En la terraza del Hotel Puente Colgante de Portugalete he pedido un marianito. Antes de que el camarero se marche, apuntando también un plato de rabas, he cambiado de opinión. Mejor un Martini como es debido con una buena rodaja de naranja, aceituna, dos hielos y si me ponen encima una sombrillita de papel, genial. ¿Quién pondría el nombre de marianito para un zurito de vermut? Me he quedado pensando en tan trascendente meditación y, de pronto, en mi cabeza de vacaciones, se han ido clarificando las ideas. Marianito es un vaso de aperitivo que no llega a mariano. Una especie de quiero y no puedo que te deja con ganas de más porque te has quedado a medias. Exacto. La realidad es más fantástica que la imaginación. Un Marianito es un Rajoicito. Nos hemos quedado con las ganas de un Presidente de Gobierno como Dios manda y nos han servido un Marianito. Una especie de Rajoicito en miniatura en un vaso donde no cabe ni aceituna, ni naranja. Es un reflejo del autentico Martini con mayúscula, un Martini digno de James Bond. Desde hoy –siento que la dosis de alcohol será una poco más alta, solo un poco- paso de marianitos. Martini profundo y de verdad. Los espejuelos y medio falsificaciones se los sigo dejando para el equipo de gobierno.
Esto del Marianito me hace pensar que hay un montón de situaciones similares a nuestro alrededor. El tema de la Justicia me tiene a mal andar. De vez en cuando me quita el sueño por vergonzoso. Los jueces, ¡qué quiere que le diga de los jueces y de la igualdad democrática ante la Ley! Son paparruchas, palabras y mas palabras. Todo el mundo no puede ser un buen juez aunque haya estudiado Derecho y haya sido el primero de su promoción en las oposiciones judiciales. Tampoco un periodista va a ser genial por haber estudiado Ciencias de la Información o un cocinero se lleve las Estrellas Michelin por tener un restaurante. Mezclar los ingredientes con exquisitez, solo lo consiguen los grandes, y ser un restaurador de primera es un don del cielo. Con la Ley pasa lo mismo y es muy desconcertante la cuestión. Y más desconcertante con las numerosas rectificaciones que se suman, como la lista de la compra de una ama de casa. Lo realmente escandaloso es que dentro de poco –y por Ley- todos los jueces van a ser del mismo partido. Por favor, no me pregunte de cual. Solo los ignorantes no ven la transparencia de la realidad.
La realidad.
¡Qué cruel es la realidad! Si usted quiere descansar, desconecte la TV. Es horrible ver en directo una guerra. Morir sin saber. Vivir sin vivir. Así es la historia diaria de la guerra. La vemos cono voyeristas desde una ventana de nuestra sala de estar con un paquete de palomitas en la mano. Niños desorientados, adolescentes con metralleta, bombas que matan al respirar, países que deciden atacar… La crueldad es cada día más sofisticada. Hasta es posible robar tierra al mar como un ladrón clandestino. Asistimos atónitos e indiferentes ante esta serie de espantos, mientras ministros y presidentes –no sólo aquí hay rajoycitos- de todas las razas pasean sus carteras llenas de papeles sin soluciones.
Y empezamos septiembre. Mes de recuperaciones para los despistados y comienzo de curso. El regreso al cole se anuncia como “Ya es primavera” y los chavales se contagian ingenuamente de este desconcierto ante la perspectiva de un trimestre largo que no terminará hasta Navidad. Total, a la vuelta de la esquina estamos comprando regalos, pavos y turrones. Y ¿la lotería? muchos precavidos – ¡igual se acaba o cae en el pueblo de vacaciones!- ya la tienen en el bolsillo. Los que tienen que comprar muchos boletos son los ministros y demás camarilla de gobierno para no entrar en el bombo de regalos envenenados que esta repartiendo Bárcenas a diestro y siniestro. Es mejor tener los premios ganadores y esconderlos sin que se entere nadie. ¡Qué cruel estar en la interminable lista de este señor que ya ha anunciado que morirá matando! Aunque… Les juro que no va a pasar nada. Dentro de un tiempo no muy largo el caballero del cuello de terciopelo volverá a su casa, recogerá su dinerito repartido por Europa y demás islas exóticas y aquí paz y después gloria. Los sobresueldos nunca existieron, los sobornos eran calumnias y los viajes placenteros con pasajes VIP nunca despegaron de aeropuertos del mundo. Tampoco hubo cumpleaños infantiles y fiestas con kilos de dulces porque ningún hijo de ministro celebró el aniversario de su nacimiento. Todo calumnias y burdas mentiras para desprestigiar al partido gubernamental que se siente tan ofendido que ya está pensando en querellarse ante semejantes mentiras. La limpieza –dicen- es su sello de calidad, y ese sello lo tiene tan limpio con la plata después de pasarle un trapo con Tarnisil.
En fin… El sol calienta poco, los trajes de baño empiezan a enrollarse con ensoñación de sueño entre las toallas de playa junto a los cubos, palas y flotadores. El verano se despide, y anhelantes esperamos emociones fuertes. El comienzo de otoño tiene regusto a enero. Es un abrir nueva etapa cuando se inicia el último trimestre del año. Siempre hay tiempo para rectificar. Estoy leyendo un libro con la historia de un escritor que encuentra el éxito y piensa que los escritores sólo hacen un libro en su vida. Un libro que repiten sin ser conscientes de que son las mismas palabras y las mismas ideas en cada capítulo. Pienso que tiene razón. No somos originales en ninguna de nuestras actuaciones. Todos los seres humanos somos iguales. Cambia el color de nuestra piel, el lugar de nuestro nacimiento y el país donde venimos al mundo, pero los sentimientos –salvo monstruosidades de la naturaleza- son similares. Vivimos una niñez, una adolescencia, un enamoramiento –o muchos- tenemos hijos, y volvemos a empezar como un otoño continuo. Y, como dice el novelista, cuando la realidad es demasiado insoportable, intentamos cambiarla. Es su momento. Las hojas se caerán en unos días y podemos inventarnos un nuevo futuro. Mientras, pida un Martini.