Cuentan que cuando dejó de llover en el diluvio universal, la paloma que lanzó Noé al cielo se posó en Yemen, cogió una ramita de olivo y regresó al arca. Las hojas plateadas del árbol de la vida eran de Sana´a. Y en el sur de Arabia comenzó de nuevo el mundo. Regresó el amor y la tierra se pobló. Según la tradición, Sana´a fue fundada por Sem, uno de los tres hijos de Noé. Para las leyendas, en Yemen estaba el Paraíso Terrenal.
Cierto o no, la historia y el mito se fundieron en un abrazo prieto y no se sabe dónde empieza el sueño y dónde termina la realidad. El país de la reina de Saba era tan sonriente que, los mismos árabes, decían -¿qué dicen ahora?- que Yemen era la Arabia Feliz. Y de la Arabia Feliz, hace XXI siglos, salieron tres magos siguiendo un cometa de luz hasta Belén. Yemen, la tierra de los Reyes de Oriente, tenía un cielo tan limpio que sus Majestades distinguieron pronto el brillo incesante de una estrella especial. Los viajeros que visitaron al Niño Dios dicen que eran astrólogos, alquimistas o sabios ¡quién puede saber la identidad exacta! Según la tradición eran tres –Melchor, Gaspar y Baltasar- y llevaron al infante tres regalos: oro, como rey; incienso como Dios y mirra como hombre.
Compré incienso y mirra. Mi maleta conservó durante un tiempo esa mezcla de aromas, humanas y sagradas, con los que había soñado en la infancia. El incienso místico se mezclaba con la mirra y llenaba mi imaginación de ternura. La imaginación crece desde la infancia hasta hacerse una nube que envuelve todos los sueños que nos hacen crecer. También yo quería ir a Damasco. Un camino mágico por donde pasaban las caravanas de la ruta de la seda. Quería pisar el desierto de Palmira donde Zenobia reinó con la fuerza de un varón y la voluptuosidad de una hembra erótica y… Mi fantasía no daba Más, porque yo no conocía Siria. Para mí, Siria era Zenobia, Damasco y alguno de los mil cuentos de Oriente. No sabía que existía Bosra, Malula, Crac de los Caballeros, Latakia, Alepo, las ciudades muertas… No sabía que en Ugari se encontró el primer alfabeto del mundo, la primera nota musical y el primer diccionario que data del año 1400 a.C; y que aquí nació el cristianismo; y que Siria tiene cuatro lugares declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad –Palmira, antiguo Damasco, Bosra y antiguo Alepo-; y que Siria era el tercer país del mundo productor de aceite de oliva y…No sabía que su gente sonríe siempre y te recibe como a un amigo. No sabía que la tercera parte de los profesionales universitarios son mujeres. Tampoco sabía que esas mujeres son muy hermosas –aunque algunas lleven burka- y que los hombres están considerados como los más tolerantes de Oriente Medio. Tampoco sabía que Alepo era de mármol blanco y brillaba al sol de una forma extraña. Nunca había pensado ¿existe Alepo? Y, sin embargo, en esta ciudad estaba el más bello zoco de Oriente, un zoco que olía a jabón y azahar, porque en Alepo se fabricaron los primeros jabones de la Humanidad con aceite de oliva. Y ¿los derviches? Los duendes vestidos de blanco, como espectros del pasado. Sus movimientos son lentos, primero, y alocados, después. Seres educados desde la infancia para ser mágicos, para danzar una baile único escrito para ellos mismos. De generación en generación entran en trance, en un éxtasis beatífico y voluptuoso producido por la ingestión de una pócima alquímica que más parece una droga del más allá que un bebedizo elaborado por manos humanas.
La imaginación puede escribir historias en el aire y buscar los porqués –siempre absurdos- que llevaron a los caballeros cruzados a recorrer tantas tierras extrañas (que no eran de su propiedad), llegar hasta Siria, luego saltar a Jerusalén y apropiarse de los Lugares Santos. Unas tierras que hace cientos de años estaban ocupadas por los legítimos habitantes. La Historia es un conjunto de tropelías para “divertirse” guerreros sin guerra. Tenían que inventar algo que les hiciera escapar de la monotonía cotidiana. Siempre ha sido igual. Es la fuerza de la costumbre que ha endurecido el corazón de los hombres impidiendo cualquier sentimiento noble. El poder es el único motor del cambio.
Quisiera volver a la capital de Siria. Cuentan que Mahoma no quiso entrar en Damasco porque “al paraíso solo se puede ir una vez”. Los occidentales, menos piadosos y más audaces, una vez conocida Damasco, siempre queremos volver. Quisiera volver a Yemen. Volver a ver los vitrales de alabastro y las vidrieras coloreadas de las ventanas que tamizan la luz del día y del anochecer en una calidoscopio de arco iris. Las palabras no son suficientes para explicar el enrejado de las calles, el olor de las especies –en un zoco restaurado que fue albergue de camellos- los vendedores de telas -doradas con tonalidades brillantes- los forjadores de jambias, puñales que los yemeníes (todos sin excepción) llevan al cinto…
Es proverbial la belleza de los árabes, acompañados por la extraña fuerza de sus ojos. El orgullo de su mirada transmite virilidad a las líneas de su cara. La edad trata a los ancianos con ternura y siguen manteniendo la gentileza de su señorío. Un señorío que se puede encontrar en cualquier sitio. El respeto a los años es una enseñanza que se aprende desde la infancia. Los jóvenes escuchan – o escuchaban- con suma delicadeza a los hombres venerables de cada tribu. Otra cualidad exquisita de Yemen era su hospitalidad y…
Estos países, los más bellos del mundo que me hicieron recobrar las ganas de soñar, ya no existen como los conocí. La guerra ha roto la fascinación que me embrujó. Tengo ganas de llorar y lloro por no haber aprovechado más aquellos sitios a los que nunca volveré, porque han desaparecido. Sin embargo, hay una memoria que no muere y es capaz de despertarse cada vez que se abre la tapa de un frasco de perfume. Todo lo éfimero tiene una gota de eternidad, porque se recuerda. Me he perdido en el stand de un gran almacén y allí he encontrado parte de lo que había olvidado. Frascos magícos. Me los he querido llevar a casa todos. El Bois DÁrgent con su acorde sensorial ambarino especiado por el incienso de Yemen, y los perfumes masculinos Ambre nuit, creado con una rosa varonil, y Eau Noire, un perfume oriental para hombres, un agua de noche, tomillo y lavanda oriental. Su creador, François Demachy, de la Casa Dior, los ha soñado para viajar en el tiempo y recordar.
Recordar es lo que me queda de Yemen y Siria.