bajar muchas veces la vista al suelo para no ver la mirada de la desorientación, de la locura, de la guerra. “Esa mirada la he encontrado en periodistas. El miedo es la clave. “Reconoces ese miedo rápidamente, en cuanto lo tienes porque te va a salvar la vida y esconderlo adecuadamente para que no te delate tu debilidad. Porque si cruzas tu mirada temerosa con la de ellos, con esa de las 200 yardas, la de aquel a quien todo le importa una mierda porque está convencido de lo inevitable de su vida. Cruzar esa mirada con ellos y que huelan tu miedo puede ser tu último error”.
“Estoy en un túnel y no sé cómo salir”. Me lo contaba el periodista José Manuel Alonso, recordando lo que Portell le confesó el día antes de que lo asesinaran. Muchas veces me he preguntado si presentía que le iban a matar. Lo ignoro, pero sí hay una cosa cierta, el asesino le miró a los ojos y José Mari miró a los ojos al que le iba a disparar tres tiros. Pienso que esos ojos han quitado el sueño –y seguirán quitándole el sueño- al que acabó con su vida. José Mari era un hombre bueno. Hace 39 años que se fue al más allá por defender la libertad de expresión.
Quizás sintió esa mirada de las 200 yardas, la mirada de los que van a morir. Creo que tienen esa mirada los periodistas que se arriesgan. Los que saben que si publican una información mueren, los que aceptan su destino porque no podían dejar de contar lo que ven. La mirada de las 200 yardas. Una expresión que, cuenta Jon Sistiaga, era tristemente popular entre los soldados en Vietnam.
Los recuerdos y la actualidad se mezclan en el hoy. Los pensamientos parecen que se pegan a la piel. Como la melancolía es bonita me quedo embobada mirando por la ventana sin ver. No es triste el otoño. Albert Camus decía que es la segunda primavera, cada hoja es una flor. Al calendario sólo le queda una hoja. No pasa nada. Volveré a comprar un calendario y las estaciones se irán sucediendo mansamente hasta que se quede quieto en un mes y un día que no tendrá notas en la agenda. “Yo seguiré siendo- escribía Gabriel Celaya- yo seguiré muriendo/ seré, no sé bien cómo/ parte del gran concierto”.
Somos una nota en la orquesta de la vida.
En un libro de autoayuda he leído un consejo que me ha hecho mucho bien. Haz una lista de diez bendiciones. Escribe por qué estas agradecido. Relee tu lista y al final de cada bendición repite gracias, gracias, gracias, y siente la mayor gratitud por esta bendición. Me he dado cuenta de todas las cosas que tenemos y no damos las gracias. Instintivamente nos vamos al pasado, lo que nos ocurrió tal día, el dolor que tuvimos, el daño que nos hicieron. ¿Y ahora? ¿Agradecemos la salud, tener amigos, familia que nos quiere…? Me encantaría ser como escribo. Cuento siempre lo que hay que hacer pero no lo hago. Doy consejos sin sentirlos -los siento en el momento en que las letras bailan en el ordenador- pero no tengo la tierra suficientemente preparada para que germinen. Me falta sensibilidad o misericordia, esa palabra tan olvidada.
Misericordia según el diccionario es: “Inclinación a sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda”. Viene del latín misere (misericordia, necesidad) cor cordis (corazón) ia (hacia los demás) Tener corazón solidario con aquellos que tienen necesidad. Misericordia no es tener pena. La pena no deja de ser una simpleza sentimental. Un tópico que nos llena de tranquilidad –“me da pena”- como una tirita que nos ponemos para tapar las heridas. La tirita no cura, lo que de verdad sirven es un buen chorro de alcohol que duele.
Los periodistas turcos siguen muriendo. Dice Donald Trump que va a acabar con el terrorismo. Para conseguirlo, una de sus primeras actuaciones será permitir las armas de fuego “domesticas”. Un fusil o una pistola por hogar. También dice que torturará a los terroristas y a sus familiares (¿?) con ahogamientos simulados, que no dejará entrar en Estados Unidos a sirios ni libios –“caramelos envenenados”- ni latinos que roban el puesto de trabajo a los estadounidenses, y hará un muro –ahora que hemos derrumbado el de Berlín- en la frontera de Méjico para que no pasen emigrantes…
El otoño hace meditar este revoltijo de pensamientos. Asesinato de periodistas, libertad de expresión, principio de un nuevo gobierno americano corrupto. El mundo ha llegado al otoño, y el invierno se asoma como una final y no ponemos nuestro grano de arena para mejorar el planeta. Ahora, hermano. Mañana es tarde. Tenemos que ser el instrumento oportuno para que la orquesta del mundo suene con perfección, como en un gran concierto. Además, las flores del otoño duran más.