He empezado un cuaderno en blanco -¿cuántos van? se preguntará usted si me conoce-. Cierto. El placer de la primera página es como cuando estrenamos un pasador de pelo. Te miras en el espejo, das vueltas y al fin lo pones de acuerdo con tu cara. Así empieza el cuaderno. En la segunda página tienes que tener pensado de qué vas a escribir y, de pronto, en la tercera página, te das cuenta de que estás escribiendo. Hoy yo quería hablarles de los símbolos y los fetiches que nos rodean, y los nombres históricos que, sin querer –la fuerza de la costumbre-, han ocupado un sitio en nuestro vocabulario y hasta en la forma de ser. “Es guapo como Alejandro Magno”, “elegante como un Petronio”, “tiene el genio de Napoleón”, “igualita que Juana de Arco”, “¡ni que fuera una Pasionaria!”, “es más cruel que Herodes”, “como el perfil de Nefertiti”, “más mecenas que el mismo Médicis”, “mas rico que Rockefeller”, “más nazi que Hitler”, “da más miedo que Drácula”… Y resulta que yo he conocido a Drácula. El genuino Drácula es Christopher Lee que se fue volando al más allá con sus alas postizas de vampiro. Cuando lo vi al natural en San Sebastián pensé: “qué hombre más distinguido”. Impecable dentro de un perfecto esmoquin, me hizo soñar –como cuando era niña- con ese miedo preparado por el cine que sabes que es mentira pero te encoge el corazón. Al apagarse las luces del Teatro Victoria Eugenia, donde se celebraba el Festival Internacional de Cine, yo le miraba entre las sombras. Destacaba su camisa blanca y su abundante pelo plateado peinado hacia atrás. “Estoy con Drácula” –pensaba- “estoy junto a él”. Y esos dos metros que me separaban del mito del terror, me llenaron el alma de pájaros de felicidad . El Drácula del cine no existía, pero Cristopher Lee era de verdad. Un hombre educado, cosmopolita y culto. El otro Drácula que era conde, y le gustaba la sangre, era de celuloide.
Pienso que así son en realidad las historias que nos rodean. No terminamos de saber si el icono lo creamos o existía. Realmente ¿Alejandro Magno era tan guapo como nos lo imaginamos? Parece que sí. Muchas partes de la historia de la Humanidad pasan desapercibidas y son rescatadas por el cine o la literatura y nos dejan modelos irrepetibles. El tesón y la ambición de la protagonista de “Lo que el viento se llevó”, el rey Arturo rescatado del pasado de las leyendas con la cara de Richard Harris o Sean Connery. Los sueños –los del cine- nos llevan a Sangrilá a través de “Horizontes lejanos” y ya, para siempre, Sangrilá se quedará en nuestra memoria como ese lugar donde la gente es feliz y no pasa el tiempo…
El caso es que ya llevo varias páginas escritas en el cuaderno y he pasado al ordenador hace un rato. Quizás por eso mis cuadernos siempre están empezados sin terminar. Es una manía y vicio que lo tengo asumido. Comenzar muchos comienzos que se pierden entre las páginas. Una lectora amiga mía me regalo hace tiempo un cuaderno, es de Guanajuato. Ella también tiene esa manía –muy repetida entre los escritores- de comprar cuadernos cuando conoce ciudades distintas. Creo que es uno de los regalos que más ilusión me ha hecho. Llegó en un sobre de tamaño mediano, y dentro el cuaderno con un poema de Blas de Otero en la primera página: “Mas no todo ha de ser ruina y vacío/ No todo es desescombro y deshielo/ Encima de este hombro llevo el cielo/ Y encima de este otro, un ancho rio de entusiasmo/ Y, en medio, el cuerpo mío, árbol de luz gritando desde el cielo”.
Les confieso que este cuaderno lo guardo, quizás espere su momento. Después de Blas de Otero es difícil escribir. Pero nada se termina hasta que uno no quiere que se termine. Son las eternidades elegidas. Las fechas también se eternizan como parones del calendario. Números visibles –aunque ya pocos quedan en rojo- que nosotros interiormente podemos colorear los días. Para mí siempre el 16 de julio, la Virgen del Carmen, marca la presencia del mar en mi vida. Es mi santo, respetado y querido por mi madre. Desde que era muy niña su imagen me viste la mirada de arrantzales y marinos rogando a su patrona que calme la tempestad. Recuerdo que con menos de 6 años fui con mi abuela Victoria en una barca a la procesión de Santurce. Era un día bonito y tengo la sensación –a veces los recuerdos son traidores- de que íbamos mucha gente. De pronto –así es el mar de caprichoso- el cielo cambió de color y la embarcación se convirtió en una menuda cascara de nuez que se movía sin fuerzas de un lado para otro. Creo que tuve miedo de ahogarme tan cerca del puerto. Creo que todos estábamos asustados y creo también que mi abuela debía de sentirse pesarosa de haberme llevado a aquella aventura marina -de ella he heredado mi espíritu viajero- y no sé, no tengo en la memoria ni un solo instante, de cómo volvimos al puerto. Pudo calmarse el temporal, quizás el timonel aguantó con buena pericia o quizás la Virgen del Carmen, presidiendo en otra de las barquitas, decidiera terminar el susto en bonanza. Sea lo que sea, la Virgen del Carmen –también patrona de Baracaldo- tiene un regusto de tragedia y belleza envuelto en melancolía. Los caballitos, las muñecas andadoras de las tómbolas, el olor a churros, los autos de choque, la noria y el balance. Todo estaba mezclado en una ruleta que daba vueltas. Nunca teníamos el número del premio de la rifa, aunque comprásemos tres riestras de números morados y verdes. Pero entraba en el guión ese saber perder con los ojos asombrados y querer pasar miedo, pagando la entrada, en el tren de la bruja donde nos pegaba un esqueleto fluorescente con una escoba vieja.
¡Qué historias! Pues ya ven, para contar este recuerdo he vuelto al cuaderno y a la pluma, porque en el ordenador me había quedado estancada en eso que dicen del folio en blanco.
Cuando lean estas líneas se habrá pasado el Carmen y muchos pueblos empezarán a preparar la fiesta de Santiago. Aún está en rojo, como la de San Ignacio. Dicen que el Camino este año ha aumentado el número de peregrinos. Pues ya ven, igual me animo porque, como todos los caminos llevan a Santiago, quizás encuentre una estrella errante que me conduzca a mi destino.