Los símbolos místicos del Guggenheim

Da miedo ser una madre araña que ama y atrapa.

Hay una araña gigante en el Museo Guggenheim de Bilbao que se llama Mamá. Siempre me ha sorprendido el título. Su autora, Louise Bourgeois, lo explica de maravilla. Su madre era tejedora y la araña teje el hilo por donde va a caminar. El hilo fino y el dibujo son de una perfección inimitable. Es casi imposible ir trabajando con esa seda pegajosa y sutil como un trazado en el vacío. Puedes pasar horas mirando la minuciosidad de una tela de araña. Además, si la rompes, no se desanima. Empieza a tejer otra tela al momento.
Según Louise las arañas ponen de manifiesto la duplicidad de la naturaleza de la maternidad: la madre protectora y depredadora al mismo tiempo. La araña utiliza la seda tanto para fabricar el capullo como para cazar a su presa. Así que la maternidad –son sus palabras- encarna fortaleza y fragilidad. La “madre” se sostiene por unas patas, como arcos góticos, que funcionan al mismo tiempo como jaula y como guarida protectora de una bolsa llena de huevos que se encuentra peligrosamente adherida a su abdomen. Por su altura da miedo y a la vez trasmite equilibrio y vulnerabilidad.
La relación de una madre con su hijo es de una similitud perfecta. La araña sostiene su maternidad en el abdomen. La sostiene dentro de la fragilidad de sus delgadas y largas patas. Parece suspendida en el aire en su soledad. Va tejiendo su mundo y el de su prole que depende de ella. Mientras teje con seda el camino recto, anguloso y estrellado de su vida, va haciendo un primoroso tapiz leve como el aleteo inexistente de un hada. Ese tapiz puede crear amor –el amor de sus hijos, el cobijo que les da a lo largo de su vida –pero también puedes quedarte atrapada en la tela.
Cuando te pones debajo de la araña sientes que sus enormes patas te abrigan, te hacen retroceder al seno materno, pero a la vez estás dentro de una cárcel donde no te puedes mover. Has quedado atrapada, pegada al poder de la araña.
Da miedo ser una madre araña que ama y atrapa. Quizás no me había dado cuenta de esa monstruosidad afectiva que quizás también se haya apoderado de usted -de mí y de usted- conscientes de nuestro yo. Es decir, la araña.

He buscado la vida de la artista –francesa, americana- y he leído que es la creadora de la corriente “Arte confesional”. ¿Acaso nosotras no estamos haciendo una confesión de nuestras vidas? Las casualidades no existen y la imagen de la araña va y viene en las nostalgias de la melancolía.
Nunca piensas que puedes ser una madre araña- en el mejor sentido de la palabra-, una madre que acapara, que quiere saber, que guarda sus huevos temerosa de que se los puedan quitar.
La araña me lleva a los tulipanes gigantes y la escultura me hace recordar a aquellos ramos falsos de plástico que hasta tenían olor. Los tulipanes parecen querer retener otra belleza de cristal mirando de soslayo a la ría. Son enormes flores que creen ser naturales enamoradas de un espejo. Se reflejan y se recrean en su extraña hermosura, como narcisos en el agua. Son raros, como globos de colores, su autor el norteamericano Jeff Koons, quería comunicarse con la gente, unir las clases sociales en una especie de elitismo popular. Sus obras pueden parecer trozos de películas imposibles y kitsch de Almodovar. Curiosamente los tulipanes, en los Países Bajos, crearon un gran problema económico. Los bulbos ocasionaron una especulación financiera. Los inversores compraban y vendían notas de crédito no bulbos, la euforia especulativa dio lugar a una gran burbuja económica que llevó a muchos ingenuos a la primera bancarrota. Creo que Koons no pensaba en estas historias cuando creó su escultura, pero sí consiguió un elitismo –no sé si de masas o sofisticado- porque los tulipanes parecen una carroza de Cenicienta. Dentro puede esconderse una princesa o una madrastra, como su primera esposa. Koons era el marido de la Chichiolina ¿La recuerdan? Una actriz porno italiana que luego jugó con la política. De aquella mujer de escándalo me quedaron sus coronas de flores sobre una melena rubia y su vestido blanco. Su imagen virginal con un osito en la mano, se rompía cuando veías, al lado del osito, una teta desnuda de Chichiolina. El matrimonio duró un año y, como la inspiración llega cuando quiere, igual por esas coronas que llevaba su esposa, el escultor quiso ser el padre de Puppy, el perro de flores que se ha hecho emblema en este nuevo Bilbao. Puppy es la entrada a un castillo encantado.
La araña me mira y quiero quedarme con ella, es mi símbolo favorito aunque es una imagen que da miedo. Los machos danzan ante la hembra y en el ritual le ofrecen un insecto, como obsequio, envuelto en seda. La araña acepta el cortejo. Hace el amor y después se come al macho. Quizás hay que cambiar para entrar en ese mundo de imágenes del museo, entrar en la cabeza de los creadores y adoptarnos a sus sueños.
Hoy he encontrado una foto y ha venido a mi cabeza un torbellino de imágenes. Son normales y seguro que las ha tenido igual. Quiere parecerse a usted mismo. La imagen que le mira enseña una sonrisa preciosa y siente envidia de ese instante de alegría. ¡Cuánto tiempo hace que no sonreía así! Una eternidad. Tiene –tengo- envidia de la felicidad que ve y cómo el milagro del cambio no sucede, pues… Le digo lo que se me ha ocurrido. Me he rozado la cara con cariño y he mirado la foto como si fuera un espejo, he estirado las comisuras de la boca. No, no salía la sonrisa y he creído sentir -los pensamientos de colores de Puppy – aquellos días que fueron felices
Vuelvo a mirar los tulipanes. Una carroza de cuento. Siempre he querido subirme a una carroza. Tonterías de niña cursi. También he deseado continuamente tirar todo lo que tengo y meterlo en una bolsa para lanzarlo al mar. No es bueno reciclar el pasado. Es mejor seguir divagando y, como en las películas de cine, volver a empezar. Nueva ropa, nuevos zapatos, nuevo maquillaje, nuevo perfume… Todo nuevo y distinto para reaparecer cambiada. En primavera se piensan esas cosas imposibles. Pero el armario interior se puede cambiar sin gastar dinero.
Renovarse o morir. En un apartado de citas ilustres, esta frase que repetimos tanto, se la atribuían a un pensador inglés. Sin embargo, el autor es Unamuno que dijo: “el progreso consiste en renovarse”. Ya ven, hasta las letras cambian y bailaron de sitio.
Los sucesos del pasado no se necesitan.