La semana prodigiosa

Con el simple roce de un puñado de deseos vulgares puede romperse la más bella cristalería de deseos heroicos.

Mientras el PSOE se desmorona, Pedro Sánchez volvía esta semana relajado de unas vacaciones en Estados Unidos. Quizás por unos días ha querido ser extranjero en un país que no le miraba a la cara porque nadie le conocía. Ha reflexionado su último tiempo –no en Nepal o China- sino entre un payaso que odia a las mujeres –el continuismo del retroceso de Donald Trump– y la sorpresa de una mujer que puede gobernar, Hillary Clinton. Un hombre sin moral y con dinero y una mujer inteligente y fuerte a la que se humilla por la infidelidades de su marido

Ser extranjero es difícil, te tienes que movilizar para mezclarte en la vaguedad de la sociedad que no te va a molestar. Sentirse extranjero con una cultura similar, no entre campos de arroz o pagodas derruidas, es menos arriesgado. Por eso Sánchez en Estados Unidos se ha confundido con la gente de la calle sin perderse demasiado. Albert Camus en “El extranjero” decía que “uno se forma ideas exageradas de lo que no conoce”.

Quizás el antiguo líder el PSOE no conoció bien al fundador de su partido. El mismo día de su regreso americano se celebraba el aniversario del fundador, Pablo Iglesias. Creó un partido fuerte, homogéneo y de izquierdas. Hoy queda un partido roto y desunido, que piensa en abstenerse para dejar paso libre a la derecha española de siempre. Son pocos los votos que necesita el PP para volver a gobernar. Entre las manos se resbalan los desengañados, los volubles y ese colectivo indiferente que se había acomodado para seguir igual. Pedro Sánchez vuelve tranquilo, vestidos de sport, como si los sucesos ocurridos en estos meses no fueran con él. Ha querido desaparecer, taparse los ojos, igual que los niños que cierran los dedos como ventanillas para no ver lo que ven.

Nosotros sólo somos espectadores, ahora estamos conociendo en directo las consecuencias de la corrupción. Es sorpresiva la naturalidad con que se habla de sobres, coches, vacaciones. “Aun en el banquillo de los acusados –escribía Camus– es siempre atrayente hablar de uno mismo”. Francisco Correa está disfrutando de su protagonismo vergonzante. Creo que uno de los más destacados defectos del género humano es la codicia, por eso la corrupción es la primera preocupación de los ciudadanos. Me pregunto si ese inconsciente deseo de dinero es el dilema del poder y la causa de tanta inestabilidad. El poder es el becerro de oro para adorar y el PSOE se arrodilla para mantener el escaso poder que le queda. Busca arañar migas del pastel.

Abstenerse no deja de ser un pacto con compensaciones. Abstenerse es dar el paso al vacío ideológico del Socialismo. Lo saben todos los militantes que eligen esta forma ambigua. La tibieza, ese estado ni frío ni caliente, es la gran protagonista en este momento de la historia. Con el simple roce de un puñado de deseos vulgares puede romperse la más bella cristalería de deseos heroicos.

Hay más cosas en la vida que la política. Nuestro día a día está lleno de horas y minutos que continuamente nos sorprenden. No estamos preparados para encajar sucesos inesperados que cambian en una décima de segundo nuestro pensamiento.

En estos últimos meses se han ido girones de vida luchando en cada instante por mantener una cierta elegancia ante los acontecimientos que estaban escondidos detrás de la puerta para aparecer sin ser llamados. La vida no es justa y esa desigualdad nos crea desconcierto. En la balanza interior vamos poniendo lo importante y nos sorprende que el peso se desnivele. Los valores han cambiado y ves lo que no quieres ver. El egoísmo tiene distintas caras, que, como las caretas del carnaval, se quitan y se ponen según convenga. Los amigos, los familiares, los compañeros te quieren y te dejan sin calcular las consecuencias. En esos momentos es cuando descubres qué hay en el fondo del corazón, y la miseria humana se viste a veces con seda. Recibimos lo que damos. En nuestra falta de memoria, igual creemos haber dado lo que no dimos. En esto la política vuelve a sorprendernos. El panorama que nos ofrece la situación es desolador, cualquiera puede ser líder. El bien común, es una palabra compuesta que no se utiliza más que para quedar bien. El poder sí que llena todos los deseos y el dinero es el poder. Sin ese ingrediente tan vulgar y necesario nada funciona. El dinero es la máquina del tren que nos lleva por los raíles de la vida. Si falta descarrilamos estrepitosamente en cualquier estación sin nombre o en campo raso sin cultivar.

Pero algunas posturas permanecen, aunque su permanencia pueda producir cierta incertidumbre. Bob Dylan canta pero no se pone al teléfono para recibir el Premio Nobel de Literatura. Unos por figurar y otros por esconderse. En el último concierto en Bilbao, en el Guggenheim, no dijo ni hola ni adiós. Mientras salíamos del museo él desapareció en un autobús negro blindado impresionante. Y queda un sabor amargo, aunque con la emoción de la última canción daban ganas de abrazar al vecino y decirle que aquel tema –que ahora sonaba más rasposo y ronco porque la voz no era la misma– la oíste por primera vez con Joan Baez, que entonces te gustaban la flores y eras una estudiante soñadora de mil historias y hasta aquellos versos que entonces no entendiste de Blonde on Blonde –“hay que ser honesto para vivir fuera de la ley”– tenían mucha verdad dentro. Todo ocurre de forma distinta a como pensamos.

Los Premios Nobel de Literatura se estaban convertido en un galardón caduco. Los nombres que han ido ocupando el podium del saber eran concedidos por temas políticos. Esta vez toca a un sirio, el próximo a un croata, teniendo en cuenta que este año fue un ruso quizás convenga un americano o un japonés o un hindú. La política ha llegado al mundo de las letras mientras los escritores ignoraban que sus libros eran papel moneda de compra. Y de repente el Nobel empieza a bailar, la música cambia la seriedad del jurado y alguien –¿quién sería el osado?– dijo tímidamente el nombre y los ojos sorprendidos de los 18 miembros del jurado que deciden la fama, se cerraron y pensaron. Bob Dylan había sido algo más que un músico. Y se hizo un silencio entre todos en la mesa larga de decisiones.

Me gusta pensar que alguien sacaría el móvil y en la seriedad de la estancia sonaría Bliwin in the winnd y ¿un Nobel para un cantante? Una afrenta para los puristas de la literatura. El nombre de Dylan se paseó por las cabezas pensantes y mágicamente se quedó con ellos los cuatro minutos y medio que duró la canción. Pensaremos, se dijeron todos en su intimidad. Pensaremos, y en la siguiente convocatoria del jurado para decidir el premio todos habían pensado. Sí, sería Bob Dylan el elegido. Evidentemente ha sido un escándalo, pero nunca se habló tanto del Premio Nobel, y para muchos amantes de la música es una gran emoción, porque siempre creyeron que los versos de una canción pueden ser tan bellos como el más hermoso poema de Neruda.